En el libro de Job se dice: “Lucha es la vida del hombre
sobre la tierra”[1],
es decir, esta vida no es para “pasarla bien”, sino para luchar, pero no para
luchar por causas ideológicas, sino para luchar para salvar el alma de la
eterna condenación y así entrar en el cielo. Para lograr este objetivo, el
Sagrado Corazón le dio a Santa Margarita María de Alacquoque tres armas
espirituales: una conciencia despierta que detecte el pecado y desee la gracia;
la obediencia a los superiores y, por último, la Santa Cruz[2].
Con relación a la primera arma, Jesús le revela a Santa Margarita
el valor que tiene una conciencia delicada, porque por la conciencia delicada,
el alma se da cuenta que por la gracia está delante de Dios y que si falta a la
gracia, si comete pecado, sale de la presencia de Dios y lo ofende. Dice así
Jesús: “Sabed que soy un Maestro santo, y enseño la santidad. Soy puro, y no
puedo sufrir la más pequeña mancha. Por lo tanto, es preciso que andes en mi
presencia con simplicidad de corazón en intención recta y pura. Pues no puedo
sufrir el menor desvío, y te daré a conocer que si el exceso de mi amor me ha
movido a ser tu Maestro para enseñarte y formarte en mi manera y según mis
designios, no puedo soportar las almas tibias y cobardes, y que si soy manso
para sufrir tus flaquezas, no seré menos severo y exacto en corregir tus
infidelidades”. Entonces, cuando estemos en falta, acudamos a la confesión,
porque estar en gracia es el equivalente a estar en la gloria en el Reino de
los cielos, contemplando a Dios cara a cara.
Con relación a la segunda arma, la santa obediencia, Jesús
le hace ver a Margarita el valor de la obediencia, porque así lo imita a Él que,
por obediencia, se encarnó y murió en la cruz. De otra manera, desobedeciendo,
el alma se asemeja más al Ángel Desobediente, el Demonio, que por no querer
obedecer la orden de amar y adorar a Dios Trino, perdió el cielo para siempre. Todos
tenemos un superior a quien obedecer, incluso el Papa, pues tiene que obedecer
a Dios, de manera que todos tenemos y debemos utilizar esta arma espiritual de
la obediencia, que nos acerca y nos hace imitar al Sagrado Corazón de Jesús.
Por
último, la tercera arma espiritual, la Santa Cruz, la más importante de todas, porque
sin Cruz no hay Jesús y sin Jesús no hay Cielo ni salvación. Si Jesús, el Hijo
de Dios, pasó de esta vida a la otra por medio de la Cruz, entonces todo el que
quiera ir al Cielo, lo debe hacer por medio de la Cruz. Sin la Cruz de Jesús,
es imposible, de toda imposibilidad, llegar al Cielo.
Practiquemos
estas tres armas espirituales que nos da el Sagrado Corazón –conciencia delicada,
santa obediencia, Santa Cruz- para poder obtener el triunfo más importante de
nuestras vidas, la salvación de nuestras almas y evitar la eterna condenación.
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