En las apariciones del Sagrado Corazón, Jesús le muestra a
Santa Margarita su Corazón, el cual, además de estar rodeado de espinas, tener
una cruz en la base y estar traspasado, está envuelto en llamas de fuego.
¿Qué significan estas llamas de fuego? Ante todo, es un
fuego que arde pero no consume, lo cual hace recordar al episodio de la zarza
ardiente (cfr. Éx 3, 2), en donde el
fuego también arde, pero no reduce a la zarza a cenizas, sino que está en ella,
sin dañarla. Podemos decir entonces que la zarza ardiente es como una
prefiguración del Corazón de Jesús, envuelto en llamas. Pero todavía no hemos
respondido la pregunta: ¿qué significan estas llamas de fuego? Significan al
Espíritu Santo, pero el Espíritu Santo no está en el Corazón de Jesús como algo
añadido, sino como algo que le pertenece intrínseca y esencialmente. Es decir,
el Espíritu Santo, el Fuego del Divino Amor, no está en el corazón de Jesús
como algo agregado, como lo puede estar en los corazones de los santos y de los
ángeles: puesto que Jesús es Dios Hijo, Él espira el Espíritu Santo, con el
Padre, desde la eternidad, de manera que al encarnarse, el Espíritu Santo es
soplado por Él y por el Padre en su Cuerpo –constituido por una célula llamada “cigoto”,
cuyos genes paternos han sido creados al momento de la Encarnación y no donados
por hombre alguno-, lo cual constituye la unción que Jesús recibe en el momento
de la Encarnación en su Cuerpo. Dicho de otro modo, en el momento mismo de
encarnarse, el Cuerpo de Jesús es ungido por el Espíritu Santo, porque Él lo
infunde con el Padre y por eso se constituye en el Mesías, el Ungido por el
Espíritu de Dios. Y ese mismo Espíritu es el que, al formarse ya el Corazón de
Jesús en el seno virgen de María, arde en el fuego del Amor de Dios, porque el Amor
de Dios, el Espíritu Santo, está en Él, en su Cuerpo humano, desde la
Encarnación, porque Él es el Dador del Espíritu junto al Padre desde la
eternidad.
Esto es entonces lo que significan las llamas del Sagrado
Corazón: es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo que el Padre dona al
Hijo y el Hijo al Padre, desde toda la eternidad.
Ahora
bien, en la Eucaristía está el mismo Corazón ardiente de Jesús, que arde como
una brasa incandescente por la acción del Fuego del Amor de Dios, el Espíritu
Santo. Así como el fuego penetra el carbón a tal punto de convertirlo en parte
de sí mismo, puesto que el carbón y el fuego se convierten en una misma cosa,
al ser el carbón, por la acción del fuego, una brasa incandescente, así también
el Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas del Divino Amor, es una
sola cosa con este Divino Amor, de manera que el Amor de Dios, el Espíritu
Santo, es inseparable del Corazón de Jesús. Por esta razón, quien comulga la
Eucaristía, comulga al Corazón de Jesús envuelto en el Fuego del Amor de Dios,
el Espíritu Santo, y el deseo de Jesús es que estas llamas que envuelven su
Sagrado Corazón, enciendan en el Amor de Dios a los corazones de los que
comulgan, según sus palabras: “He venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo
quisiera verlo ya ardiendo!” (Lc 12, 49).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario