En uno de sus escritos[1],
San Bernardo nos ayuda a entender la razón por la cual, en el cumplimiento del
Primer Mandamiento de la Ley de Dios: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y
al prójimo como a uno mismo”, radica la felicidad del ser humano. En este
mandamiento, en el que está resumida y concentrada toda la Ley Nueva, se manda
a amar con un triple amor: a Dios, al prójimo y a uno mismo, y esto basta para que
el ser humano alcance la plena felicidad, debido a la naturaleza misma del
amor, según San Bernardo. El santo afirma que “El amor basta por sí solo,
satisface por sí solo y por causa de sí”[2]. Es
decir, Dios obra por amor y sólo por amor, y por ese motivo es que “ordena” a
su creatura predilecta, el hombre, que si quiere habitar con Él, en el tiempo y
en la eternidad, haga lo mismo que Él: que ame. Si el hombre quiere vivir en
Dios y de Dios, entonces debe ser Dios, debe convertirse en aquello que ama, y
es el Amor de Dios, y para ello, debe amar. “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8), dice el Evangelista Juan:
por lo tanto, nadie que no “sea amor”, puede estar en su Presencia, ni en esta
vida, ni en la otra. En esta vida, está en Presencia de Dios –Dios inhabita en
él- aquél que vive en gracia; en la vida eterna, la gracia se convertirá en
gloria y aquél que vivía en gracia, será glorificado en cuerpo y alma e
inhabitará en Dios Uno y Trino por la eternidad. Pero esto es solo posible para
quien se “convierta” en Dios, es decir, para quien participe del Ser divino
trinitario a través del amor, del triple amor que manda el Primer Mandamiento;
sólo así podrá estar en la Presencia de Dios, según el axioma filosófico: “lo
semejante ama lo semejante”. Si no se es amor en Dios y por su gracia, no puede
el alma, ni estar en Presencia de Dios, ni Dios puede inhabitar en esa alma, sólo
quien “es Amor” puede hacerlo y para esto es que Dios manda el triple amor del
Primer Mandamiento. Ésta es la razón también por la cual el pecado excluye de
Dios, puesto que el pecado es malicia y la malicia es incompatible con la
santidad y con el Amor de Dios.
El amor, dice San Bernardo, es lo único con lo cual la
creatura puede retribuirle a Dios, que “es Amor” y a su vez, es lo único que lo
hace semejante a Dios y es lo único, por lo tanto, que le da felicidad, porque
asemeja, en la gratuidad del amor, a Dios, que ama por el solo hecho de que
quiere ser amado: “Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma,
el amor es lo único con que la creatura puede corresponder a su Creador, aunque
en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a
lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado:
si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace
felices a los que se aman entre sí”[3].
Ésta es la razón entonces por la cual el cristiano debe “cumplir”
el Primer Mandamiento: porque Dios es Amor y quiere que el hombre “se convierta”
en Él, que es Amor; un Amor eterno, inagotable, incomprensible y, sobre todo,
gratuito, porque no busca otra cosa que amar y ser amado. Entonces, ¿por qué
cumplir el Primer Mandamiento, según San Bernardo? Porque Dios es Amor y me ama
gratuitamente y sólo con el triple amor –a Dios, al prójimo y a mí mismo-, no
solo corresponderé a ese Amor divino, sino que seré Amor divino. No hay otra
razón para “cumplir” el Primer Mandamiento, que la gratuidad del Divino Amor,
lo cual se resume en esta frase de San Bernardo: “Amo porque amo; amo por amar”[4],
es decir: “Amo a Dios porque amo el Amor; amo por el simple hecho de amar el
Amor”.
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