En una de sus famosas homilías, San Juan María Vianney
advertía así acerca del pecado mortal y sus consecuencias: “Por una blasfemia,
por un mal pensamiento, por una botella de vino, por dos minutos de placer… ¡Por
dos minutos de placer perder a Dios, tu alma, el cielo... para siempre!”. En realidad,
lo que hace aquí es enumerar solo a algunos de los grupos nombrados en las
Escrituras, cuyos integrantes no entrarán en el Reino de los cielos: “Ahora
bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad,
impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos,
enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y
cosas semejantes, contra las cuales os advierto, como ya os lo he dicho antes,
que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gál 5, 20-21). Y en el Apocalipsis[1],
se dice así: “Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales,
hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que
arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”.
Quienes formen parte de estos grupos, no entrarán en el
Reino de los cielos, pero no porque Dios no desee, sino porque ellos,
libremente, eligieron no entrar en el Reino de los cielos; libremente,
eligieron el pecado, que es malicia del corazón en acto puro, deseado y querido
y elegido libre y voluntariamente –hechicería, idolatría, magia, brujería,
embriaguez, discordia, impureza corporal y espiritual-, y puesto que Dios es
Espíritu Purísimo, nadie que tenga malicia, deseada y querida voluntariamente,
para siempre, puede estar ante su Presencia, y es por eso que, si el alma no se
arrepiente antes de morir, inevitablemente se auto-condenará en el Infierno.
Luego, de una manera muy gráfica, el Cura de Ars da un
ejemplo, para que tomemos conciencia de lo que significa, en la realidad del mundo
espiritual y a los ojos de Dios, el pecado mortal. Dice así San Juan María
Vianney: “Hijos míos, si veis a un hombre levantar una gran hoguera, apilar la
leña, y le preguntáis qué es lo que hace, os responderá: Preparo el fuego que
debe quemarme. ¿Qué pensaríais si vierais a este mismo hombre aproximarse a la
llama de la hoguera y, cuando está encendida, echarse dentro? ¿Qué diríais? Al
pecar, eso es lo que nosotros hacemos. No es Dios quien nos echa al infierno,
somos nosotros por nuestros pecados. El condenado dirá: ¡He perdido a Dios, mi
alma y el cielo: y es por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa! ¿Se
levantará para volver a caer?”. Para el Santo Cura de Ars, el pecado mortal es
el equivalente a que un hombre levante una gran pira de fuego y se arroje vivo,
libre y voluntariamente en ella, para perecer quemado, con la diferencia de que
el fuego del Infierno no se apaga nunca y no consume, ni el alma ni el cuerpo,
quemando alma y cuerpo y provocando dolores insoportables, por toda la
eternidad.
En nuestros días, en los que la inmoralidad es ensalzada a
virtud y la contra-natura a derecho humano; en nuestros días, en los que por
medio de la ideología de género se pretende pervertir al hombre desde la niñez,
enseñándola obligatoriamente en las escuelas; en nuestros días, en los que la
brujería, la magia blanca y negra, la hechicería, el ocultismo, no son vistos
como pecados abominables a los ojos de Dios, sino que son presentados como algo
bueno, atractivo e inocente a través de películas como Harry Potter y a través
de innumerables series destinados a los más pequeños, en los que la magia es
algo bueno y agradable; en nuestros días, en los que el aborto y la eutanasia,
que son homicidios, son presentados como derechos humanos; en nuestros días, en
los que los países y los hombres no dudan un segundo en emprender guerras
homicidas, motivados por ideologías perversas como el comunismo, el
liberalismo, que en el fondo no son sino idolatrías encubiertas al dinero y por
lo tanto al Demonio; en nuestros días, en los que la humanidad prepara un
gigantesco horno de fuego para arrojarse voluntariamente en él, las palabras de
advertencia del Santo Cura de Ars, acerca del pecado mortal y sus
consecuencias, la eterna condenación en el Infierno, son más actuales, precisas
y necesarias que nunca.
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