Luego de ser encarcelado, Juan el Bautista muere decapitado
por orden de Herodes, a quien el Bautista le había reprochado su unión adúltera
con la esposa de su hermano. A pesar de parecer que el Bautista dio su vida por
la unión matrimonial monogámica, es decir, entre el varón y la mujer, no es
así: Juan el Bautista dio su vida por Cristo, por quien el matrimonio se
convierte en unión esponsal santa y santificante. Cristo, en cuanto Dios, fue
quien creó o inventó el matrimonio entre el varón y la mujer, en los inicios de
la humanidad –por eso Cristo dice: “En el principio fue así”, es decir, varón y
mujer- y luego, llegada la plenitud de los tiempos, elevó el matrimonio a rango
de sacramento, lo cual quiere decir que los esposos quedan unidos, por el
sacramento, a la unión esponsal y mística entre Cristo Esposo y la Iglesia
Esposa, siendo el varón una prolongación de Cristo Esposo y la mujer una
prolongación de la Iglesia Esposa. Es por este “gran misterio” de Cristo Esposo
y de su unión con la Iglesia Esposa, misterio que hace santo a todo matrimonio
sacramental, por el cual el Bautista dio su vida. No dio su vida por combatir
el adulterio, sino por dar testimonio de Aquel por el cual todo matrimonio sacramental
es santo.
Al recordar al Bautista en su martirio, recordemos entonces
la santidad del matrimonio sacramental y su altísima dignidad, pero recordemos
ante todo a Aquel por quien el Bautista dio su vida, Cristo Jesús y por quien
todo matrimonio sacramental es fuente de santidad para los esposos, para la
familia y para la Iglesia.
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