San Roque nació en Montpellier, de una familia sumamente
rica –su padre era gobernador de la ciudad-, de la cual heredó una fortuna. Sin
embargo, atraído por la pobreza de la Cruz y por la frase de Jesús “El que no
toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí”[2],
una vez que sus padres hubieron fallecido, San Roque vendió todos sus bienes,
repartió el dinero entre los pobres e inició una peregrinación a Roma para
visitar santuarios.
Fue
en esa época en que estalló la peste de la peste bubónica[3]- y
debido al escaso avance de la ciencia en ese entonces, las gentes morían por
montones por todas partes. Roque se dedicó entonces a atender a los más
abandonados, logrando la curación de muchos de un modo milagroso, con sólo
hacerles la señal de la Santa Cruz sobre su frente. A muchísimos ayudó a bien
morir, y él mismo los sepultaba, porque nadie se atrevía a acercarse a los
cadáveres por temor al contagio. Cuando la gente lo veía pasar, decía: “Ahí va
el santo”. Sin embargo, finalmente sucedió lo inevitable, que era el contagio:
el cuerpo del santo se cubrió de manchas negras y úlceras, con lo cual el santo
decidió retirarse a un bosque solitario, para no molestar a nadie, y en el
sitio donde él se refugió, ahí nació un aljibe de agua cristalina, con la cual
se refrescaba.
Llevado
por el ángel de la guarda del santo, un perro de una casa importante de la ciudad
empezó a tomar cada día un pan de la mesa de su amo, caminando luego hacia el
bosque para llevárselo a Roque. Después de varios días de repetirse el hecho,
al dueño le llamó la atención el inusual comportamiento de su perro y lo siguió
hasta el bosque, en donde encontró al pobre santo cubierto de llagas. Entonces
se llevó a Roque a su casa y lo atendió, hasta que se curó completamente. Una vez
repuesto, el santo regresó a su ciudad de Montpellier; sin embargo, al llegar a
la ciudad, que estaba en guerra, los militares lo confundieron con un espía y
lo encarcelaron. Estuvo en prisión durante cinco años, aunque su estadía en
prisión no fue un obstáculo para su fervor evangelizador, puesto que, además de
ofrecer sus humillaciones e injusta cárcel por la salvación de las almas,
consolaba y catequizaba permanentemente a los demás prisioneros.
Hay
retratos suyos en donde se lo ve junto a Nuestro Señor, pues Jesús se le
apareció días antes de morir, para avisarle que pronto vendría a buscarlo para
llevarlo al Reino de los cielos. Jesús le dijo también que antes de morir, le
pidiera una gracia y lo que pidió San Roque fue que se viera libre de toda
peste aquel que lo invocara. Falleció como un santo en la Fiesta de la Asunción
de María Santísima, el 15 de agosto del año 1378. Cuando estaban preparando su
cuerpo para sepultarlo, descubrieron que en su pecho había una señal de la cruz
que su padre le había trazado de pequeñito, por lo que se dieron cuenta de que
era hijo del que había sido gobernador de la ciudad[4]. Tanta
era su fama de santidad, que a su funeral acudió en masa toda la población de
Montpellier y desde entonces, cumpliendo Jesús la promesa que le había
realizado antes de morir, comenzó a conseguir de Dios innumerables milagros, hasta
el día de hoy.
Mensaje
de santidad de San Roque.
Podemos
decir que San Roque imitó y participó de la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Al
igual que Jesús, que siendo rico –por la riqueza de su divinidad- se hizo pobre
–asumió nuestra humanidad, sin dejar de ser Dios- y para darnos de su riqueza
dejó los palacios eternos del Padre en donde habitaba, así también San Roque,
imitándolo, siendo rico materialmente se hizo pobre, para dar sus riquezas a
los pobres. Como Jesús, que es el Buen Samaritano porque nos cura con su Amor y
su gracia santificante que brota de su Corazón traspasado en la Cruz, así
también San Roque curó con su caridad y con la señal de la Cruz a numerosos
enfermos.
Como
Jesús nos enseña muchas cosas, necesarias para el cielo: nos enseña el amor a
la pobreza, pero no cualquier pobreza, sino la pobreza de la cruz, que es la
pobreza de Jesucristo, porque siendo rico de bienes materiales –era el hijo del
gobernador y su familia tenía mucho dinero, pero lo vendió todo para darlo a
los pobres-, prefirió los bienes del cielo, es decir, en vez de atesorar dinero
en la tierra –oro, plata, dólares, euros-, prefirió hacer caso a lo que nos
dice Jesús, que sí quiere que atesoremos tesoros, pero espirituales y en el
cielo (cfr. Mt 6, 20), y esos tesoros espirituales son las
obras de misericordia y la gracia.
Al
igual que Jesucristo, que fue “herido y humillado por nuestras culpas”, así
también San Roque se contagió la peste bubónica sin estar él enfermo, para
curar a los más necesitados, y como Jesús, que sufrió una acusación y cárcel
injusta, también San Roque. Todo este mensaje de santidad se puede resumir en
uno: el amor de caridad de San Roque, manifestado en el cuidado de los
afectados por la peste bubónica, es participación en el Amor de caridad de
Nuestro Señor Jesucristo, que cargó sobre sí nuestros pecados y recibió en sí
mismo, siendo él el Cordero Inocente, el castigo por nuestros pecados, para
devolvernos la salud espiritual, la vida de la gracia, la participación en la
vida divina. Al recordarlo en su día, le pidamos a San Roque que, al igual que
él, también nosotros seamos capaces de imitar a Jesús, si no en el grado en el
que lo imitó, al menos mínimamente, en su humildad, humillación, mansedumbre y caridad.
[1] Cfr. http://www.ewtn.com/spanish/saints/Roque.htm
[2] Mt 10, 38.
[3] La “peste bubónica” o “muerte
negra” es una enfermedad infecto-contagiosa producida por una bacteria llamada
Pasteurella pestis o Yersinia pestis. Esta se multiplica rápidamente en la
corriente sanguínea, produciendo altas temperaturas y muerte por septicemia. La
palabra “bubónica” se refiere al característico bubón o agrandamiento de los
ganglios linfáticos, cuya piel que los cubre se vuelve de color azulado oscuro
o negro, debido a los infartos capilares y al proceso de supuración de los
ganglios linfáticos. Se trata de una plaga propia de los roedores, que se
transmite entre roedores a través de las pulgas: estas succionan la sangre de
una rata infectada, ingiriendo la bacteria junto con la sangre, permaneciendo
en el aparato digestivo de la pulga durante tres semanas promedio; la bacteria
se transmite cuando la pulga pasa del roedor al humano y, al succionar la
sangre de este, lo infecta cuando regurgita en el lugar de la picadura. El
transmisor más común de esta infección es la rata negra (Raltus rattus). Este
animal es amigable con el hombre, tiene aspecto agradable y está cubierto de
una piel negra y brillante. A diferencia de la rata marrón que habita en las
cloacas o establos, ésta tiende a vivir en casas o barcos. La cercanía con el
hombre favoreció la traslación de las pulgas entre ratas y humanos, y así se
propagó la peste. La enfermedad, ya fuera en el caso de las ratas o de los
humanos, tenía una altísima tasa de mortandad, y en algunas epidemias alcanzó
el 90 por ciento de los casos, siendo considerado “normal” un índice de fallecimiento
promedio del 60 por ciento. Cfr. http://historiaybiografias.com/malas01/
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