San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 27 de agosto de 2019

Santa Mónica



Desde su conversión, Santa Mónica sólo persiguió dos objetivos en esta vida: lograr la conversión de su esposo y de su hijo San Agustín y preparar su alma para la vida eterna. Desde que se convirtió, Santa Mónica se dio cuenta que esta vida es pasajera, fugaz y que lo que importa es salvar el alma para la vida eterna. Por esta razón es que soportó, con paciencia y caridad heroica, la violencia de su marido, su falta de amor, su incomprensión del matrimonio y es por eso que derramó lágrimas durante treinta años pidiendo por la conversión de su hijo San Agustín. Santa Mónica sabía que esta vida se termina pronto y que las acciones de esta vida son las que determinan nuestro destino final en la otra vida, y es por esto que se dedicó, con toda caridad, a rezar tanto por su marido, como por su hijo. Al final de su vida, vio recompensados ambos deseos, ya que ambos se convirtieron, llegando a ser San Agustín uno de los más grandes santos de la Iglesia Católica.
Sus últimas palabras, antes de morir y dejar esta vida terrena, reflejan la profundidad de su vida espiritual y el único deseo que tenía en su corazón, el alcanzar la vida eterna. Días antes de morir, dijo a San Agustín: “En lo que a mí respecta, hijo mío, ya no deseo nada de esta vida. No veo que tenga que hacer más -dijo-, ni por qué he de vivir aquí; se desvaneció ya la esperanza de este mundo. Sólo una cosa me hacía desear la vida todavía algún tiempo aquí abajo. Deseaba antes de morir verte cristiano católico. Dios me la concedió con creces. Veo que menosprecias las alegrías terrenales para ser su siervo. ¿Qué hago yo aquí? (Conf, IX, 26)”[1]. Dice que en lo que a ella respecta, ya no desea esta vida ni nada de lo que esta vida pueda ofrecerle. Para ella, esta vida ya carece de sentido, porque lo que quería, la conversión de su esposo y de su hijo, ya la ha logrado con creces. Se da cuenta que su hijo se ha convertido porque, al igual que ella, “menosprecia las alegrías terrenales” para “ser siervo de Dios” y por eso ella ya no le encuentra sentido seguir viviendo aquí. Sólo desea vivir la vida eterna, porque sabe que en esa vida eterna encontrará toda la dicha que no hay en esta; sabe que en la vida eterna no hay llanto, ni dolor, ni tristeza, ni amargura, propias de la vida de la tierra y que sólo hay alegría, gozo y dicha en la contemplación bienaventurada de la Trinidad y del Cordero, Cristo Jesús. Por eso ansía salir de esta vida, para entrar en la vida eterna.
Al recordar a Santa Mónica en su día, le pidamos que interceda para que también nosotros deseemos, como ella, la vida eterna y para que también hagamos méritos, como ella, para merecerla.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario