Vida de santidad[1].
San
Pedro Julián Eymard, presbítero, nació el 2 de agosto de 1811 en París y murió
en el año 1868. Fue canonizado por Pío XI el 12 de julio de 1925 y canonizado
por Juan XXIII el 9 de diciembre de 1962. Trabajó con su padre en su fábrica de
cuchillos y más tarde en una prensa de aceite, hasta que cumplió 18 años. En
sus horas libres estudiaba latín y recibía clases de un sacerdote de Grénoble,
con quien también trabajo por un tiempo. Fue primeramente sacerdote diocesano y
después miembro de la Compañía de María. Adorador eximio del misterio
eucarístico, instituyó dos nuevas congregaciones, una de clérigos y otra de
mujeres, para fomentar y difundir la piedad eucarística.
El
centro de su vida espiritual fue siempre la devoción al Santísimo Sacramento.
El santo decía: “Sin Él, perdería yo mi alma”. El santo nos relata una
experiencia extraordinaria en una procesión de Corpus Christi, mientras llevaba
al Santísimo en sus manos: “Mi alma se inundó de fe y de amor por Jesús en el
Santísimo Sacramento. Las dos horas pasaron como un instante. Puse a los pies
del Señor a la Iglesia de Francia, al mundo entero, a mí mismo. Mis ojos
estaban llenos de lágrimas, como si mi corazón fuese un lagar. Hubiese yo
querido en ese momento que todos los corazones estuvieran con el mío y se
incendiaran con un celo como el de San Pablo”.
Hizo
una peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Fourviéres en 1851: “Me
obsesionaba la idea de que no hubiese ninguna congregación consagrada a
glorificar al Santísimo Sacramento, con una dedicación total. Debía existir esa
congregación. Entonces prometí a María trabajar para ese fin. Se trataba aún de
un plan muy vago y no me pasaba por la cabeza abandonar la Compañía de María ¡Que
horas tan maravillosas pasé ahí!”. Después de 4 años en la Seyne, alentado por
los mismos fundadores de los Maristas, Pío IX y el venerable Juan Colin, decide
salir de la Compañía de María para fundar la nueva Congregación de Sacerdotes Adoradores
del Santísimo Sacramento, en 1856. Presenta su plan al Monseñor Sibour,
Arzobispo de París, recibiendo su aprobación a los 12 días. El Padre Eymard
tuvo que enfrentar muchas críticas por haberse salido de la Compañía de María y
sufrió oposición a su obra. El Santo les decía: “No comprenden la obra y creen
que hacen bien en oponerse a ella. Ya sabía yo que la obra iba a ser
perseguida. ¿Acaso el Señor no fue perseguido durante su vida?”. La principal
misión de los sacerdotes es la adoración del Santísimo Sacramento, en lo cual
ayudan los hermanos legos.
El
P. Eymard funda la congregación de las Siervas del Santísimo Sacramento en
1852, también dedicadas a la adoración perpetua y a propagar el amor al Señor.
También funda la Liga Eucarística Sacerdotal cuyos miembros se comprometen a
una hora diaria de oración ante el Santísimo.
Fundó la “Obra de Adultos”, organización que se dedica a preparar a
hombres y mujeres adultos para la primera comunión cuando por razón de edad o
trabajo no podían asistir a la catequesis parroquial.
Organizó
la Archicofradía del Santísimo Sacramento que luego el derecho canónico ordena
establecer en todas las parroquias. Escribió varias obras sobre la Eucaristía
que han sido traducidas a varios idiomas.
Muchos lo consideraban un verdadero santo, se le notaba en todo: en su
vida diaria llena de obras y virtudes, en especial el amor, y en sus dones sobrenaturales.
Tenía visiones proféticas, adivinaba los pensamientos y leía los
corazones. San Juan Bautista Vianney lo
conoció personalmente y dijo de él: “Es un santo. El mundo se opone a su obra
porque no la conoce, pero se trata de una empresa que logrará grandes cosas por
la gloria de Dios. ¡Adoración Sacerdotal, que maravilla! Decid al P. Eymard que
pediré diariamente por su obra”. En sus últimos años de vida, el P. Eymard padeció
numerosas enfermedades, entre ellas, artritis reumática, e insomnio, a las
cuales se agregraban innumerables dificultades de todo orden.
Una
vez dejó ver el desaliento que sufría, según escribe el P. Mayet en 1868: “Nos
abrió su corazón y nos dijo: “Estoy abrumado bajo el peso de la cruz,
aniquilado, deshecho”. Necesitaba el consuelo de un amigo, ya que, según nos
explicó: “Tengo que llevar la cruz totalmente solo para no asustar o desalentar
a mis hermanos”. Presentía su muerte. Su hermana le pidió en febrero que fuera
con más frecuencia a Mure, él le dijo: “Volveré más pronto de lo que imaginas”.
El
P. Eymard fue a visitar a sus amigos y penitentes, hablándoles como si fuese la
última vez que los veía. El 21 de febrero el Padre Eymard salió de Grénoble
rumbo a la Mure. Por el intenso calor y cansancio, llega casi sin conocimiento
y con un ataque de parálisis parcial. Muere el 1 de agosto. Antes de finalizar
ese año ocurren varios milagros en su tumba.
Además
de sus innumerables virtudes, vividas en modo heroico, el principal mensaje de
santidad que nos deja San Pedro Julián Eymard es su gran piedad, devoción y
amor hacia la Eucaristía. Por ello, meditaremos brevemente en un texto suyo, en
el cual dice así nuestro santo: “La Eucaristía es la vida de los pueblos. La
Eucaristía les ofrece un centro de vida. Todos pueden encontrarse sin barrera
de raza ni de lengua para la celebración de las fiestas de la Iglesia. Les da
una ley de vida, la de la caridad cuya fuente es; forma así un vínculo entre
ellos, una nueva relación familiar cristiana. Todos comen del mismo pan, todos
son comensales de Jesucristo, que crea sobrenaturalmente entre ellos un vínculo
de costumbres fraternales. Lean los Hechos de los Apóstoles. Afirman que la
multitud de los primeros cristianos: judíos convertidos y paganos bautizados,
pertenecientes a diferentes regiones, “no tenían sino un solo corazón y una
sola alma” (He 4, 32). ¿Por qué?
Porque eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la “fracción
del pan” (He 2,42). Para San Pedro
Julián Eymard, la Eucaristía es “la vida de los pueblos”, es “un centro de vida”,
pero no de una vida meramente humana, como si la Eucaristía los congregara a
los pueblos en torno a un ideal meramente moral: la Eucaristía, en el
pensamiento del P. Eymard, es fuente de vida divina, porque infunde en los
pueblos la caridad, que es el Amor sobrenatural, que brota del Ser divino
trinitario de Jesús Eucaristía. Y es este Amor divino, que surge de la
Eucaristía, el que convierte a los hombres en hermanos entre sí, al estar todos
animados por un mismo espíritu, el Espíritu Santo, el Amor de Dios.
Luego
compara a la Eucaristía con el sol y nuestra tierra: así como nuestro planeta
recibe del sol la luz, el calor y la vida, así las almas y las naciones todas,
reunidas en torno a la Eucaristía, Sol de justicia, reciben la luz divina, el
calor del Divino Amor y la Vida misma de Dios Trino: “Pues sí, la Eucaristía es
la vida de las almas y de las sociedades, como el sol es la vida de los cuerpos
y de la tierra. Sin el sol, la tierra sería estéril, él la fecunda, la vuelve
bella y rica; él da a los cuerpos la agilidad, la fuerza y la belleza. Ante
estos efectos prodigiosos, no es de extrañar que los paganos lo hayan adorado
como el dios del mundo. De hecho, el astro del día obedece a un Sol supremo, al
Verbo divino, a Jesucristo, que ilumina todo hombre que viene a este mundo y
que, por la Eucaristía, sacramento de vida, actúa personalmente, en lo más
íntimo de las almas, para formar así familias y pueblos cristianos. ¡Cuán
feliz, mil veces feliz, el alma fiel que encontró este tesoro escondido, que va
a beber a esta fuente de agua viva, que come con frecuencia este Pan de vida
eterna!”.
Para
San Pedro Julián Eymard, la Eucaristía es también el vínculo de amor que une a
los miembros de una familia, en torno a la Cena del Señor, la Santa Misa, para
alimentarlos con la substancia divina y con el mismo Amor Divino que late en el
Corazón Eucarístico de Jesús Sacramentado: “La sociedad cristiana es una
familia. El vínculo entre sus miembros es Jesús Eucaristía. Él es el Padre que
aderezó la mesa de familia. La hermandad cristiana ha sido promulgada en la
Cena con la paternidad de Jesucristo; él llama a sus apóstoles “figlioli”, esto
es, hijitos míos, y les manda amarse los unos a los otros como él los ha amado”.
Por
la Eucaristía, los hombres reciben un mismo alimento que los convierte no solo
en una misma y única familia, la familia de los hijos de Dios, sino que los
hace formar parte de un único cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, y así están
todos animados por un mismo espíritu, el Espíritu Santo, de la misma manera a
como los órganos del cuerpo de un hombre, están todos animados por la misma y única
alma de ese hombre: “En la sagrada mesa, todos son hijos que reciben la misma
comida, y san Pablo saca la consecuencia de que no forman sino una sola
familia, un solo cuerpo, ya que participan todos del mismo pan que es
Jesucristo (1 Cor 10, 16-17).
Por
último, es por la Eucaristía que los cristianos obtienen la fuerza de la
caridad, esto es, del Amor Divino, la única fuerza celestial capaz de
transformar este mundo en un mundo de paz, en el que los hijos de Dios se amen “los
unos a los otros”, como Jesús nos ha amado, y es para que recibamos este Divino
Amor, que se nos entrega Jesús, todo Él, en la comunión: “En fin, la Eucaristía
da a la sociedad cristiana la fuerza de practicar la ley de la caridad y del
respeto hacia el prójimo. Jesucristo quiere que uno honre y ame a sus hermanos.
Para ello, se personifica en ellos: “Cada vez que lo hagan con uno de mis
humildes hermanos, conmigo lo hacen” (Mt
25, 40); y se da a cada uno en comunión”.
Al
recordarlo en su día, le pidamos que interceda por nosotros para que no solo no
nos acostumbremos a recibir la Eucaristía de modo mecánico, frío o indiferente,
sino para que, encendidos nuestros corazones en el Fuego del Divino Amor,
seamos capaces de apreciar, vivir y amar los sagrados misterios del Cuerpo y
Sangre de Jesús, con la misma intensidad con las que San Pedro Julián Eymard
los apreció, vivió y amó, de modo que, al igual que nuestro santo, la
Eucaristía sea el Sol de justicia alrededor del cual giren nuestras almas.
[1] Cfr. http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20170802&id=12708&fd=0
; cfr.
Herbert Thurston, Vidas de los santos de A. Butler.
[2] Texto del P.
Eymard que la liturgia nos ofrece para el Oficio de las Horas; ©2001
Congregation of the Blessed Sacrament http://blessedsacrament.com (713)
667-4451 email: jtlanesss@blessedsacrament.com
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