¿Cuáles son los elementos y del Sagrado Corazón y cuál es su
significado?
Los elementos son: el Corazón, las llamas, el Agua y la
Sangre que brotaron de él, la corona de espinas que lo circunda, la cruz en la
base, las espinas y la herida abierta de por la lanza y, finalmente, la
relación entre los latidos y la corona de espinas.
El
Corazón: El Corazón de Jesús no es un corazón
más entre tantos: es un Corazón sagrado, por el hecho de ser el Corazón del
Hombre-Dios. El Corazón de Jesús es sagrado porque todo Él está santificado por
la unión hipostática, personal, del Corazón en la Persona del Hijo de Dios. Al estar
unido en la Persona de Dios Hijo, el Corazón de Jesús –y toda su humanidad,
Alma y Cuerpo- queda, por este contacto, pleno de la divinidad de la Persona
del Verbo de Dios, y ésa es la razón por la cual el Corazón de Jesús es
Sagrado, porque en Él inhabita la divinidad. El Corazón de Jesús es el corazón
de Dios hecho hombre; es el Corazón de Dios, que se hace hombre para tener un
corazón de hombre, pero como el que se hace hombre es Dios, sin dejar de ser
Dios, entonces ese corazón se convierte en el Corazón de Dios-Hombre, que ama conjuntamente
con amor humano perfectísimo y santificado por la divinidad, y con Amor Divino
de la Persona del Verbo de Dios, unido al amor humano perfecto y santificado del
Hombre Jesús. Jesús nos da este Sagrado Corazón suyo, pleno del Amor. Al ofrecernos
su Sagrado Corazón, Jesús, el Hombre-Dios, nos ofrece la plenitud del Amor Divino
y humano que en él inhabita, pero también significa que nos da su Vida, que es
la vida misma de Dios Uno y Trino, porque el corazón en el hombre, además de
representar la sede del amor, representa la vida misma del hombre, puesto que
sin corazón no se puede vivir. Al darnos su Sagrado Corazón, Jesús nos ofrece
entonces su Amor Divino y humano y su vida misma, la Vida eterna que brota de
su Ser divino trinitario. Con su Sagrado Corazón, Jesús nos da todo lo que ES y
todo lo que TIENE.
Las Llamas: Como el Hijo de Dios espira el Espíritu Santo junto
al Padre, tanto como Dios que como Hombre, el Corazón Sagrado de Jesús está
inhabitado por el Espíritu Santo y ésa es la razón por la cual el Sagrado
Corazón aparece envuelto en llamas: son las llamas del Divino Amor, el Espíritu
Santo, que lo abrasan sin consumirlo, así como la zarza ardiente que vio
Moisés, estaba envuelta en llamas pero no se consumía. Es el Amor de Dios el
que abrasa en el Fuego de su Amor al Sagrado Corazón, y Él está deseoso de
abrasar con estas llamas a todas las almas: Jesús quiere amar a todas las almas
con el Fuego del Divino Amor; a todos quiere incendiar con estas llamas; a
todos quiere ver convertidos en antorchas llameantes, que ardan con el Fuego
del Amor Divino, un fuego que no solo no provoca dolor, sino que concede al
alma que en este Divino Fuego se ve envuelta, la plenitud de su felicidad, de
manera tal que el alma ya nada más quiere ni desea, que no sea al menos una
chispa de este Fuego del Divino Amor. Al ofrecernos su Sagrado Corazón,
inhabitado por el Espíritu Santo, Jesús nos ofrece, con la Carne de su Corazón
empapada en el Divino Amor –así como una esponja está empapada por el agua del
mar al ser arrojada en él-, la plenitud del Amor Divino de Dios Uno y Trino,
para que el Amor de Dios sea de nuestra posesión personal, a todos y cada uno
de los redimidos. Ésa es la razón por la cual quien consume la Carne
glorificada del Cordero, Presente en el Pan Eucarístico, recibe de esta Carne, la
Vida, el Amor y la Gloria de Dios en los que esta Carne del Cordero está
empapada, y esto es lo que explica las palabras de Jesús: “El Pan que Yo daré
es mi Carne, para la vida del mundo” (Jn
6, 51). La Carne gloriosa del Sagrado Corazón, empapada en el Fuego del Divino
Amor, el Espíritu Santo, está contenida en la Eucaristía, Pan Vivo bajado del
cielo, que alimenta con el Amor de Dios a quien de este Pan, que es Carne
glorificada del Cordero, asada en el Fuego del Espíritu Santo, lo comulga con
fe y con amor. La Carne gloriosa del Sagrado Corazón de Jesús, envuelta en las
llamas del Espíritu Santo, desean consumir y abrasar en el Fuego del Amor
Divino a todos los corazones humanos, pero el corazón humano será abrasado en
ese Amor sólo si está ávido de ese Amor, así como la madera seca o la hierba
seca, al contacto con las llamas, se muestran ávidas del fuego. De la misma
manera, nuestros corazones deben ser así, como una madera seca o como un hato
de hierbas secas, para que se combustionen al instante, al contacto con la Brasa
Ardiente de Amor que es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. De lo
contrario, si nuestros corazones son como la roca fría, dura y húmeda, no podrá
prender en ellos el Fuego de Amor, el Espíritu Santo.
El
Agua y la Sangre que brotaron del Corazón traspasado:
El Sagrado Corazón está envuelto en las llamas del Divino Amor, y esas llamas
pujan por salir, para incendiar a todos los corazones humanos con el Fuego de
este Amor Santo de Dios Trino, pero no puede hacerlo, hasta que no es
traspasado por la lanza del soldado romano. Sólo cuando el soldado romano
traspasa al Sagrado Corazón, puede el Espíritu Santo, el Fuego del Divino Amor,
derramarse sobre las almas y los corazones de los hombres, por medio de la
Sangre y el Agua que brotan del Corazón traspasado, como de una fuente
inagotable. Quien se acerca al Sagrado Corazón, que está suspendido en la cruz,
y se arrodilla ante Él con un corazón contrito y humillado, y pide
humildemente, con fe y con amor, que “su Sangre caiga sobre él”, no en un
sentido blasfemo e impío, sino para que esta Sangre le lave sus pecados,
obtiene del Sagrado Corazón lo que pide, y así el alma se ve bañada por la
Sangre y el Agua que brotan de este Corazón Sagrado, quedando no solo limpia de
toda mancha de pecado, sino santificada con la santidad misma de Dios, y
envuelta toda ella en el Fuego del Divino Amor, comenzando así a arder sin ser
consumida, tal como la zarza ardiente de Moisés, figura de los Sagrados
Corazones de Jesús y de María, pero también de toda alma en gracia, que vive
del Amor de Dios y en el Amor de Dios está envuelta.
Las espinas: el Sagrado Corazón está envuelto y ceñido por una
corona de espinas, gruesas, duras, filosas: son la materialización de nuestros
pecados. Las espinas que oprimen al Sagrado Corazón, representan tanto los
pecados personales de cada uno, como los pecados de toda la humanidad de todos
los tiempos. Si el Sagrado Corazón es la ofrenda de la Trinidad hacia los
hombres, la corona de espinas que atenaza y desgarra al Sagrado Corazón, es la
ofrenda que a ese mismo Dios Trino hacemos los hombres, a cambio de su Amor. Dios
Trino nos da su Amor, contenido en el Sagrado Corazón, y con su Amor, nos da su
perdón, su vida divina, su luz y su alegría, y nos lo da sin reservas, para que
el Sagrado Corazón sea nuestro único deleite y anhelo, en esta vida y en la
otra. Las espinas representan nuestros pecados y es por eso que, al tomar
conciencia del dolor moral que le provocamos con nuestros pecados, debemos
hacer el propósito de no pecar de más, de huir de las ocasiones próximas de
pecado y de vivir en la Presencia de Dios, creciendo en santidad y gracia cada
vez más, antes de seguir ofendiendo y lastimando al Sagrado Corazón. Debemos buscar
de quitar las espinas propias nuestras y las de nuestros seres queridos, con la penitencia,
el ayuno y la oración, para no herir más al Sagrado Corazón.
La cruz en la base: nos enseña que el Sagrado Corazón está
suspendido en la cruz y que por lo tanto, quien desee obtenerlo, debe
necesariamente subir a la Cruz para tomar a este Sagrado Corazón, así como un
agricultor, recolector de frutas maduras, se sube a un árbol para recoger y
cortar una fruta madura y gozar de su dulzor exquisito: el Sagrado Corazón es
el fruto más dulce y exquisito del Árbol de la Vida, el Árbol de la Cruz, y
quien se sube a este Árbol que es la cruz, para compartir con Jesucristo sus
tormentos, dolores y amarguras y hasta su misma propia muerte, podrá tomar de
este Árbol más preciado, la cruz, su fruto más exquisito, el Sagrado Corazón,
para saborearlo Él solo con fruición y deleite.
La herida abierta por la lanza: Del Costado traspasado de Jesús
fluyen Sangre y Agua y, con ellos, va vehiculizado el Espíritu Santo. La lanzada
del soldado romano, cuando Jesús ya estaba muerto en la cruz, es la última
crueldad de los hombres hacia el Hombre-Dios; es el último ultraje que los
hombres hacen al Hombre-Dios, estando ya Él muerto. Sin embargo, por un
misterio incomprensible, ese Corazón traspasado, late con el Amor de Dios,
porque la divinidad de Jesús nunca se separó, ni de su Cuerpo Sacratísimo, ni
de su Alma Santísima, y es así que, paradójica y misteriosamente, aun estando
ya muerto Jesús en la cruz, su Sagrado Corazón, traspasado por la lanza, puesto
que late en con el ritmo y la fuerza del Amor de Dios, continúa bombeando
Sangre, pero esta vez, no ya hacia su Cuerpo, sino hacia afuera, hacia los
hombres, para que la Sangre y el Agua brotados de Él, caigan sobre la humanidad
entera y les conceda el perdón de sus pecados y el don de la filiación divina.
Los latidos del Sagrado Corazón y la corona de espinas: El
Sagrado Corazón, si bien está estático en las imágenes, se encuentra dinámico
en su realidad, lo que provoca que, al estar circundado por la corona de
espinas, esta forme un anillo de punzantes espinas que le provocan inenarrables
dolores, tanto en el movimiento de llenado del Corazón –diástole-, como en el
movimiento de expulsión de sangre –sístole-: en la fase de llenado, al
dilatarse el corazón, sea en sus aurículas como en sus ventrículos, las espinas,
duras, gruesas y filosas, se clavan sin misericordia en las paredes cardíacas,
mientras que en la fase de expulsión de la sangre, en la sístole, las paredes
del Corazón se contraen con fuerza para expulsar la sangre, provocando las
espinas otro tipo de dolor lacerante, consecuencia del desgarro que el filo de
estas ocasiona en las paredes cardíacas. Puesto que el Sagrado Corazón late con
la fuerza y el ritmo del Espíritu Santo, cada latido suyo dice, de parte de
Dios al hombres: “Amor”, mientas que la
corona de espinas, puesta por nosotros, representa el odio deicida con el que matamos
al Hombre-Dios con nuestra rebelión, con lo que cada latido representa, para el
Sagrado Corazón, de parte de los hombres, una muestra de la malicia de sus corazones,
que dicen: “Odio”. Al odio deicida de los hombres, Dios responde con el Amor de
su Sagrado Corazón, que se dona en su totalidad en la Eucaristía.
Estos son, entonces, los elementos del Sagrado Corazón y su
respectivo significado.
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