En el Cuarto Evangelio se narran diversos episodios en
relación a Jesús, que hacen de Felipe un testigo y apóstol privilegiado[1],
porque es llamado por Jesús de modo personal; frente a él, Jesús se revela como
el Hombre-Dios, que hace milagros que sólo Dios puede hacer; Jesús se revela a
Felipe como el Mesías esperado por largo tiempo por Israel, y finalmente, como
Dios Hijo, idéntico en naturaleza y consubstancial al Padre, al punto de que, quien
ve a Jesús, ve al Padre.
Uno de los episodios tiene lugar al día siguiente de la
llamada de Pedro: cuando estaba a punto de partir para Galilea, Jesús se
encontró con Felipe y le llamó al Apostolado con las palabras, “Sígueme”.
Felipe obedeció la llamada, y poco después trajo a Natanael como nuevo
discípulo (Jn 1, 43-45). Felipe le
dice a Natanael: “Hemos encontrado al Mesías”, con lo cual Felipe es
destinatario de la más grande alegría que hombre alguno pueda experimentar en
esta vida y en la otra, y es encontrar al Mesías, el Hombre-Dios Jesucristo. De
manera análoga, el cristiano que recibe la gracia de conocer y amar la
Presencia real de Jesús en la Eucaristía, puede decir a sus hermanos, parafraseando
a Felipe: “Hemos encontrado al Mesías, es Jesús Eucaristía”.
Otro
episodio en el que se nombra a Felipe, ocurre momentos antes de la milagrosa
alimentación de la multitud, en la que el Señor multiplica panes y peces. Antes
de hacer el milagro, Cristo se dirige a Felipe con la siguiente pregunta:
“¿Cómo vamos a comprar pan para que coman estos?”, a lo que responde el
Apóstol: “Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco”
(6, 5-7). No es que Jesús dependiera de la respuesta de Felipe; sin embargo,
por medio de la pregunta, Jesús quiere hacer ver el límite de la naturaleza
humana y cómo Dios obra aquello que es imposible para el hombre. En efecto,
Felipe se da cuenta de que están en apuros porque el dinero que poseen –doscientos
denarios- son absolutamente insuficientes para alimentar a una multitud que
sobrepasa las diez mil personas, entre niños, jóvenes y adultos. Felipe experimenta,
por un lado, la frustración de la limitación de la naturaleza, pero
inmediatamente después, es testigo del asombroso poder de Jesús, el
Hombre-Dios, que crea de la nada la materia de panes y peces y en tal cantidad,
que luego de alimentar a la multitud, aun sobran doce canastos de comida. Si bien
Jesús hace este milagro como anticipo y prefiguración del más asombroso milagro
de todos, la conversión del pan en su Cuerpo y del vino en su Sangre, la
multiplicación de panes y peces delante de los ojos de Felipe, sirve a éste
para comprobar, con sus propios ojos, cuán cierto es aquello de que “lo que es
imposible para el hombre, es posible para Dios”.
Otra
ocasión en la que se nombra a Felipe es cuando algunos paganos en Jerusalén
vienen a Felipe y le expresan su deseo de ver a Jesús; Felipe informa del hecho
a Andrés y luego ambos llevan la noticia al Salvador (12, 21-23). Así, Felipe
se muestra como el Apóstol que, habiendo encontrado a Cristo, no se queda este
tesoro para sí mismo, sino que busca a sus hermanos para llevarlos ante Aquél
que es la Causa de la alegría de los ángeles y santos, Cristo Jesús.
Análogamente, el cristiano que encuentra a Jesús en la Eucaristía, debe llevar
a sus hermanos al encuentro con el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús.
Por
último, Jesús se revela a Felipe como Dios Hijo, idéntico en naturaleza y
majestad al Padre cuando Felipe, después de que Cristo hubiera hablado a sus
Apóstoles de conocer y ver al Padre, le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y nos
basta”, recibe la respuesta: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (14,
8-9). Gracias a esta revelación dada en ocasión de la requisitoria de Felipe,
la Iglesia enseña al mundo que Cristo es Dios Hijo encarnado, consubstancial al
Padre, con lo que la Eucaristía no es un mero pan bendecido, sino el Hijo de
Dios, Jesucristo, enviado por el Padre, por el Amor del Espíritu Santo, para
salvar a los hombres de la eterna condenación y conducirlos al Reino de los
cielos.
Por
todos estos encuentros y revelaciones dadas por Jesús a Felipe, es uno de los
Apóstoles más privilegiados. Sin embargo, también puede considerarse como el
más dichoso de los hombres, el cristiano que, al igual que Felipe, encuentra a
Jesús, Dios Hijo, no oculto en una naturaleza humana, sino a ese mismo Dios,
con su naturaleza humana glorificada, en el Pan Vivo bajado del cielo, la
Eucaristía.
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