Vida de santidad.
Hijo de humildes
campesinos, Martin Bailón e Isabel Yubero, Pascual nació el 16 de mayo de 1540 en
Torre Hermosa, Aragón, España, en el año 1592[1]. Le llamaron Pascual porque nació en la
vigilia de Pentecostés. Desde niño, Pascual recibió de Dios un don muy especial:
un inmenso amor por Jesús Sacramentado. Este amor y devoción por la Eucaristía se
manifestó por lo tanto siendo Pascual muy pequeño: cuando iba al campo a cuidar
las ovejas de su amo, alcanzaba a ver la torre del pueblo y cuando las campanas
tocaban, se arrodillaba a adorar el Santísimo Sacramento. Lo que sucedía era
que en ese entonces se acostumbraba que al elevar la Hostia el sacerdote en la
Misa, se diera un toque de campanas; entonces, cuando el pequeño Pascual oía la
campana, se arrodillaba allá en su campo, mirando hacia el templo y adoraba a
Jesucristo presente en la Santa Comunión. Tal era su amor a la Eucaristía que
el dueño del rebaño decía que el mejor regalo que le podía ofrecerle al niño
era permitirle asistir algún día entre semana a la Santa Misa. Como es habitual
en los niños, estaba siempre estaba alegre, pero nunca se sentía tan contento
como cuando ayudaba a Misa o cuando podía estarse un rato orando ante el
Sagrario del altar. Incluso siendo niño, hacía duras penitencias, como andar
descalzo por caminos pedregosos y cuando alguna oveja pasaba al potrero del
vecino, pagaba a este de su escaso salario por el pasto que la oveja se había
comido. Un día, mientras el sacerdote consagraba, otros pastores le oyeron
gritar: “¡Ahí viene!, ¡allí está!”. Cayó de rodillas. Había visto a Jesús venir
en aquel momento. Se le apareció el
Señor en varias ocasiones en forma de viril o de estrella luminosa. Hablaba
poco, pero cuando se trataba de la Sagrada Eucaristía, lo inspiraba el Espíritu
Santo. Al llegar a un pueblo iba primero a la iglesia y allí se quedaba por un
buen tiempo de rodillas adorando a Jesús Sacramentado.
Trabajó
como pastor de ovejas desde los 7 hasta los 24 años, edad en la que ingresó en
la vida religiosa en el convento de los frailes menores (franciscanos) de
Alvatera, aunque al principio no lo aceptaron, debido a su escasa instrucción. Sólo
sabía leer y lo único que leía de corrido era el pequeño oficio de la Santísima
Virgen María que llevaba siempre mientras pastoreaba y sus oraciones favoritas,
a Jesús Sacramentado y a la Santísima Virgen.
Luego,
ya como religioso franciscano, aprovechaba cualquier rato que tuviera libre
para acudir a la capilla, para adorar a Jesús Eucaristía, de rodillas y con los
brazos en cruz. Durante las noches, solía pasar largas horas delante del
sagrario, adorando al Santísimo Sacramento y por la madrugada estaba en la
capilla antes que los demás. Para configurarse más a Jesús, humillado en la
Pasión, eligió siempre, como religioso franciscano, los oficios más humildes:
portero, cocinero, mandadero, barrendero.
Pascual compuso varias
oraciones muy hermosas al Santísimo Sacramento; al leerlas, el Arzobispo San Luis
de Rivera, exclamó admirado: “Estas almas sencillas sí que se ganan los mejores
puestos en el cielo. Nuestras sabidurías humanas valen poco si se comparan con
la sabiduría divina que Dios concede a los humildes”.
Sucedió entonces que sus superiores lo
enviaron a Francia a entregar una carta al general de la orden; una vez llegado
a aquel país -iba descalzo, con su hábito gastado y con una túnica vieja y
remendada-, lo rodeó un grupo de protestantes que lo desafió a que les probara
que Jesús sí está en la Eucaristía –de modo real, verdadero y substancial, tal
como enseña la Iglesia Católica, y no según la fe y no junto a las substancias
del pan y del vino, como enseñan erróneamente los protestantes-. En su defensa
de la doctrina católica de la Eucaristía, San Pascual habló de una manera tan
rotunda y contundente, que sus oponentes –hugonotes- se quedaron sin palabras
para poder contrarrestar nada de lo que afirmaba, con lo que acudieron al único
recurso que les quedaba para hacerlo callar, el uso de la fuerza, por lo que
empezaron a golpear a San Pascual y a apedrearlo casi hasta matarlo. San Pascual
no solo no les guardó enojo, sino que se alegró por haber tenido la oportunidad
de defender a Jesús Sacramentado y de sufrir por Él.
Aunque
Pascual apenas sabía leer y escribir, era capaz de expresarse con gran
elocuencia sobre la presencia de Jesús en la Eucaristía. Tenía el don de
ciencia infusa. Sus maestros se quedaban asombrados de la precisión con que
respondía a las más difíciles preguntas de teología. A causa de este don, por
el que sobresalía y se destacaba por encima de sus hermanos en la orden, le
dedicaron este verso: “De ciencia infusa dotado, siendo lego sois Doctor, Profeta
y Predicador, Teólogo consumado...”.
Se
destacó por su humildad y amor a los pobres y afligidos. Era famoso por sus
milagros y su don para llevar las almas a Cristo. Martín Crespo relató como el
santo le había librado de su determinación de vengarse de los asesinos de su
padre. Habiendo escuchado el viernes santo el sermón sobre la pasión, sus
amigos le exhortaban a perdonar. Él se mantenía inmovible. Entonces Pascual lo tomó del brazo, lo llevó
a un lado y le dijo: “Mi hijo, ¿No acabas de ver la representación de la pasión
de Nuestro Señor?”. “Entonces -escribe Martín- con una mirada que penetró mi
alma me dijo: “Por el amor de Jesús Crucificado, mi hijo, perdónalos”. “Sí,
Padre”, contesté, bajando mi cabeza y llorando. “Por el amor de Dios yo los
perdono con todo mi corazón. Ya no me siento la misma persona de antes, deseosa
de venganza, sino que me siento lleno de perdón hacia mis enemigos”.
Cuando
estaba moribundo oyó una campana y preguntó: “¿De qué se trata?”. “Están en la
elevación en la Santa Misa”. “¡Ah, qué hermoso momento!”, y quedó muerto en
aquel preciso momento. Era el 15 de Mayo de 1592, el Domingo de Pentecostés, en
Villareal de los Infantes, España.
Pascual nació en la
Pascua de Pentecostés[2] de
1540 y murió en la fiesta de Pentecostés de 1592, el 17 de mayo (la Iglesia
celebra tres pascuas: Pascua de Navidad, Pascua de Resurrección y Pascua de
Pentecostés[3].
Durante su misa tenían el ataúd descubierto y en el momento de la doble
elevación, los presentes vieron que abrió y cerró por dos veces sus ojos. Su
cuerpo aun después de muerto, manifestó su amor a la Eucaristía[4].
Eran tantos los que querían despedirse de el que lo tuvieron expuesto por tres
días. Los milagros que hizo después de su muerte, fueron tantos, que fue beatificado
el 29 de Octubre de 1618 por el Papa Pablo V y canonizado el 16 de Octubre de
1690 por el Papa Alejandro VIII. El Sumo Pontífice León XIII nombró a San
Pascual Bailón Patrono de los Congresos Eucarísticos, de las Asociaciones
Eucarísticas y de la Adoración Eucarística Nocturna por el breve apostólico Providentissimus, de 28 de noviembre de
1897.
Mensaje
de santidad.
El
mensaje de santidad que nos deja San Pascual Baylón es su gran amor a Jesús Eucaristía
y a la Virgen, y era un amor de tal intensidad, que todo en su vida, desde
pequeño, estaba orientado a la Eucaristía y a la Virgen. Puede decirse que toda
la vida de San Pascual Baylón giró en torno a la Eucaristía y a la Virgen, como
una forma de corresponder al amor con el que Jesús lo amó primero.
Una
de las muestras de amor de Jesús a San Pascual Baylón, fue su aparición –en una
custodia, y como Jesús Sacramentado- mientras él estaba pastoreando, en el
momento en el que se elevaba en la Misa la Hostia recién consagrada, y aunque
fue una gran muestra del Amor de Jesús por él, sin embargo no se le dio en
alimento; a nosotros, que no con toda seguridad no tenemos el mismo amor, la
misma piedad y la misma devoción que San Pascual a Jesús Eucaristía, Jesús se
nos dona, con todo su Ser divino trinitario, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma
y su Divinidad, en la Eucaristía. Al recordar a San Pascual en su día, le
pidamos a Nuestra Señora de la Eucaristía su intercesión para que seamos
capaces de amar a Jesús Sacramentado, al menos con una mínima porción del amor de
San Pascual, para que le demos gracias a Nuestro Señor por donársenos, todo Él,
todo entero, con todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, a través de la
Eucaristía.
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