Vida de santidad[1].
La
primera referencia de su vida la proporciona, Gerardo de Fraschetom, un
dominico contemporáneo de Simón y fallecido en 1271. Otra reseña pertenece a
1430. Respecto a la fecha de nacimiento, en diversos textos, se fija la de
1165. Pero si fuese así, al asumir el oficio de general de la Orden en 1247
–hecho corroborado– tendría 82 años, algo improbable siendo que algunos
aseguran que estuvo al frente de la misma veinte años. Más inverosímil cuando
otros advierten que fueron cincuenta. Además, es impensable que a esta edad
recorriera apostólicamente diversos países como algunos han asegurado. Por otro
lado, no se puede atribuir su apellido Stock a que morase en un tronco, significado
del término inglés “stock”, aunque algunos autores sí lo hacen, aludiendo a que
de pequeño y de joven, Simón pasaba largas horas en oración como un ermitaño[2].
De sus padres, infancia y demás no consta información. De lo que no se duda es
que nació en Kent, y también su relevancia en la orden carmelita. Se acepta la
tradición que le atribuye la aparición de María, así como la imposición del
santo escapulario del Carmen. Hay quien lo ha situado en Roma como predicador
itinerante y de allí partiría a Tierra Santa donde permaneció afincado un
tiempo.
Seguramente,
al participar en las Cruzadas sería un hombre de cierto vigor, y estaría lleno
de los ideales que impulsaron a tantos otros a luchar para defender la fe
frente a sus enemigos. Siguiendo los datos cruciales aportados por sus hermanos
de religión, se sabe que al encontrarse con los primeros integrantes de la
Orden carmelita, que estaba naciendo en el corazón del yermo en los santos
lugares, se vinculó a ellos hasta que la invasión de los sarracenos afectó de
lleno a las comunidades primigenias que se vieron obligadas a abandonar la zona
y a dispersarse por tierras lejanas. Simón formó parte de los que regresaron a
Europa y se afincó en Kent. En 1247 en el capítulo general de los carmelitas,
celebrado en Aylesford, Inglaterra, fue elegido general de la Orden del Carmelo,
el sexto, como sucesor de Alan, desempeñando ese cargo hasta su muerte. Las
fuentes, que son de sus contemporáneos, proporcionan con rigor datos de su vida
desde este momento en el que lo designaron para regir los caminos de todos. Su
gobierno fue pródigo en bendiciones espirituales y apostólicas y de incesante
actividad, fijando los pilares de la Orden (aprobada en 1274 por el concilio de
Lyon), y velando por su extensión. A él se debe un cambio estructural en la
misma que de ser eremítica pasó a convertirse en cenobítica y mendicante. Fue
su impulsor en Europa. Además, con la venia de Inocencio IV, modificó la regla
de san Alberto, mitigándola.
Partidario
de la vida activa, sin dejar la contemplación, Simón tuvo el acierto de abrir
casas en puntos neurálgicos culturales: Cambridge, Oxford, París, Bolonia…,
favoreciendo la formación universitaria de los miembros más jóvenes y el
aumento de vocaciones que llevaba anexa. Pero también propagó la fundación por
Chipre, Mesina, Marsella, York, Nápoles, entre otras ciudades. Ahora bien, esta
acción que podemos valorar positivamente en estos momentos, no fue bien acogida
por una parte de los carmelitas ya que hubo un descontento interno y una
resistencia a la expansión de la Orden por parte de algunos, lo cual creó una
difícil situación que acarreó a Simón muchos sufrimientos. Y como su devoción
por la Virgen María estaba por encima de todo, a Ella acudía diariamente
buscando su amparo, siendo su devoción a la Virgen María, el haber sido llamado
“el amado de María”. A Ella le componía himnos, que luego recitaba.
Precisamente,
se encontraba en una situación de tensión interna en la orden, cuando habiendo
acudido a la Virgen pidiendo su auxilio, el 16 de julio de 1251 hallándose en
oración en Cambridge, se le apareció la Virgen María acompañada de una multitud
de ángeles. Portaba en sus manos el escapulario que le entregó, diciéndole: “Éste
será privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él no
padecerá el fuego eterno; el que con él muriese se salvará”. Así está
consignado en el catálogo de los santos de la Orden. En el siglo XIII Guillermo
de Sandwich O.C. se hizo eco en su “Crónica” de esta aparición, momento también
en el que la Virgen le prometió la ayuda del papa. Hacia 1430 Johannes Grossi
en su “Viridarium” dio cuenta del hecho, posteriormente documentado en 1642 con
un escrito dictado por el propio Simón a su confesor. Además, está la innegable
fuerza de la tradición que lo ha mantenido vivo, acrecentando la devoción al
santo escapulario, que ha sido secundada por diversos pontífices a través de
varias indulgencias. Esta piedad recogida en la liturgia carmelita consta de
dos hermosas composiciones dedicadas a María, cuya autoría se atribuye a Simón:
“Flos Carmeli” y “Ave Stella Matutina”, símbolo de su amor a la Madre de Dios. Murió
hacia 1265 en Bordeaux, Francia –algunos establecen la fecha como el 16 de mayo
de ese año– mientras se hallaba de visita en la provincia de Vasconia. En 1951
sus restos se trasladaron al convento de Aylesford de Kent. En el siglo XVI la
Orden insertó su culto en su calendario litúrgico, incluida en la reforma del
mismo emprendida tras el Concilio Vaticano II. En 1983 Juan Pablo II lo
denominó “El santo del escapulario”. Aunque es venerado por los Carmelitas
desde por lo menos 1564 nunca ha sido oficialmente canonizado, aunque el
Vaticano aprueba que los carmelitas celebren esta fiesta.
Mensaje de santidad.
Su
principal mensaje de santidad es su gran amor filial a María Santísima, a la
cual acudía en todo momento y, sobre todo, en situaciones que suscitaban
preocupación o angustia. De hecho, como vimos, uno de los dones más preciosos
para la Iglesia de todos los tiempos, el Escapulario de Nuestra Señora del
Carmen, lo recibió estando en oración a la Madre de Dios. como parte central de
su devoción y amor a la Virgen, San Simón Stock rezaba así cada día pidiendo
por su Orden, con esta oración compuesta por él: “Flor del Carmelo Viña florida,
esplendor del cielo; Virgen fecunda y singular; oh Madre dulce de varón no
conocida; a los carmelitas, proteja tu nombre, estrella del mar”.
Como
vimos en su hagiografía, a San Simón Stock se le apareció la Virgen el 16 de
julio de 1251 y le entregó el escapulario mientras le decía: “Toma este hábito,
el que muera con él no padecerá el fuego eterno” (parte de la promesa es también
que la Virgen irá a buscar al alma, si está en el Purgatorio, al sábado
siguiente después de su muerte, con lo que la estadía en el Purgatorio, para
quienes lleven devota y filialmente el Escapulario, no será nunca más de siete
días). Además de su vida de santidad, el mensaje de santidad de San Simón Stock
está relacionado con la devoción y el uso del Escapulario, debido al don
inmenso que este comporta: evitar la eterna condenación en el infierno y la
salvación eterna del alma, aunque cabe siempre aclarar que esta promesa del
Escapulario lleva implícito el propósito de vivir en gracia y evitar el pecado,
ya que no se trata de un “protector mágico” que permita portarlo pero
conducirse al mismo tiempo según los principios del mundo y no los mandamientos
de Cristo. Llevar el Escapulario implica también imitar a la Santísima Virgen
en sus virtudes, algo en lo que también se destacó San Simón Stock.
[1] http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20170516&id=14498&fd=0
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