Desde
su conversión, Santa Mónica sólo persiguió dos objetivos en esta vida: lograr
la conversión de su esposo y de su hijo San Agustín y preparar su alma para la
vida eterna. Desde que se convirtió, Santa Mónica se dio cuenta que esta vida
es pasajera, fugaz y que lo que importa es salvar el alma para la vida eterna.
Por esta razón es que soportó, con paciencia y caridad heroica, la violencia de
su marido, su falta de amor, su incomprensión del matrimonio y es por eso que
derramó lágrimas durante treinta años pidiendo por la conversión de su hijo San
Agustín. Santa Mónica sabía que esta vida se termina pronto y que las acciones
de esta vida son las que determinan nuestro destino final en la otra vida, y es
por esto que se dedicó, con toda caridad, a rezar tanto por su marido, como por
su hijo. Al final de su vida, vio recompensados ambos deseos, ya que ambos se
convirtieron, llegando a ser San Agustín uno de los más grandes santos de la Iglesia
Católica.
Sus
últimas palabras, antes de morir y dejar esta vida terrena, reflejan la
profundidad de su vida espiritual y el único deseo que tenía en su corazón, el
alcanzar la vida eterna. Días antes de morir, dijo a San Agustín: “En lo que a
mí respecta, hijo mío, ya no deseo nada de esta vida. No veo que tenga que
hacer más -dijo-, ni por qué he de vivir aquí; se desvaneció ya la esperanza de
este mundo. Sólo una cosa me hacía desear la vida todavía algún tiempo aquí
abajo. Deseaba antes de morir verte cristiano católico. Dios me la concedió con
creces. Veo que menosprecias las alegrías terrenales para ser su siervo. ¿Qué
hago yo aquí? (Conf, IX, 26)”[1]. Dice
que en lo que a ella respecta, ya no desea esta vida ni nada de lo que esta
vida pueda ofrecerle. Para ella, esta vida ya carece de sentido, porque lo que
quería, la conversión de su esposo y de su hijo, ya la ha logrado con creces. Se
da cuenta que su hijo se ha convertido porque, al igual que ella, “menosprecia
las alegrías terrenales” para “ser siervo de Dios” y por eso ella ya no le
encuentra sentido seguir viviendo aquí. Sólo desea vivir la vida eterna, porque
sabe que en esa vida eterna encontrará toda la dicha que no hay en esta; sabe
que en la vida eterna no hay llanto, ni dolor, ni tristeza, ni amargura,
propias de la vida de la tierra y que sólo hay alegría, gozo y dicha en la
contemplación bienaventurada de la Trinidad y del Cordero, Cristo Jesús. Por
eso ansía salir de esta vida, para entrar en la vida eterna.
Al
recordar a Santa Mónica en su día, le pidamos que interceda para que también nosotros
deseemos, como ella, la vida eterna y para que también hagamos méritos, como
ella, para merecerla.
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