San
Alfonso nos anima a tener una gran confianza en María[1], aun cuando el alma sea
la más pecadora de entre todas las almas pecadoras, porque María es Reina de
Misericordia. Dice así citando a San Bernardo: “Pregunta San Bernardo: ¿Por qué
la Iglesia llama a María reina de misericordia? Y responde: “Porque ella abre
los caminos insondables de la misericordia de Dios a quien quiere, cuando
quiere y como quiere, porque no hay pecador, por enormes que sean sus pecados,
que se pierda si María lo protege”. Es decir, la Virgen, Mediadora de todas las
gracias, decide cómo y cuándo conceder las gracias necesarias al pecador para
que éste regrese lo antes posible a la vida de la gracia. Dice San Alfonso que
no debe atemorizar al pecador la magnificencia real de esta reina, porque
cuanto más elevada es esta reina, más inclinada está al pecador: “Pero
¿podremos temer que María se desdeñe de interceder por algún pecador al verlo
demasiado cargado de pecados? ¿O nos asustará, tal vez, la majestad y santidad
de esta gran reina? No, dice san Gregorio; cuanto más elevada y santa es ella,
tanto más es dulce y piadosa con los pecadores que quieren enmendarse y a ella
acuden” (…).
Puede
suceder que los hombres poderosos infundan temor entre aquellos humildes, pero
esto no es así con María, quien es la Omnipotencia Suplicante y la Reina de
cielos y tierra: “Dice san Bernardo: ¿Qué temor pueden tener los miserables de
acercarse a esta reina de misericordia si ella no tiene nada que aterrorice ni
nada de severo para quien va en su busca, sino que se manifiesta toda dulzura y
cortesía? ¿Por qué ha de temer la humana fragilidad acercarse a María? En ella
no hay nada de austero ni terrible. Es todo suavidad ofreciendo a todos leche y
lana”.
María
no sólo protege contra la ira divina, sino que nos ofrece el consuelo de la
misericordida divina: “María no sólo otorga dones, sino que ella misma nos
ofrece a todos la leche de la misericordia para animarnos a tener suma
confianza y la lana de su protección para embriagarnos contra los rayos de la
divina justicia”.
La
Virgen no solo no puede mentir, sino que no puede dejar a nadie que acude a
Ella, marcharse sin el consuelo de la misericordia, por más miserable que sea y
deben acudir a Ella por lo tanto no solo los pecadores, sino los más pecadores
y miserables de todos, sin temor a ser rechazados por Ella: “A diferencia de
los poderosos de la tierra, nuestra reina no puede mentir y puede obtener
cuanto quiera para sus devotos. Tiene un corazón tan piadoso y benigno, que no
puede sufrir el dejar descontento a quien le ruega. “Es tan benigna –dice Luis
Blosio- que no deja que nadie se marche triste”. Pero ¿cómo puedes, oh María
–le pregunta san Bernardo-, negarte a socorrer a los miserables cuando eres la
reina de la misericordia? ¿Y quiénes son los súbditos de la misericordia sino
los miserables? Tú eres la reina de la misericordia, y yo, el más miserable
pecador, soy el primero de tus vasallos. Por tanto reina sobre nosotros, oh
reina de la misericordia”.
Porque
la Virgen es la reina de la misericordia, es que el alma, aun la más miserable
y pecadora, no debe tener temor en acercársele, ya que Ella sólo quiere la
salvación de sus hijos, sobre todo los más alejados: “Tú eres la reina de la
misericordia y yo el pecador más miserable de todos; por tanto, si yo soy el
principal de tus súbditos, tú debes tener más cuidado de mí que de todos los
demás. Ten piedad de nosotros, reina de la misericordia, y procura nuestra
salvación. Y no nos digas, Virgen santa, parece decirle Jorge de Nicomedia, que
no puedes ayudarnos por culpa de la multitud de nuestros pecados, porque tienes
tal poder y piedad que excede a todas las culpas imaginables”.
Si
el pecado tiene una gran fuerza, es todavía más fuerte la misericordia de esta
reina, a la cual el Hijo nada puede negarle, porque el Hijo le está agradecido
el haberle dado la Virgen de su substancia humana cuando estaba en el seno
materno: “Nada resiste a tu poder, pues tu gloria el Creador la estima como
propia, pues eres su madre. Y el Hijo, gozando con tu gloria, como pagándose
una deuda, da cumplimiento a todas tus peticiones. Quiere decir que si bien
María tiene una deuda infinita con su Hijo por haberla elegido como su madre,
sin embargo, no puede negarse que también el Hijo está sumamente agradecido a
esta Madre por haberle dado el ser humano; por lo cual Jesús, como por
recompensar cuanto debe a María, gozando con su gloria, la honra especialmente
escuchando siempre todas su plegarias”.
Por
esto mismo, aun cuando estemos cargados de pecados; aun cuando nos consideremos
y seamos los más grandes pecadores del mundo, no dejemos de recurrir a María,
Reina de Misericordia, y Ella colmará nuestra alma con la paz y el Amor de Dios
y nos hará regresar al camino de la gracia.
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