Santo
Domingo de Guzmán
Nació en Caleruega, España, en 1171. Su madre, la beata
Juana de Aza, lo educó en la más estricta formación religiosa. A los 14 años se
fue a vivir con un tío sacerdote en Palencia en cuya casa trabajaba y
estudiaba. La gente decía que en edad era un jovencito pero que en seriedad
parecía un anciano. A los 24 años de edad, Domingo fue llamado por el obispo de
Osma para ser canónigo de la catedral. A los 25 años fue ordenado sacerdote[2].
Su
goce especial era leer libros religiosos, y hacer caridad a los pobres. En un viaje que hizo, acompañando a su
obispo por el sur de Francia, se dio cuenta de que los herejes habían invadido
regiones enteras y estaban haciendo un gran mal a las almas, a lo cual se
sumaba un errado método por parte de los misioneros católicos: los predicadores
llegaban en carruajes elegantes, con ayudantes y secretarios, se hospedaban en
los mejores hoteles, y su vida no era ciertamente un modelo de la mejor
santidad. De esa manera, las conversiones de herejes que conseguían, eran
mínimas. Domingo se propuso un modo de misionar totalmente diferente: el
misionero debía ser pobre como el pueblo, debía dar ejemplo de vida en todo y
debía dedicarse con todas sus energías a enseñarles la verdadera religión. Se
consiguió un grupo de compañeros y con una vida de total pobreza y santidad, iniciando
la evangelización con grandes éxitos apostólicos. Sus armas para convertir eran
la oración –principalmente, el Santo Rosario-, la paciencia, la penitencia, y
muchas horas dedicadas a instruir a los ignorantes en religión.
Cuando
algunos católicos trataron de acabar con los herejes por medio de las armas, o
de atemorizarlos para que se convirtieran, les dijo: “Es inútil tratar de
convertir a la gente con la violencia. La oración hace más efecto que todas las
armas guerreras. No crean que los oyentes se van a conmover y a volver mejores porque
nos vean muy elegantemente vestidos. En cambio con la humildad sí se ganan los
corazones”.
En
agosto de 1216 fundó Santo Domingo su Comunidad de predicadores; los preparó de
la mejor manera que le fue posible y los envió a predicar, y la nueva comunidad
tuvo una bendición de Dios tan grande que a los pocos años ya los conventos de
los dominicos eran más de setenta, y se hicieron famosos en las grandes
universidades, especialmente en la de París y en la de Bolonia. Santo Domingo
dio a sus religiosos unas normas que han conseguido grandes santos a lo largo
de los siglos –entre ellos, Santo Tomás de Aquino-, como por ejemplo: primero
contemplar, y después enseñar: dedicar tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y
meditar las enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia; después sí predicar con
todo el entusiasmo posible; predicar siempre y en todas partes: Santo Domingo
quería que el oficio principalísimo de sus religiosos sea predicar, catequizar,
propagar las enseñanzas católicas por todos los medios posibles, dando él mismo
el ejemplo: donde quiera que llegaba empleaba la mayor parte de su tiempo en
predicar y enseñar catecismo.
Cada
año hacía varias cuaresmas, o sea, pasaba varias temporadas de a 40 días
ayunando a pan y agua. Siempre dormía sobre duras tablas. Caminaba descalzo por
caminos irisados de piedras y por senderos cubiertos de nieve. No se colocaba
nada en la cabeza ni para defenderse del sol, ni para guarecerse contra los
aguaceros. Soportaba los más terribles insultos sin responder ni una sola
palabra. Cuando llegaban de un viaje empapados por los terribles aguaceros
mientras los demás se iban junto al fuego a calentarse un poco, el santo se iba
al templo a rezar. Un día en que por venganza los enemigos los hicieron caminar
descalzos por un camino con demasiadas piedrecitas afiladas, el santo
exclamaba: “La próxima predicación tendrá grandes frutos, porque los hemos
ganado con estos sufrimientos”. Y así sucedió en verdad. Sufría de muchas
enfermedades, pero sin embargo seguía predicando y enseñando catecismo sin
cansarse ni demostrar desánimo[3].
La
misión de los dominicos, predicar para llevar almas a Cristo, encontró grandes
dificultades pero la Virgen vino a su auxilio. Estando en Fangeaux una noche,
en oración, tiene una revelación donde, según la tradición, la Virgen le revela
el Rosario como arma poderosa para ganar almas.
Al
vivir en gracia, Jesús le comunicaba de su paz y su alegría, y esa es la razón
por la cual la gente lo veía siempre con rostro alegre, gozoso y amable. Sus
compañeros decían: “De día nadie más comunicativo y alegre. De noche, nadie más
dedicado a la oración y a la meditación”. Pasaba noches enteras en oración y era
de pocas palabras cuando se hablaba de temas mundanos, pero cuando había que
hablar de Nuestro Señor y de temas religiosos entonces sí que charlaba con
verdadero entusiasmo. Sus libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo y las
Cartas de San Pablo. Siempre los llevaba consigo para leerlos día por día y
prácticamente se los sabía de memoria, recomendándoles a sus discípulos que no
pasaran ningún día sin leer alguna página del Nuevo Testamento o del Antiguo. Totalmente
desgastado de tanto trabajar y sacrificarse por el Reino de Dios a principios
de agosto del año 1221 se sintió falto de fuerzas, estando en Bolonia, la
ciudad donde había vivido sus últimos años. Tuvieron que prestarle un colchón
porque no tenía. El 6 de agosto de 1221, mientras le rezaban las oraciones por
los agonizantes, cuando le decían: “Que todos los ángeles y santos salgan a
recibirte”, dijo: “¡Qué hermoso, qué hermoso!” y expiró. A los 13 años de haber
muerto, el Sumo Pontífice lo declaró santo y exclamó al proclamar el decreto de
su canonización: “De la santidad de este hombre estoy tan seguro, como de la
santidad de San Pedro y San Pablo”.
Sin
duda alguna, además de todas sus virtudes heroicas, que lo convirtieron en uno
de los más grandes santos de la Iglesia, el legado más grande que nos dejó
Santo Domingo de Guzmán, es el rezo del Santo Rosario[5],
como arma espiritual para enfrentar con éxito absolutamente todas las
tribulaciones que pudieran sobrevenirnos en este “valle de lágrimas”. Aunque más
bien, siendo precisos, fue en realidad la Madre de Dios en persona, quien le
enseñó a Santo Domingo a rezar el rosario. Este hecho, que está atestiguado por
innumerables testimonios y documentos pontificios, sucedió en el año 1208 y
sucedió así: Santo Domingo se encontraba desanimado debido a que luego de un
durísimo trabajo de años, caracterizados por la predicación, sus oraciones y
sacrificios, solo había logrado convertir a muy pocos herejes albigenses. Mientras
se encontraba en esta situación, en Prouille, junto a una capilla dedicada a la
Santísima Virgen, se le apareció la Madre de Dios, con el Niño entre sus brazos
y con el Santo Rosario en una mano. Santo Domingo, llevado por la desazón, le
suplicó a Nuestra Señora que lo ayudara, pues sentía que no estaba logrando
casi nada. Como respuesta a su pedido, la Virgen le entregó a Santo Domingo el
Rosario, además de enseñarle a recitarlo. También le dijo que lo predicara por
todo el mundo, prometiéndole al mismo tiempo que muchos pecadores se
convertirían y obtendrían abundantes gracias. Así lo hizo Santo Domingo y muy pronto
una gran cantidad de albigenses volvieron a la fe católica.
En
el momento de entregarle el Santo Rosario, la Santísima Virgen, además de
decirle que propagara esta devoción, le indicó que la utilizara como arma
poderosa de modo especial contra de los enemigos de la Fe. Y verdaderamente, fue
con esta arma espiritual valiosísima, entregada por la Virgen en persona, que
Santo Domingo de Guzmán logró derrotar la herejía albigense, caracterizada por
un dualismo gnóstico según el cual había dos dioses, uno del bien y otro del
mal, siendo el bueno el creador de lo espiritual y el malo, de todo lo
material. Como consecuencia, para los albigenses, todo lo material es malo: así,
el cuerpo es material; por tanto, el cuerpo es malo. Jesús tuvo un cuerpo, por
consiguiente, Jesús no es Dios. Otros errores de esta secta gnóstica consistía
en negar la validez de los sacramentos y la verdad de que María es la Madre de
Dios, además de rechazar la autoridad del Papa, estableciendo sus propias
normas y creencias erróneas y heréticas. Desde entonces, el Santo Rosario se
mantuvo como la oración predilecta durante casi dos siglos y cuando la devoción
empezó a disminuir, la Virgen se apareció al también dominico Beato Alano de la
Rupe y le dijo que reviviera dicha devoción, reiterando las promesas dadas a Santo
Domingo[6] para
quienes recitaran el Santo Rosario, además de asegurarle que habrían de
necesitarse volúmenes inmensos para registrar todos los milagros logrados por
medio del Santo Rosario, lo cual es más que cierto.
[6] La Virgen María le hizo 15
Promesas a Santo Domingo de Guzmán y luego a Alano de la Rupe, dirigidas a quienes recen
el Santo Rosario: 1 – A todos los que recen devotamente mi Rosario, prometo mi
protección especial y muy grandes gracias. 2 – El que persevere en el rezo de
mi Rosario recibirá alguna gracia insigne. 3 - El Rosario
será una defensa muy poderosa contra el infierno; destruirá los vicios, librará
del pecado, disipará las herejías. 4 – El Rosario hará florecer las virtudes y
las buenas obras y obtendrá a las almas las más abundantes misericordias
divinas. Sustituirá en los corazones el amor del mundo con el amor de Dios y
los elevará al deseo de los bienes celestiales y eternos. 5 – El que se confíe
en mí con el Rosario no perecerá. 6 – El que rece devotamente mi Rosario,
meditando sus misterios, no se verá oprimido por la desgracia. Si es pecador,
se convertirá. Si es justo, crecerá en gracia y tendrá la recompensa de la vida
eterna. 7 – Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos
de la Iglesia. 8 – Los que recen mi Rosario encontrarán durante su vida y en la
hora de la muerte la luz de Dios, la plenitud de sus gracias y participarán de
los méritos de los bienaventurados. 9 – Libraré muy prontamente del purgatorio
a las almas devotas de mi Rosario. 10 – Los verdaderos hijos de mi Rosario
gozarán de una gran gloria en el cielo. 11 – Lo que pidáis mediante mi Rosario,
lo obtendréis. 12 – Los que propaguen mi Rosario serán socorridos por mí en
todas sus necesidades. 13 – He obtenido de mi Hijo que todos los miembros de la
Cofradía del Rosario tengan por hermanos durante la vida y en la hora de la
muerte a los santos del cielo. 14 – Los que rezan fielmente mi Rosario son
todos mis hijos muy amados, hermanos y hermanas de Jesucristo. 15 – La devoción
a mi Rosario es una gran señal de predestinación. Cfr. http://forosdelavirgen.org/3210/las-20-promesas-de-la-ssma-virgen-a-quienes-lleven-consigo-el-santo-rosario/
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