Uno de los elementos más llamativos en las apariciones del
Sagrado Corazón, es la insistente y amarga queja de Jesús por el abandono
sufrido por Él en el Huerto, por parte de los discípulos, pero también por el
abandono que experimenta, a lo largo de los siglos, por parte de sus otros
discípulos, entre ellos, nosotros. Para saber cuál es la razón de estas quejas,
reflexionemos acerca de la Segunda Aparición[1], tal
como la relata Santa Margarita: “El divino Corazón se me presentó en un trono
de llamas, más brillante que el sol, y
transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeado de una
corona de espinas y significando las punzadas producidas por nuestros pecados,
y una cruz en la parte superior, la cual significaba que, desde los primeros
instantes de su Encarnación, es decir, desde que se formó el Sagrado Corazón,
quedó plantado en Él la cruz, quedando lleno, desde el primer momento, de todas
las amarguras que debían producirle las humillaciones, la pobreza, el dolor, y
el menosprecio que su Sagrada Humanidad iba a sufrir durante todo el curso de
su vida y en Su Santa Pasión”[2].
Para entender mejor estas quejas de Jesús, debemos profundizar
la reflexión en la Encarnación del Verbo y en nuestro bautismo: en uno y otro,
el Verbo de Dios se une a la humanidad –de modo genérico en la Encarnación y de
modo personal en el bautismo- con la fuerza del Amor de Dios, un amor que se
compara al amor esponsal, por la intensidad y por la pureza de este amor. El Verbo
de Dios se une, en la Encarnación, a la humanidad, y lo hace de manera tal que
esa naturaleza humana a la que se une –alma y cuerpo- en el seno virgen de
María, queda unida a su Persona Divina, de manera tal que todo lo que pertenece
a esta humanidad, de la cual el corazón es el órgano más noble, porque sin éste
no puede subsistir, es propiedad personal del Verbo de Dios y de tal manera,
que es el Verbo mismo. A partir de la Encarnación, el Corazón –el Cuerpo y el
Alma humanos- de Jesús de Nazareth, serán el Corazón, el Cuerpo y el Alma del
Verbo de Dios. La unión es en el Amor, pero no en el amor humano, que es débil,
sino con el Amor Divino, esto es, por medio del Espíritu Santo, y de ahí que se
compare con la unión esponsal, por la pureza de ese amor y también por la
pertenencia mutua, del Verbo a la humanidad y de la humanidad al Verbo. Lo mismo se dice de cada persona en
particular, cuando se lleva a cabo el sacramento del Bautismo: el Verbo se une
a esa alma de modo indisoluble, con la fuerza divina del Amor de Dios, y con un
amor de tipo esponsal, esto es, único, indisoluble, personal. Por el bautismo,
el Verbo de Dios Encarnado, el Sagrado Corazón, se une al alma en el Espíritu
de Dios, en el Amor de Dios, así como los esposos se unen entre sí, no por el
amor carnal, sino por el amor espiritual que cada uno experimenta por el otro.
Entonces, tanto por la Encarnación, como por el bautismo que
todos y cada uno de nosotros, los católicos, hemos recibido, el Verbo de Dios
Encarnado, que se le apareció a Santa Margarita como el Sagrado Corazón, se
unió a nosotros con amor esponsal, con todas las características de este amor
esponsal. De parte de Dios Hijo, la fidelidad a esta unión es absoluta; sin
embargo, de parte nuestra, toda vez que elegimos el pecado en vez de la gracia,
traicionamos a ese Amor esponsal con el cual estamos unidos al Verbo de Dios.
Ésta es la razón última de la amarga queja del Sagrado Corazón cuando les
reprocha a sus discípulos, en el Huerto, que no han podido velar una hora con
Él, porque el desamor, la frialdad y la indiferencia, han sido más fuertes que
el amor hacia Él, y es la razón por la cual el Sagrado Corazón se queja de
todos y cada uno de nosotros, los cristianos cuando, siguiendo los pasos de los
discípulos en el Huerto, esto es, la frialdad, el desamor y la indiferencia
hacia Él, traicionamos su Amor esponsal al elegir el pecado en vez de a Él, que
es la Gracia Increada.
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