Según narra el mismo Agustín, él tuvo un episodio en su vida
en el que, meditando acerca de la Verdad de Dios, la encontró, del modo más
inesperado posible. En efecto, San Agustín, que meditaba en cómo era posible
que Dios fuera Uno y Trino, tuvo una revelación acerca del misterio del
misterio de Dios, pero no de un Dios cualquiera, sino del Dios de los
católicos, Dios Uno y Trino. Narra el santo que un día “paseaba por la orilla
del mar, dando vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad
de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De repente, alza la vista y
ve a un niño, que está jugando en la arena, a la orilla del mar. Le observa más
de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y
vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un pequeño pozo. Así el niño lo
hace una y otra vez, hasta que despierta la curiosidad de San Agustín por lo
que, acercándose al niño, le pregunta: “Oye, niño, ¿qué haces?”. Y el niño le
responde: “Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este pozo”. Y
San Agustín dice: “Pero, eso es imposible”. Y el niño –que en realidad era un
ángel- responde: “Más imposible es tratar de hacer lo que tú estás haciendo:
Tratar de comprender en tu mente pequeña el misterio de Dios”[1].
Lo que el ángel le pretendía hacer entender a San Agustín es
que, por un lado, el Dios que él buscaba estaba en la Iglesia Católica y en
ningún otro lugar más, porque se trata de un Dios que es Trinidad de Personas;
por otra parte, le quería hacer ver que este Dios católico es un misterio, un
misterio tan insondable y tan grande, tan inefable y tan majestuoso, que la
capacidad de la razón humana e incluso de la angélica –simbolizadas en el pozo-
no puede llegar a comprender ni conocer a Dios en su constitución íntima, como
Dios Uno en naturaleza y Trino en Personas –simbolizado en el mar-, si no es
revelado. Con el ejemplo del pozo en la arena comparado con la inmensidad y
majestuosidad de Dios, el ángel le demuestra a San Agustín la pequeñez de la
mente humana y angélica –el pozo- en comparación con la grandeza y
majestuosidad de Dios Uno y Trino –el mar-. Una grandeza y majestuosidad que no
pueden ser ni siquiera imaginadas sino son revelados y estos se llaman “misterios
sobrenaturales absolutos” de Dios. Entonces, Dios sí es católico, es el Dios
Uno y Trino y la Segunda Persona de esa Trinidad se encarnó para salvarnos en
el seno de María Virgen por obra del Espíritu Santo y por obra de ese mismo
Espíritu, continúa y prolonga su Encarnación en la Eucaristía. La constitución
íntima de Dios Trinidad, la Encarnación del Verbo y la prolongación de su
Encarnación en la Eucaristía son misterios absolutos de Dios que sólo pueden
ser conocidos si son revelados y sólo
pueden ser creídos si son amados. Le pidamos a San Agustín que nos haga
partícipes de su humildad y de su amor a Dios Trino, para que también nosotros
conozcamos la Verdad de Dios Uno y Trino y la Presencia Real de Cristo en la
Eucaristía, y amemos estos misterios con todo el corazón, como lo hizo el mismo
San Agustín.
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