San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 30 de mayo de 2017

Santa Juana de Arco


         Vida de santidad.

         Santa Juana de Arco, virgen,  nació en 1412 en Donremy, Rouen, en la región de la Normandía francesa, en el seno de una familia de campesinos pobres, razón por la cual no recibió instrucción escolar. Sin embargo, esta carencia se vio compensada con creces al transmitirle su madre, una persona de mucha piedad, el conocimiento sobrenatural de la Fe, la confianza y el verdadero “temor de Dios, principio de la Sabiduría”, además de una tierna devoción filial  a la Virgen María. Se la conoció como “la doncella de Orleans”, que después de luchar firmemente por su patria, al final fue entregada al poder de los enemigos, quienes la condenaron en un juicio injusto a ser quemada en la hoguera[1].
         En esa época los ingleses habían invadido Francia, por lo que tanto su Patria natal como el rey, se encontraba en grave peligro. La santa tuvo entonces una revelación divina –San Miguel Arcángel se le apareció en numerosas ocasiones-, por la cual supo que su misión era precisamente, salvar a Francia y al rey de las pretensiones de Inglaterra. Sin embargo, debido a su corta edad, a su escasa instrucción escolar y a la desconfianza frente a lo preternatural, principalmente entre miembros de la Iglesia, Santa Juana de Arco no fue escuchada ni fueron tenidos en cuenta -ni sus familiares, amigos y mucho menos oficiales de la corte francesa- sus continuos pedidos de sostener un encuentro con el rey. Luego de insistir, Juana de Arco pudo finalmente entrevistarse con el rey, el cual quedó admirado por la sabiduría sobrehumana de la santa.
         Para este entonces, la situación de Francia no podía ser más crítica: los ingleses habían invadido y ocupado casi toda Francia, permaneciendo sólo una ciudad libre, Orleans. Santa Juana de Arco, guiada por San Miguel Arcángel, pidió y obtuvo del rey Carlos y de los jefes de lo que quedaba de las fuerzas francesas, el mando total sobre las tropas, concediéndole el grado de capitana. Siempre bajo la guía del Santo Arcángel Miguel, Jefe de la Milicia celestial, y para que fuera evidente que la empresa no se debía al carácter intrépido de una muchacha campesina, sino a una intervención divina que quería salvar a Francia de la invasión inglesa, Santa Juana mandó confeccionar una bandera blanca con los nombres de Jesús y de María, para luego dirigirse al frente de combate en Orleans, donde al mando de diez mil hombres logra un triunfo resonante.
Luego de este triunfo, se dirigió a otras ciudades, logrando también derrotar al enemigo inglés. Sin embargo, a causa de envidias y ambiciones entre los miembros de la corte del Rey Carlos VII, quienes se conjuraron para desacreditarla ante el rey, éste terminó retirando a Juana de sus tropas, cayendo herida y hecha prisionera por los borgoñones en la batalla de París.   La santa fue abandonada por los franceses; pero los ingleses estaban supremamente interesados en tenerla en la cárcel, pagando más de mil monedas de oro a los de Borgoña para que se la entregaran, siendo sentenciada a cadena perpetua.
En la prisión, la santa sufrió las más terribles humillaciones e insultos, pero se mantuvo siempre fiel a Nuestro Señor Jesucristo, uniéndose a su cruz en todo momento y confiándose además a la protección de la Madre del Cielo y de San Miguel Arcángel. Puesto que la santa tenía estas revelaciones sobrenaturales, los enemigos de Juana invirtieron la situación y, con toda clase de mentiras y falsedades, la acusaron de utilizar brujería y conjuros para obtener sus conocidas victorias en Francia. Juana de Arco siempre negó todas las acusaciones y pidió que el Pontífice fuese el que la juzgase, aunque no fue nunca escuchada. Los ingleses cambiaron la condena a cadena perpetua por la sentencia de muerte, siendo condenada a morir en la hoguera. Mientras moría en la hoguera, no dejó de rezar en ningún momento, siendo su único consuelo en el tormento, contemplar el crucifijo que un religioso le presentaba y encomendarse a Nuestro Señor. Murió el 29 de mayo del año 1431, a la edad de diecinueve años[2].
Fue declarada Santa, por el Papa Benedicto XV, en el siglo XX y no en 1454. En 1454, el proceso de nulidad, ordenado por el Papa Calixto III, encontró que Juana fue condenada a muerte injustamente y que sus revelaciones eran verdaderas, así como se recogió el milagro de que su corazón, después de que ella fue reducida a cenizas, quedó sin quemar y lleno de sangre. Esto último, lo testificó Gean Masieu, quien la acompañó los últimos metros hasta la hoguera[3].

         Mensaje de santidad.

         Si bien Santa Juana de Arco tuvo apariciones de santos y de San Miguel Arcángel, comprobadas como ciertas en el proceso de canonización, no fueron estas apariciones las que le concedieron la santidad, sino la heroicidad de sus virtudes cristianas y, principalmente, su configuración y participación a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. En efecto, fue Nuestro Señor quien la eligió para que llevara a cabo la empresa, imposible humanamente hablando, de liberar a su Patria del invasor inglés, pero la eligió ante todo para que se configurara a Él y participara de su Pasión en las circunstancias particulares de su vida y su Patria, y eso fue lo que la condujo al cielo. Cuando repasamos su vida, vemos cómo la santa estuvo, en todo momento, unida a Nuestro Señor: en tiempos calmos, siendo asistida por San Miguel Arcángel, quien la guió, por orden divina, a la reconquista de Francia; en tiempos ya más turbulentos, es decir, cuando fue calumniada, traicionada, hecha prisionera y condenada a muerte injustamente, también estuvo unida a Nuestro Señor, participando de las calumnias, la traición, la prisión y la injusta condena a muerte de Jesús. De hecho, al igual que con Nuestro Señor, fueron clérigos quienes la acusaron falsamente, dando como ciertos los testimonios falsos de testigos comprados de antemano y también, al igual que Nuestro Señor, que fue acusado sacrílegamente de estar poseído, también Santa Juana tuvo la gracia de participar de esta misma falsa acusación. Otro gran signo que muestra que Santa Juana estuvo asistida siempre por el Espíritu Santo es el hecho de que, en el momento de morir, lejos de renegar de Jesucristo, murió besando el crucifijo y pronunciando el dulce nombre de Jesús. Por último, su corazón intacto y lleno de sangre en medio de las llamas, es figura del Sagrado Corazón de Jesús, lleno de la Sangre del Cordero, que contiene el Espíritu Santo, el Fuego del Divino Amor.

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