El profeta Isaías anuncia así la Llegada del Mesías: “¿No
falta poco, muy poco tiempo, para que Líbano se vuelva un vergel y el vergel
parezca un bosque?” (29, 17-24). El profeta suspira por un tiempo, que ya es
cercano, pues “falta poco”, en el que el desierto, representado en el Líbano,
se vuelva un vergel, y el vergel, islote florido del desierto, se convierta en
bosque, y con esto quiere el profeta significar la Llegada del Mesías, porque
su Presencia obrará maravillas en los hombres: en los alejados de Dios –simbolizados
el desierto-, el Mesías infundirá su temor, y hará que estos vuelvan sus
corazones a Dios; en los que ya tienen presencia de Dios –simbolizados en el
vergel-, infundirá su Sabiduría y su Amor, de manera tal de quienes ya conocen
y aman a Dios, lo conocerán y amarán todavía más, encendiéndose en el deseo de
estar con Él para siempre. Es esto lo que quiere decir, cuando al final dice: “Los
espíritus extraviados llegarán a entender y los recalcitrantes aceptarán la
enseñanza”: el Mesías tendrá piedad de los que están lejos de Dios, y les concederá
la gracia del regreso a su conocimiento y amor. Y como este Mesías, cuya
Llegada anuncia Isaías, no es otro que el Niño de Belén, cuya llegada para
Navidad anuncia la Iglesia, porque este Niño de Belén, con su gracia
santificante, que brota del Él como de su fuente inagotable, perdonará los
pecados de los hombres con la Sangre de su Cruz y encenderá sus corazones en el
más grande Amor de Dios, con el fuego del Espíritu Santo, convirtiendo a los
malos en buenos y a los buenos en santos.
Isaías también dice: “En aquel día, los sordos oirán las
palabras del libro, y verán los ojos de los ciegos, libres de tinieblas y de
oscuridad”: son los sordos y ciegos que serán curados por el Niño de Belén, aún
antes de comenzar su vida pública; oirán los sordos y hablarán los mudos, pero
no sólo los afectados en sus sentidos, sino ante todos los sordos y ciegos
espirituales oirán la Voz del Salvador y proclamarán sus maravillas, en el
tiempo y en la eternidad.
Luego agrega: “Los humildes se alegrarán más y más en el
Señor y los más indigentes se regocijarán en el Santo de Israel”: son los que,
con el corazón contrito y humillado, reconociéndose indigentes espirituales,
necesitados de todo lo que Dios da, luz, amor, paz, alegría, se acercarán al
Pesebre de Belén y adorarán a su Dios que se les manifiesta como un pequeño
Niño recién nacido. Los humildes e indigentes, a diferencia de los pastores,
que ofrecen al Señor sus pertenencias, sus ovejas, con su leche para que se
alimente, y su lana para que se abrigue, y a diferencia de los Reyes Magos, que
ofrendarán de sus riquezas, oro, incienso y mirra, al Rey de reyes, los
humildes e indigentes nada material tendrán para ofrendar al Niño Dios, sólo su
pobre corazón, hecho de nada más pecado, corazón que dejarán como ofrenda
insignificante a los ojos de los hombres, pero valiosa a los ojos de Dios, y
éste será el homenaje de su humilde adoración al Rey de reyes, el Niño de
Belén.
Isaías también habla acerca de quienes odian al Niño, los
demonios, los ángeles rebeldes y caídos, y los hombres pervertidos, que
libremente dejaron contaminar sus corazones con la ponzoña del mal, del
orgullo, de la violencia, de la lujuria y de la lascivia, y que no aceptan que
un Dios venga a ellos como Niño, a convertir sus corazones; estos tales, como
dice Isaías, desaparecerán ante su vista: “Porque se acabarán los tiranos,
desaparecerá el insolente, y serán extirpados los que acechan para hacer el
mal, los que con una palabra hacen condenar a un hombre, los que tienden
trampas al que actúa en un juicio, y porque sí no más perjudican al justo”.
Isaías canta al Niño de Belén, que con su Encarnación y Nacimiento y
Manifestación epifánica comienza la derrota del Príncipe de las tinieblas,
Satanás, el Príncipe del mal, del odio, de la maldad, el inventor de la
corrupción, de la muerte y del pecado; derrota que alcanzará su culmen en el
triunfo de la Cruz, cuando con el madero ensangrentado venza para siempre al
Enemigo de la raza humana, cuando su Madre, la Virgen, aplaste con su talón,
con la fuerza de Dios Trino, la cabeza del astuto dragón y temible serpiente,
para que nunca más pueda hacer daño a los hombres.
Finaliza en este párrafo hablando el Mesías en Persona, por
boca de Isaías: “En adelante, Jacob no se avergonzará ni se pondrá pálido su
rostro. Porque, al ver lo que hago en medio de él, proclamarán que mi nombre es
Santo, proclamarán santo al Santo de Jacob y temerán al Dios de Israel”. Y esto
no es otra cosa que la Santa Misa, la renovación incruenta del sacrificio del
Calvario, sacrificio para el cual nace el Niño de Belén, sacrificio por el cual
los hombres cantarán y glorificarán al
Dios Tres veces Santo, en el triple amén de la doxología eucarística; es
en la Misa en donde los hombres glorificarán al Niño de Belén, que significa “Casa
de Pan”, porque el Niño que nace en la
Casa de Pan, que es Belén, nace para ofrendarse como Pan de Vida eterna, que da
la gloria divina y la vida eterna a los hombres.
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