Vida de santidad[1].
Edel
nació en Kanturk, Condado de Cork, en Irlanda, un 14 de Septiembre de 1907, en
la Celebración de la Santa Cruz. Decidió consagrarse a Dios por medio de la vida
religiosa y para ello quiso entrar en un convento contemplativo de Clarisas,
pero no pudo perseverar debido a su mala salud. A los 20 años ingresó a la
Legión de María aceptando la voluntad de Dios y dando su vida a su servicio en
África con una salud constantemente debilitada. Se hacían así realidad las
palabras de la promesa legionaria, dirigidas al Espíritu Santo: “Confiando en
que en este día quieras recibirme por tal y servirte de mí y convertir mi
debilidad en fortaleza...”.
En
el año 1936 Edel fue enviada desde Dublín para establecer la Legión en el Este
y el Centro de África. A pesar de su salud disminuida, y con tal de llevar el
estandarte de la Legión de María por toda África, Edel emprendió largos y
peligrosos viajes a través de selvas y largas y desiertas carreteras. Así,
recorrió países enteros, como Kenia, Uganda, Tanganyka y Nyasaland, consiguiendo
algo que, con las solas fuerzas humanas, parecía imposible, según lo afirma el Cardenal
Suenens: “Edel se enfrentó a una tarea sobrehumana: hacer aceptar la Legión,
respetando su espíritu y su método, enraizarla, cuidar de su crecimiento y de
la perseverancia de sus miembros en un combate continuo. Las dificultades eran
enormes pero ella cumplió con cada reto, con fe y coraje inquebrantables. Cuando otros vacilaban, su respuesta
invariable era “¿Por qué no podemos confiar en Nuestra Señora?” o “Nuestra
Señora se hará cargo de todas las cosas”.
Por casi ocho años, con su salud deteriorándose constantemente, ella
trabajó sin descanso en los enormes territorios que le habían sido asignados,
llegándose a establecer de manera permanente cientos de præsidia de la Legión y muchos consejos superiores, gracias a su
labor apostólica. Como resultado, miles
de africanos se convirtieron y se dedicaron a su vez a la labor de evangelización
de la Iglesia.
Después
de ocho años de un apostolado intenso y heroico subió al Padre el 12 de mayo de
1944 en Nairobi, un viernes, día dado normalmente a la reflexión en la pasión
de Cristo.
Mensaje de santidad.
Un
episodio, ocurrido un día del año 1937, retrata la fortaleza sobrenatural y el
celo apostólico de la que estaba animada Edel Quinn. Sucedió que un sacerdote alemán
llevaba a Edel a una reunión de la Legión de María ubicada a varios kilómetros
de distancia de su base en África. Llegaron a un río tan crecido que las aguas
lo cubrían por completo, con lo cual el puente ni siquiera se alcanzaba a ver. Cuando
el sacerdote estaba por retroceder, Edel le dijo: “Oh, Padre, por favor siga
adelante, estoy segura que Nuestra Señora nos va a proteger”. Viendo la fortaleza de su fe en la
intercesión de la Virgen, el sacerdote decidió atravesar el puente y aunque el agua
apagó el motor, el impulso que había tomado le permitió llegar a la otra orilla,
pudiendo luego continuar el viaje, una vez que el automóvil continuó
funcionando.
Citamos
una frase del diario privado de Edel, en la cual se puede apreciar su profunda
espiritualidad cristocéntrica y trinitaria: “Somos parte de la misma vida de la
Santísima Trinidad, con la Palabra Encarnada como nuestro Hermano, su Padre
como nuestro Padre, su Espíritu como el alma de nuestras almas. Con todo nunca
podemos olvidarnos de la Trascendencia Divina de Dios. Y por consiguiente, sin
debilitar la intimidad de la sublimación gozar con las Personas Divinas y estar
con una actitud de reverencia y adoración profunda…”. Edel hacía de su alma la
morada de Dios Uno y Trino, obteniendo de esta unión con las Tres Divinas
Personas no solo la fortaleza para su misión, sino también la paz, la serenidad
y el recogimiento interior necesario para la oración, abstrayéndose del mundo
que la rodeaba, para poder estar a solas con las Tres Divinas Personas.
Edel
vivió plenamente el espíritu de la Legión, que es el espíritu de María, pues se
consagró a la Virgen, tal como lo pide el Manual del Legionario, según el
Método de Consagración a María de San Luis María Grignon de Montfort,
realizando plenamente la fórmula de Montfort de hacer todo en María, con María
y para María. El padre Moynihan O.P., Vice Postulador de su causa escribió que
ella leía y releía este pequeño libro la Verdadera Devoción a María según lo
dispuesto por San Luis María de Montfort, hasta que sus enseñanzas se hicieron
vida en ella.
Vale
la pena al apreciar otra vez las notas del diario privado de Edel, en donde se
refleja no solo su abandono del mundo con sus pompas terrenas, sino también su
total asimilación a María, que la lleva a ver el mundo con los ojos de María, a
pensar con el pensamiento de María, a amar a Dios y al prójimo con el amor de
María: “Renunciemos a nuestras miras humanas para adoptar el punto de vista de
María, a fin de dejarnos conducir en todas las cosas por su espíritu. Adoptemos
su modo de ver, sus pensamientos, en todo démonos a Ella por completo para
pertenecer por entero a Cristo, para ser incesantemente asumidos por El. María
es Madre de la vida de nuestras almas. Volverse hacia Ella en todas las
circunstancias para aprender a amar a Jesús, a servir al Padre, a adoptar una
actitud de niño pequeño. Confianza total, sin ninguna duda y con una amorosa
ternura manifestada hasta en los detalles más insignificantes”.
La
unión con Jesús en la Eucaristía y con Jesús en la cruz constituían la fuente
de su vida espiritual. Lejos de quejarse por las inclemencias del tiempo, por
lo incómodo de los numerosos viajes, por su salud quebrantada, Edel une todos
sus padecimientos y mortificaciones a Jesús crucificado, obteniendo de Jesús el
alivio a sus pesares. Dice así en su diario privado: “Cuando unimos nuestros
padecimientos a los de Jesús y los ofrecemos para su gloria, los padecimientos
se vuelven dulces y nos hacen subir hasta El, convirtiéndose en fuente de
felicidad para nosotros. Alegrarse de imitar al Señor en la aceptación de los sufrimientos:
falta de salud, dificultades cotidianas…, he ahí sus dones para los elegidos”[2]. El
Jueves Santo antes de morir, escribe: “María ama a Jesús en mí. Lo acaricia, y
derrama su compasión sobre todas sus heridas. Pero, sobre todo, le agradece la
Eucaristía y le da gracias al Padre por este don. ¡Que solitaria seria la vida
sin la Eucaristía!”.
Las
palabras amor, alegría, paz aparecen en casi todos los testimonios, según el
Vicario General de la isla Mauricio: “Quiero hacer énfasis especial en su
alegría constante; ella siempre estaba sonriente; nunca se quejó; siempre
estaba a disposición de las personas, nunca escatimó su tiempo con ellos”. No se
trataba de una alegría superficial, ni de una sonrisa forzada: era la Alegría
de María y la sonrisa de Jesús la que Edel ofrecía al mundo, ocultando sus
fatigas, sus pesares y su salud quebrantada, que eran solo conocidas por Dios.
Para sus hermanos siempre una sonrisa y un afecto fraterno; para Dios, la
oblación de su vida en sacrificio, unida al Sacrificio de la Víctima
Inmaculada, Jesucristo. Por todo esto, Edel Quinn es ejemplo y modelo de
santidad para toda la Legión.
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