La mejor semblanza de Santa Mónica, mediante la cual podemos
conocer su vida de santidad, es la que realizó San Agustín, su hijo: “Ella me
engendró sea con su carne para que viniera a la luz del tiempo, sea con su
corazón, para que naciera a la luz de la eternidad”[1]. En esta semblanza San Agustín da las pistas para entender el porqué Santa Mónica es modelo de madre, y por eso nos detendremos en este aspecto de la santa, en su ser modelo de madre.
En esta semblanza, San Agustín describe la doble maternidad de Santa Mónica, por la cual lo
engendró a la vida terrena, mortal, la que finaliza con la muerte y la
maternidad espiritual, mediante la cual Santa Mónica lo engendró para la vida
eterna. La primera maternidad de Santa Mónica la describe así San Agustín: “Ella
me engendró (…) con su carne para que viniera a la luz del tiempo”, y esto es
propio de toda madre –es lo que convierte a una mujer en “madre”-, el concebir
y engendrar a sus hijos, en sus cuerpos, para darlos “a luz”, es decir, para
que salgan del seno materno y vean, con sus propios ojos, “la luz del tiempo”,
la vida terrena. Esto que hizo Santa Mónica es lo que hace toda madre. Pero luego
San Agustín describe la otra maternidad de la santa, esta vez, espiritual, y la
describe así: “(Ella) me engendró (…) con su corazón, para que naciera a la luz
de la eternidad”. Esta segunda maternidad de Santa Mónica, es eminentemente
espiritual y no se da en toda madre; se trata de un “engendrar en el corazón”
para que el hijo “nazca a la luz de la eternidad”. ¿De qué se trata
propiamente? Se trata de un amor materno que trasciende los límites de la
maternidad meramente biológica, porque es un amor materno fecundado por la fe
en Cristo Jesús; se trata de un amor por el que el hijo es concebido dos veces,
la primera, en el cuerpo, y la segunda, en el corazón; por esta segunda
concepción, la madre ama más a su hijo que por la primera concepción, la
corporal, porque es más fuerte que la primera, al estar este amor maternal
espiritual, como decíamos, fecundado por la fe. Por esta segunda concepción, la
madre ya no desea para su hijo sólo lo mejor –eso es amar, desear el máximo bien
para el otro- en el plano terreno; por esta concepción espiritual, la madre ya
no desea sólo para su hijo el éxito mundano, en el tiempo: puesto que se trata
de un amor más profundo, desea a su hijo la eterna felicidad, felicidad que
trasciende absolutamente el tiempo y el espacio y que es infinitamente más
plena que cualquier felicidad temporal y terrena. Santa Mónica, según las palabras
de San Agustín, lo engendró doblemente, la primera, de modo corporal, como hace
toda madre; la segunda, de modo espiritual, como debería hacer toda madre con
sus hijos. Ésta es la razón por la cual Santa Mónica es modelo de madre: porque
engendra, por el Amor de Dios, a su hijo, en su corazón y desea para su hijo,
no el éxito mundano, que es pasajero y superficial, sino la vida eterna. En esto
consiste el verdadero amor, porque si amar es “desear el bien para el otro”,
engendrar a un hijo para la vida eterna, es la máxima prueba de amor hacia ese
hijo.
Que a ejemplo de Santa Mónica, toda madre sea capaz de dar a
luz a sus hijos, no sólo corporalmente, sino con el corazón, para que sus hijos
nazcan a la luz de la eternidad, en donde se encuentra el Amor de los amores,
Cristo Jesús.
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