En estos oscuros días en los que vivimos, días en los que
hasta el santo nombre de Dios parece haber desaparecido de la sociedad y de los
corazones de los hombres, las enseñanzas del Santo Cura de Ars son un faro de
luz en medio de una densa noche oscura. El Cura de Ars decía que el hombre
tiene, para con Dios, una “hermosa obligación”: orar y amar[1].
En su Catequesis sobre la oración, el Cura de Ars comienza
diciendo directamente que “el tesoro del hombre está en el cielo”, por lo que
hay que mirar directamente al cielo, nuestra meta final: “Consideradlo, hijos
míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo.
Por esto nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está
nuestro tesoro”[2].
Luego de hacer elevar la vista –el corazón- hacia el cielo,
en donde se encuentra nuestro verdadero y único tesoro que es Dios, el Cura de
Ars se detiene a considerar cuál es la obligación del hombre para con Dios. Lejos
de considerar a Dios como un ser tiránico, cruel, y hasta sádico, que se
complace en la muerte del hombre, tal como lo presenta la propaganda liberal y
atea y ciertas exégesis tendenciosas de la Biblia, el Cura de Ars presenta a
Dios como un ser de Amor, cuya unión con Él, precisamente, por la oración y el
amor, da al hombre aquello que brota de Dios, que Es, en sí mismo, la plenitud
de la perfección en el Ser: Amor Puro, que brota de su Ser divino trinitario, y
en esto consiste la felicidad del hombre. Para lograr esta felicidad, el Cura
sostiene que el hombre debe hacer dos cosas: orar y amar. Orar, porque es el
modo de comunicación con Dios; amar, porque el amor con el que el hombre ore y
ame a Dios, es connatural a aquello que brota del Ser trinitario divino, como
de una fuente inagotable: Amor.
Dice así el Cura de Ars: “El hombre tiene un hermoso deber y
obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este
mundo”[3]. La
felicidad “en este mundo” no está en las cosas materiales, ni en el éxito
mundano, ni en la satisfacción de las pasiones: está en “orar y amar” y esta
felicidad es, a su vez, anticipo de la felicidad eterna.
El
Cura de Ars afirma que la oración es –produce o conduce a- la unión con Dios, y
puesto que Dios es Amor y el Amor de Dios es en sí mismo dulzura, embriaga con
esta dulzura a quien a Él se une por la oración, y como al mismo tiempo Dios es
luz, quien a Él se une por la oración, además de embriagarse en esta dulzura de
su Amor, es iluminado en sus tinieblas espirituales: “La oración no es otra
cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios
experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente
como rodeado de una luz admirable”[4].
Por
la oración y el amor, el hombre se une verdadera, real y metafísicamente con
Dios, de manera tal de no ser más dos, sino uno en el Amor –no significa esto
que el ser del hombre se mezcle o confunda con el Ser de Dios Trino, lo cual es
metafísicamente imposible-; es tan profunda esta unión, que el Cura de Ars la
compara a la fusión de dos trozos de cera, como consecuencia de la acción del
fuego y esto provoca en el hombre una felicidad imposible de comprender: “En
esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno
solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su
pobre creatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión”[5].
Para
el Cura de Ars, por la oración, hecha posible por la gracia de Dios, se
establece un intercambio de amor entre Dios y el hombre: el hombre le da a Dios
su oración, que es “como el incienso”, el cual “agrada a Dios”, y con la miel;
por su parte, Dios le da al hombre su Amor y su dulzura: “Nosotros nos habíamos
hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con
él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada. Hijos míos, vuestro
corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios.
La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del
paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que
se derrama sobre el alma y lo endulza todo”[6].
Por
la oración, el hombre recibe “beneficios”, uno de los cuales es el que sus
penas “se fundan, como la nieve al sol”: “En la oración hecha debidamente, se
funden las penas como la nieve ante el sol”[7].
Y
como la oración produce tanto dulzor en el alma, como consecuencia del Amor de
Dios, el hombre obtiene “otro beneficio”, y es que el tiempo “transcurra aprisa”,
rápido: “Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan
aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era
párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían
caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al
buen Dios, y, creedme, que el tiempo se me hacía corto”[8].
el
Cura de Ars pone como modelos de oración a los santos, y los compara con
nosotros, que muchas veces o no sabemos “qué hacer ni pedir”, o, si hacemos
oración, la hacemos de un modo apresurado, como si quisiéramos “deshacernos de
Dios”: “Hay personas que se sumergen totalmente en la oración, como los peces
en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no está
dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa
Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con él, del mismo modo que hablamos
entre nosotros. Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la iglesia
sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de
cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso
parece como si le dijeran al buen Dios: “Sólo dos palabras, para deshacerme de
ti...”[9].
Por
último, el Cura de Ars afirma que “si acudiéramos a la oración con fe y con
amor”, obtendríamos lo que pedimos: “Muchas veces pienso que, cuando venimos a
adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con
una fe muy viva y un corazón muy puro”[10].
De esta manera, con sus enseñanzas, el Santo Cura de Ars no solo elimina el estereotipo de cierta exégesis, que muestra a Dios como un ser justiciero, tiránico, que sólo está para castigar al hombre, sino que nos muestra el verdadero Ser de Dios: un Dios que "es Amor" (cfr. 1 Jn 4, 8) y que da de ese Amor a quien se le une con fe y con amor, por medio de la oración. Y por parte del hombre, el Cura de Ars nos enseña qué hacer para ser felices, en esta vida y en la eternidad: cumplir con la dulce "obligación" para con Dios, orar y amar.
De esta manera, con sus enseñanzas, el Santo Cura de Ars no solo elimina el estereotipo de cierta exégesis, que muestra a Dios como un ser justiciero, tiránico, que sólo está para castigar al hombre, sino que nos muestra el verdadero Ser de Dios: un Dios que "es Amor" (cfr. 1 Jn 4, 8) y que da de ese Amor a quien se le une con fe y con amor, por medio de la oración. Y por parte del hombre, el Cura de Ars nos enseña qué hacer para ser felices, en esta vida y en la eternidad: cumplir con la dulce "obligación" para con Dios, orar y amar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario