San Expedito es el “santo de las causas urgentes”: así, en
su día, se acercan miles de personas, a lo largo y ancho del país, para obtener
algún favor del santo, como por ejemplo, curaciones, salud, trabajo, y muchas
otras cosas más, que necesitan de una pronta solución. No está mal pedir esto
al santo, pero hay una verdadera “causa urgente”, que por su naturaleza se
antepone a cualquier otra causa, por urgente que sea. ¿Cuál es esta “causa
urgente”, por la cual tenemos que pedir la intercesión de San Expedito en
primer lugar? La verdadera “causa urgente” que se antepone a toda otra “causa
urgente”, es la de la propia conversión y la conversión de nuestros seres
queridos, porque si no nos convertimos a Dios de todo corazón, aun cuando
obtengamos salud, trabajo, y la solución de cualquier otra situación, de nada
nos servirá, según las palabras de Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo,
si pierde su alma?” (Mt 16, 26). No hay
causa más urgente que la conversión y San Expedito es ejemplo de esto, porque al
presentársele la libre opción entre aceptar la gracia de la conversión para
dejar su antigua vida de pagano, o continuar libremente con su vida de pagano,
eligió, en el acto y sin dudarlo, la gracia de la conversión. Ésta es la
verdadera y única “causa urgente” por la cual debemos pedirle al santo, porque
así se cumplirán las palabras de Jesús en nuestras vidas: “Preocúpense primero por
el Reino de los cielos y lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6, 33), lo cual quiere decir que, si
buscamos la conversión del corazón, es decir, si buscamos a Dios, que está en
la cruz y en la Eucaristía, con todo el corazón, todo lo demás –todas las “causas
urgentes” secundarias-, se nos dará por añadidura, incluso hasta sin pedirlas, porque
Dios “sabe qué es lo que necesitamos”.
A los santos los pone la Iglesia no sólo para que
contemplemos sus virtudes, sino para que los imitemos y eso es lo que debemos
hacer con San Expedito: imitarlo en su prontitud y celeridad para responder a
la gracia de la conversión, sosteniendo la cruz de Jesucristo en lo alto y diciendo:
“Hodie! ¡Hoy! ¡Hoy, ya, ahora, dejo mi vida de pagano, mi vida de hombre viejo,
mi vida de falta de perdón, de rencores, de resentimientos, de apego a las
cosas bajas del mundo, para abrazar la cruz de Jesucristo y unirme a su Sagrado
Corazón, para comenzar a vivir la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de
la gracia! ¡Hoy dejo atrás, para siempre, por el poder de la cruz y de la
Sangre de Jesucristo, toda malicia, todo mal deseo, todo mal pensamiento, toda
mala palabra, toda mala obra, para ser bañado por la Sangre del Cordero y así
vivir con la santidad de Jesucristo!”.
Ésta
es la verdadera “causa urgente” que debemos pedir, para nosotros y para
nuestros seres queridos; lo demás, se dará por añadidura.
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