Vida de santidad[1].
San
Isidro nació en Madrid en el año 1082, en una humilde casa cercana a la iglesia
de San Andrés, de padres cristianos mozárabes[2]. Sus
padres eran unos campesinos sumamente pobres que ni siquiera pudieron enviar a
su hijo a la escuela y por esa razón San Isidro no era muy instruido. Sin embargo,
esta carencia en su formación humana fue compensada con creces, ya que sus
padres le enseñaron la más grande enseñanza que los padres puedan dar a sus
hijos: le enseñaron a tener temor de ofender a Dios, un gran amor de caridad
hacia el prójimo y un enorme aprecio por la oración, por la Santa Misa y la
Comunión y un gran amor filial por la Virgen.
Quedó
huérfano a la edad de diez años, empezando desde esa temprana edad a trabajar
como peón de campo, ayudando en la agricultura a Don Juan de Vargas, un dueño
de una finca, cerca de Madrid. Se unió en matrimonio con María Toribia, una
sencilla campesina que también llegó a ser santa y ahora se llama Santa María
de la Cabeza (no porque ese fuera su apellido, sino porque su cabeza es sacada
en procesión en rogativas, cuando pasan muchos meses sin llover). Precisamente,
en casa de Vargas nacería Illán, hijo de Isidro y de María, y fue en esa casa
en donde tuvo lugar uno de los numerosos milagros –más de cuatrocientos,
constatados en su proceso de canonización- que se atribuyen al santo: siendo
muy pequeño el hijo de Isidro, en un momento de descuido, se cayó a un pozo,
provocando una gran angustia a su madre. Al enterarse de lo sucedido, San
Isidro suplicó a la Virgen de la Almudena su mediación y apenas terminada la
oración, el agua comenzó a subir inexplicablemente, llegando casi a rebasar el
borde del pozo lo cual le permitió extraer a Illán sin rasguño alguno[3].
Isidro
se levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin haber
asistido antes a la Santa Misa, dato que es corroborado por el Papa Gregorio
XV, quien dijo de él: “Nunca salió para su trabajo sin antes oír, muy de
madrugada, la Santa Misa y encomendarse a Dios y a su Madre Santísima”. Esto significa
que la fuente de su santidad era la Eucaristía y que el portal bendito por el
que le llegaban las gracias necesarias para su vida de santidad, era la Madre
del cielo, la Virgen María, a la cual se encomendaba todos los días.
Aunque
no era muy instruido en las ciencias humanas, San Isidro poseía sin embargo una
gran sabiduría celestial, que le hacía despreciar los bienes terrenos y desear
los bienes celestiales, los primeros entre todos, la Eucaristía y la Virgen[4]. Se
distinguía además por su gran dedicación a su trabajo de agricultor, tarea que
cumplía con gran destreza: uncir los bueyes, cuidar de los animales, podar los
rastrojos, trabajar en la vendimia, la siembra, la cosecha, etc., aunque lo que
hacía grande y santo a su trabajo, no era solo la dedicación, el sacrificio y el
esfuerzo que ponía en cada tarea, sino que lo ofrecía siempre a Jesús y a la
Virgen, al igual que también hacía lo propio su esposa, María.
San
Isidro amaba tanto a la Virgen y a Jesús Eucaristía, que anteponía la Santa
Misa –y la unión en el Amor con Jesús Eucaristía-, a su trabajo, aunque nunca
dejaba de cumplir con su trabajo, aun cuando asistía a Misa todos los días. Precisamente,
un clamoroso hecho sobrenatural, narrado en el proceso de canonización, se
produjo en ocasión de su trabajo, hecho que a la vez comprueba la afirmación de
que “Dios no se deja ganar en generosidad”: su ángel de la guarda araba por él,
mientras San Isidro estaba en Misa.
Sucedió
que sus compañeros de trabajo lo demandaron a su patrón, acusándolo de que
llegaba tarde a sus labores, lo cual era verdad; es decir, San Isidro
efectivamente llegaba tarde porque asistía a la Santa Misa. Sin embargo, su
patrón se sorprendió de que, a pesar de que llegara tarde, su trabajo estaba
siempre bien hecho, y completo. Intrigado por esta aparente contradicción –el
santo llegaba tarde porque iba a Misa, pero su trabajo estaba siempre bien
hecho-, Juan de Vargas decidió investigar por su propia cuenta, y es así como acudió
al lugar de trabajo de San Isidro, ocultándose para pasar desapercibido. Desde ese
lugar, Juan de Vargas pudo comprobar, con sus propios ojos, la razón por la
cual, a pesar de que San Isidro llegaba tarde al trabajo a causa de la Misa, su
labor estaba siempre realizada a la perfección: un ángel –probablemente su
ángel custodio- lo reemplazaba en su tarea, arando las tierras para que pudiera
asistir tranquilo a Misa sin faltar a su trabajo. Este es uno de los milagros
más conocidos del santo y es la razón por la cual en la iconografía se lo
representa con unos bueyes y con un ángel tirando de ellos.
Lo
que ganaba como jornalero, Isidro lo distribuía en tres partes: una para el
templo, otra para los pobres y otra para su familia (constituida por él, su esposa
y su hijito). Amaba a Dios por sobre todas las cosas, y a las cosas en Dios,
reconociendo en la naturaleza la Sabiduría y el Amor divinos, y este amor a
Dios en la naturaleza lo demostraba cuidando hasta de las pequeñas aves, a las
cuales alimentaba en pleno invierno, esparciendo granos de trigo por el camino
para que las avecillas tuvieran con que alimentarse. Un día lo invitaron a un
gran almuerzo y el santo se llevó con él a varios mendigos a que almorzaran
también. El invitador le dijo disgustado que solamente le podía dar almuerzo a
él y no para los otros. Isidro repartió su almuerzo entre los mendigos y
alcanzó para todos y sobró.
En
el año 1130 sintiendo que se iba a morir hizo humilde confesión de sus pecados
y recomendando a sus familiares y amigos que tuvieran mucho amor a Dios y mucha
caridad con el prójimo, murió santamente. A los 43 años de haber sido sepultado
en 1163 sacaron del sepulcro su cadáver y estaba incorrupto, como si estuviera
recién muerto. Las gentes consideraron esto como un milagro. Poco después el
rey Felipe III se hallaba gravísimamente enfermo y los médicos dijeron que se
moriría de aquella enfermedad. Entonces sacaron los restos de San Isidro del
templo a donde los habían llevado cuando los trasladaron del cementerio. Y tan
pronto como los restos salieron del templo, al rey se le fue la fiebre y al
llegar junto a él los restos del santo se le fue por completo la enfermedad. A
causa de esto el rey intecedió ante el Sumo Pontífice para que declarara santo
al humilde labrador, y por este y otros muchos milagros, el Papa lo canonizó en
el año 1622 junto con Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier y San
Felipe Neri.
Murió
en Madrid el 15 de mayo de 1130. Fue sepultado en el cementerio de San Andrés,
de cuya parroquia era diácono Juan, redactor de su vida. A través de una
revelación divina en 1212 se descubrieron sus restos, constatándose que su cuerpo
estaba incorrupto. Desde entonces se le considera patrón de Madrid. Pablo V lo
beatificó el 14 de junio de 1619. Y Gregorio XV lo canonizó el 12 de marzo de
1622, pero al fallecer éste, hubo que esperar al 4 de junio de 1724 fecha en la
que Benedicto XIII expidió la bula de canonización. Aquél gran día de 1622 en
la gloria de Bernini se encumbraba a los altares a un humilde campesino junto a
estas grandes figuras de la Iglesia: Ignacio de Loyola, Francisco Javier,
Teresa de Jesús y Felipe Neri. El 16 de diciembre de 1960 Juan XXIII declaró a
Isidro patrón de los agricultores y campesinos españoles.
Mensaje de santidad.
A
pesar de que se le contabilizan unos cuatrocientos milagros, aun en vida, no
fueron estos milagros los que lo llevaron al cielo, sino el cumplimiento
honrado y sacrificado de su trabajo, el cual le servía además como fuente de
santificación, al ofrecerlo a Jesús crucificado. Pero lo que santificó a San
Isidro, mucho más que el trabajo ofrecido a Dios, fue su gran amor a la
Eucaristía y a la Virgen, amor demostrado en su deseo de asistir a la Santa
Misa y comulgar con amor y fervor, cuantas veces fuera posible. Para San Isidro,
la Santa Misa era la fuente de su vida, literalmente hablando.
Por
último, en estos tiempos en los que los cristianos vacían las iglesias para
abarrotar estadios, parques y paseos de compras el Domingo, San Isidro es
ejemplo perfectísimo de cómo vivir el Domingo como lo que es, el “Día del
Señor”: la actividad principal del Domingo era la Santa Misa, pues amaba
recibir a Jesús Eucaristía por la comunión sacramental, cumpliendo así la
primera parte del Primer Mandamiento: “Amarás a Dios por sobre todas las
cosas”; luego visitaba pobres y enfermos, cumpliendo así la segunda parte del
Primer Mandamiento: “Amarás a tu prójimo” y por último, dedicaba el resto del
día para su esposa y su hijo, fuentes de su felicidad, y así cumplía la tercera
parte del Primer Mandamiento: “(Amarás a tu prójimo) como a ti mismo”.
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