San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 16 de agosto de 2017

San Roque


         Vida de santidad[1].

         San Roque nació en Montpellier, de una familia sumamente rica –su padre era gobernador de la ciudad-, de la cual heredó una fortuna. Sin embargo, atraído por la pobreza de la Cruz y por la frase de Jesús “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí”[2], una vez que sus padres hubieron fallecido, San Roque vendió todos sus bienes, repartió el dinero entre los pobres e inició una peregrinación a Roma para visitar santuarios.
Fue en esa época en que estalló la peste de la peste bubónica[3]- y debido al escaso avance de la ciencia en ese entonces, las gentes morían por montones por todas partes. Roque se dedicó entonces a atender a los más abandonados, logrando la curación de muchos de un modo milagroso, con sólo hacerles la señal de la Santa Cruz sobre su frente. A muchísimos ayudó a bien morir, y él mismo los sepultaba, porque nadie se atrevía a acercarse a los cadáveres por temor al contagio. Cuando la gente lo veía pasar, decía: “Ahí va el santo”. Sin embargo, finalmente sucedió lo inevitable, que era el contagio: el cuerpo del santo se cubrió de manchas negras y úlceras, con lo cual el santo decidió retirarse a un bosque solitario, para no molestar a nadie, y en el sitio donde él se refugió, ahí nació un aljibe de agua cristalina, con la cual se refrescaba.
Llevado por el ángel de la guarda del santo, un perro de una casa importante de la ciudad empezó a tomar cada día un pan de la mesa de su amo, caminando luego hacia el bosque para llevárselo a Roque. Después de varios días de repetirse el hecho, al dueño le llamó la atención el inusual comportamiento de su perro y lo siguió hasta el bosque, en donde encontró al pobre santo cubierto de llagas. Entonces se llevó a Roque a su casa y lo atendió, hasta que se curó completamente. Una vez repuesto, el santo regresó a su ciudad de Montpellier; sin embargo, al llegar a la ciudad, que estaba en guerra, los militares lo confundieron con un espía y lo encarcelaron. Estuvo en prisión durante cinco años, aunque su estadía en prisión no fue un obstáculo para su fervor evangelizador, puesto que, además de ofrecer sus humillaciones e injusta cárcel por la salvación de las almas, consolaba y catequizaba permanentemente a los demás prisioneros.
Hay retratos suyos en donde se lo ve junto a Nuestro Señor, pues Jesús se le apareció días antes de morir, para avisarle que pronto vendría a buscarlo para llevarlo al Reino de los cielos. Jesús le dijo también que antes de morir, le pidiera una gracia y lo que pidió San Roque fue que se viera libre de toda peste aquel que lo invocara. Falleció como un santo en la Fiesta de la Asunción de María Santísima, el 15 de agosto del año 1378. Cuando estaban preparando su cuerpo para sepultarlo, descubrieron que en su pecho había una señal de la cruz que su padre le había trazado de pequeñito, por lo que se dieron cuenta de que era hijo del que había sido gobernador de la ciudad[4]. Tanta era su fama de santidad, que a su funeral acudió en masa toda la población de Montpellier y desde entonces, cumpliendo Jesús la promesa que le había realizado antes de morir, comenzó a conseguir de Dios innumerables milagros, hasta el día de hoy.

Mensaje de santidad de San Roque.

Podemos decir que San Roque imitó y participó de la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Al igual que Jesús, que siendo rico –por la riqueza de su divinidad- se hizo pobre –asumió nuestra humanidad, sin dejar de ser Dios- y para darnos de su riqueza dejó los palacios eternos del Padre en donde habitaba, así también San Roque, imitándolo, siendo rico materialmente se hizo pobre, para dar sus riquezas a los pobres. Como Jesús, que es el Buen Samaritano porque nos cura con su Amor y su gracia santificante que brota de su Corazón traspasado en la Cruz, así también San Roque curó con su caridad y con la señal de la Cruz a numerosos enfermos.
Como Jesús nos enseña muchas cosas, necesarias para el cielo: nos enseña el amor a la pobreza, pero no cualquier pobreza, sino la pobreza de la cruz, que es la pobreza de Jesucristo, porque siendo rico de bienes materiales –era el hijo del gobernador y su familia tenía mucho dinero, pero lo vendió todo para darlo a los pobres-, prefirió los bienes del cielo, es decir, en vez de atesorar dinero en la tierra –oro, plata, dólares, euros-, prefirió hacer caso a lo que nos dice Jesús, que sí quiere que atesoremos tesoros, pero espirituales y en el cielo (cfr. Mt 6, 20), y esos tesoros espirituales son las obras de misericordia y la gracia.
Al igual que Jesucristo, que fue “herido y humillado por nuestras culpas”, así también San Roque se contagió la peste bubónica sin estar él enfermo, para curar a los más necesitados, y como Jesús, que sufrió una acusación y cárcel injusta, también San Roque. Todo este mensaje de santidad se puede resumir en uno: el amor de caridad de San Roque, manifestado en el cuidado de los afectados por la peste bubónica, es participación en el Amor de caridad de Nuestro Señor Jesucristo, que cargó sobre sí nuestros pecados y recibió en sí mismo, siendo él el Cordero Inocente, el castigo por nuestros pecados, para devolvernos la salud espiritual, la vida de la gracia, la participación en la vida divina. Al recordarlo en su día, le pidamos a San Roque que, al igual que él, también nosotros seamos capaces de imitar a Jesús, si no en el grado en el que lo imitó, al menos mínimamente, en su humildad, humillación, mansedumbre y caridad.



[1] Cfr. http://www.ewtn.com/spanish/saints/Roque.htm
[2] Mt 10, 38.
[3] La “peste bubónica” o “muerte negra” es una enfermedad infecto-contagiosa producida por una bacteria llamada Pasteurella pestis o Yersinia pestis. Esta se multiplica rápidamente en la corriente sanguínea, produciendo altas temperaturas y muerte por septicemia. La palabra “bubónica” se refiere al característico bubón o agrandamiento de los ganglios linfáticos, cuya piel que los cubre se vuelve de color azulado oscuro o negro, debido a los infartos capilares y al proceso de supuración de los ganglios linfáticos. Se trata de una plaga propia de los roedores, que se transmite entre roedores a través de las pulgas: estas succionan la sangre de una rata infectada, ingiriendo la bacteria junto con la sangre, permaneciendo en el aparato digestivo de la pulga durante tres semanas promedio; la bacteria se transmite cuando la pulga pasa del roedor al humano y, al succionar la sangre de este, lo infecta cuando regurgita en el lugar de la picadura. El transmisor más común de esta infección es la rata negra (Raltus rattus). Este animal es amigable con el hombre, tiene aspecto agradable y está cubierto de una piel negra y brillante. A diferencia de la rata marrón que habita en las cloacas o establos, ésta tiende a vivir en casas o barcos. La cercanía con el hombre favoreció la traslación de las pulgas entre ratas y humanos, y así se propagó la peste. La enfermedad, ya fuera en el caso de las ratas o de los humanos, tenía una altísima tasa de mortandad, y en algunas epidemias alcanzó el 90 por ciento de los casos, siendo considerado “normal” un índice de fallecimiento promedio del 60 por ciento. Cfr. http://historiaybiografias.com/malas01/

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