San Ignacio afirmaba que nuestros pensamientos podían
provenir de tres fuentes distintas: de nosotros mismos, de Dios o del Demonio.
¿Cómo saber de dónde provienen? ¿Cómo distinguirlos a unos de otros? Para distinguir
su procedencia, el santo aplicaba la siguiente regla: si los pensamientos
tenían un origen bueno, un medio bueno y un fin bueno, era señal inequívoca que
venía de Dios y por lo tanto había que aceptarlo sin más; si el pensamiento tenía
un origen bueno, pero un medio malo y un fin malo, era señal que provenía, o de
nosotros mismos, o del mal espíritu, es decir, del Demonio y por lo tanto,
había que rechazarlos inmediatamente.
Ahora bien, ¿cómo saber de qué manera hacer un buen
discernimiento? San Ignacio propone las “Reglas de discernimiento”, para
distinguir cómo operan el buen espíritu y el mal espíritu, para aceptar las
buenas mociones y rechazar las malas y así elegir y proceder bien.
¿Cómo
opera el buen espíritu?[1]
Existen dos reglas básicas, según San Ignacio:
1.ª
regla: A las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra
comúnmente el mal espíritu proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar
deleites y placeres sensuales, para conservarlas y hacerlas prosperar en sus
vicios y pecados; en estas personas el buen espíritu actúa del modo contrario, haciéndoles
sentir remordimiento en su conciencia por medio de la razón.
2.ª
regla. A las personas que van purificándose de sus pecados, y en el servicio de
Dios nuestro Señor ven de bien en mejor, pasa lo contrario de la primera regla;
porque entonces propio es del mal espíritu morder, entristecer y poner
impedimentos, inquietando con falsas razones, para que la persona no siga
adelante; y propio del buen espíritu dar ánimo y fuerzas, consolaciones,
lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando las cosas y quitando todo
impedimento, para que en el bien obrar proceda adelante.
¿Cómo
opera el mal espíritu? Existen tres reglas básicas:
1.ª
regla: el enemigo se hace como aquella persona que es violenta por inclinación pero
que cede al que le hace frente. Esta persona al pelear con uno, huye cuando uno
la enfrenta, pero si uno huye de aquella persona y comienza a desanimarse, la
ira, venganza y ferocidad de la persona crecen sin medida. De la misma manera,
el enemigo se caracteriza por mostrarse débil cuando uno se ejercita
espiritualmente y enfrenta con firmeza las tentaciones haciendo lo diametralmente
opuesto. Por el contrario, si uno tiene temor, no hay bestia tan fiera sobre la
tierra como este enemigo, el que prosigue entonces su perversa intención de
alejarnos de la voluntad de Dios con su inmensa maldad.
2.ª
regla: el mal espíritu se hace también como un galán mentiroso que quiere ser
secreto y no descubierto. Cuando éste habla con malas intenciones a la hija de
un buen padre o a la mujer de un buen marido, quiere que sus palabras e
insinuaciones queden secretas y se disgusta mucho si, al contrario, la hija
habla a su padre o la mujer a su marido, descubriéndolo en sus mentiras porque
sabe que no podrá continuar lo que emprendió. De esta misma manera, cuando el
malo se acerca a una persona buena con astucias quiere que sus intenciones sean
recibidas en secreto, pero cuando la persona las descubre a su confesor o a
otra persona que sepa de los engaños del malo, se molesta mucho y huye.
3.ª
regla: el mal espíritu se parece también a un caudillo, para dominar y robar lo
que desea. Un caudillo, mirando las fuerzas y el dispositivo de defensa de una
fortaleza, la ataca por su parte más débil. De la misma manera, el mal espíritu
nos mira todas nuestras virtudes y donde encuentra la más débil, nos ataca.
La regla de discernimiento de espíritus de San Ignacio es
sumamente importante y necesaria y puede ser aplicada en todo momento y en todo
tipo de asuntos, desde los menos hasta los más importantes. Si seguimos esta
regla, estaremos seguros de que siempre cumpliremos la voluntad de Dios, pues
es de Dios todo lo que comienza bien, sigue bien y termina bien. El discernimiento
de espíritus es necesario, ante todo, para determinar cuál es el camino
correcto para la salvación del alma, que es el buen y el mejor final de todo
inicio de pensamiento.
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