Al ambiente
festivo de las lecturas anteriores correspondientes al tiempo de Adviento, la
Iglesia introduce una lectura que no solo no tiene nada de festivo, sino que se
corresponde más bien a un lamento: es el lamento de Yahveh que se duele
amargamente por la suerte de su Pueblo Elegido. “Así dice el Señor, tu
Redentor, el Santo de Israel: Yo soy el Señor tu Dios, que te enseña para tu
beneficio, que te conduce por el camino en que debes andar. ¡Si tan sólo hubieras
atendido a mis mandamientos! Entonces habría sido tu paz como un río, y tu
justicia como las olas del mar. Sería como la
arena tu descendencia, y tus hijos como
sus granos; nunca habría sido cortado ni borrado su nombre de mi presencia”
(48, 17-19). Llama la atención que el Señor se dirija en estos términos,
que más que reproches, son un triste lamento, que surge en el mismo Dios cuando
comprueba el extravío de aquél a quien Él amaba con locura. El lamento de Yahvéh
es el lamento de un padre o de una madre que no encuentra consuelo al recordar
los malos pasos de su hijo descarriado: “¡Si tan sólo hubieras atendido a mis
mandamientos!”. Es decir, Yahvéh, frente al Pueblo Elegido, que lo cambiado a
Él, el Dios de majestad infinita, que tantas maravillas ha obrado en su favor,
para postrarse ante los ídolos de los gentiles, y que ha hecho del oro su dios,
se queja amargamente, al comprobar la increíble ceguera de su Pueblo: “¡Si tan
solo hubieras atendido a mis mandamientos!”. Luego continúa con una serie de
beneficios, de dones, de sucesos alegres, que le habrían acaecido al Pueblo, si
este hubiera escuchado y seguido sus Mandamientos: “Entonces habría sido tu paz
como un río, y tu justicia como las olas del mar. Sería como la
arena tu descendencia, y tus hijos como sus granos;
nunca habría sido cortado ni borrado su nombre de mi presencia”. Como se puede
ver, las consecuencias de este apartamiento, son terribles, puesto que quien se
aparta “es cortado y borrado su nombre” de la “presencia” de Yahveh.
Ahora bien, si bien el Mesías
se dirige, a través de San Isaías, a aquellos israelitas que, en vez de adorar
a Dios, se construyen sus propios ídolos a medida, debido a que también se aplica al tiempo de Adviento y de
Navidad, el reproche y el lamento están dirigidos a los cristianos,
principalmente a aquellos que convierten a la Navidad en una festividad pagana:
son aquellos para quienes Papá Noel y no el Niño Dios, es el dueño y centro de
la Navidad; son aquellos que piensan que festejar la Navidad es atiborrarse de
manjares terrenos, de bebidas alcohólicas, de festejos trasnochados; son
aquellos para quienes Navidad es sinónimo de consumismo, de alegría pagana, de
sensualidad carnal, de música cumbia y rock y no de villancicos.
Pero para
quienes ven en el Niño de Belén al Mesías Redentor, para quienes la fiesta
principal de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena, para quienes el manjar
celestial está antes y es más importante que el manjar terreno; para quienes en
Navidad se deleitan con la Carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del
Espíritu Santo, con el Pan Vivo bajado del cielo, y con el Vino de la Alianza
Nueva y Eterna; para quienes se alegran en la Virgen, Madre de Dios,
ensalzándola y alabándola y dando gracias a Dios por su Maternidad virginal;
para quienes adoran al Dios Niño, que del seno eterno del Padre viene a este
mundo a través del seno virgen de la Madre, para nacer en un humilde pesebre,
para ellos, no hay reproches, sino dulces palabras de amor: “Porque has
atendido mis mandamientos, entonces tu paz es como un río, y tu justicia, como
las olas del mar. Será como arena tu descendencia, y tus hijos como granos;
nunca será cortado ni borrado su nombre de mi presencia”.
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