Luego de celebrar el Nacimiento del Niño Dios, Nacimiento
que convierte al matrimonio legal –la relación entre María y José no era la de
esposos, sino la de hermanos- en familia, la Iglesia nos conduce a la
contemplación de la Sagrada Familia de Nazareth, pues esta Familia Santa es
modelo y fuente de santidad para toda familia católica. Toda familia, pero
principalmente la familia católica, tiene una misión para cumplir en este
mundo, una misión que no es para un destino intramundano, sino suprahumano, y
para alcanzar ese destino, necesita tener como único modelo y ejemplo a la
Sagrada Familia de Nazareth.
La familia, la única familia posible, la constituida por el
padre-varón, la madre-mujer y los hijos, tiene una misión en la tierra, y esa
misión no consiste, ni remotamente, en alcanzar objetivos meramente humanos y
terrenos; la misión de la familia católica, misión dada por Dios Uno y Trino,
no consiste en que sus miembros sean simplemente “buenos ciudadanos”, ni se
limita a meramente dar un buen ejemplo de honestidad, de trabajo, de estudio,
de sacrificio. Todo esto se por supuesto en una familia católica, pero no
consiste en esto su misión, la cual tiene un objetivo infinitamente más alto,
misterioso y sublime. Si la misión de la familia católica se redujera a que sus
miembros sean buenos ciudadanos, honestos trabajadores, padres ejemplares,
hijos modélicos, estaría quedándose en el punto de partida, y nunca llegaría a
la meta, porque todas estas cosas son buenas, pero meramente humanas. La familia
católica está llamada a un destino que supera infinitamente todo horizonte
humano, y todo lo que se pueda siquiera imaginar, porque está llamada a un
destino de eternidad. Todos los integrantes de la familia están llamados a un
destino de gloria eterna; están llamados a ser ciudadanos de la Jerusalén
celestial, están llamados a adorar al Cordero de Dios en los cielos, en esta
vida y en la otra, y sólo cuando la familia alcance este punto de llegada,
puede decirse que ha cumplido su objetivo, el objetivo dado por Dios.
Pero
la familia no puede alcanzar este objetivo tan alto si, en su peregrinar por la
tierra, sus integrantes olvidan este destino eterno y en vez de elevar los ojos
a Cristo crucificado, único Camino al Cielo, se inclinan hacia las cosas del
mundo, olvidando su destino de eternidad. De esta manera, la familia, en vez de
convertirse a Cristo, se convierten al mundo, el cual los aleja cada vez más de
la Cruz, y esto sucede cuando la familia prefiere la televisión a la oración,
la música y el entretenimiento a la meditación y a la lectura de la Palabra de
Dios, y cuando el televisor y la computadora ocupan el centro de su vida y de
su atención.
No
existe una vía alternativa, no hay un camino intermedio: o la familia católica tiene
por centro a Cristo crucificado y resucitado, o tiene por centro al mundo y sus
fines mundanos y terrenos, que no son los fines de Dios.
La
única manera por la cual la familia católica pueda llegar a cumplir su
cometido, que es la salvación eterna de todos sus integrantes, es la
contemplación de la Sagrada Familia de Nazareth, y ése es el motivo por el que
la Iglesia nos conduce a su contemplación. Sólo en la contemplación e imitación
de las virtudes de la Sagrada Familia, podrá la familia católica cumplir el
designio que Dios tiene para ella: la de ser “Iglesia doméstica”, según los
Padres de la Iglesia, y la de ser una comunidad de vida y de amor, una
comunidad santificada y santificante, en donde la santidad de sus miembros
resplandezca en medio de la oscuridad del mundo.
En
la Sagrada Familia todo es santo, porque la Madre de esta Familia, es la Madre
de Dios; el Hijo, es Dios Hijo encarnado; el Padre adoptivo del Niño y Esposo
meramente legal de María –su trato con Ella es un trato de hermanos-, es San
José, el varón casto y justo, elegido por Dios Padre para reemplazarlo en la
tierra en su función paterna. Así como en la Familia Santa de Nazareth todo es
santo, así también en la familia católica, todos sus integrantes deben al menos
iniciar el camino de la santidad –no podemos, de ninguna manera, pensar que
somos “santos”, ya que eso sería muestra de soberbia y sería algo que no es
cierto, puesto que se alcanza la santidad plena sólo en la otra vida-, y
caminar por el camino de la santidad, significa vivir en gracia santificante,
recurriendo con frecuencia al sacramento de la confesión, y obrar la
misericordia.
Para
lograr ser una comunidad santificada y santificante, que transmita al mundo el Amor
de Cristo, la familia debe contemplar e imitar a cada uno de los miembros de la
Sagrada Familia: a la Virgen María, modelo de esposa, de madre amantísima, de ama
de casa, de sostén familiar, de amor materno. En sus funciones maternas, la madre
es la columna vertebral de la familia, y la Virgen es el modelo único e insuperable
para toda madre cristiana.
San
José, en su condición de padre casto y de varón justo, que dedica los esfuerzos
de su vida a la manutención de la familia y a la educación de su Hijo adoptivo,
es el modelo para todo padre de familia, en la fidelidad conyugal y en el amor
a los hijos.
Jesús,
el Niño Dios, con su amor humano-divino a sus padres, amor que se manifiesta en
la obediencia filial, en el trato respetuoso y afectuoso, en la sumisión basada
en el amor, en la colaboración en las tareas hogareñas, en el don de la sonrisa
y de la ternura hacia sus padres, es el modelo para todo hijo, en el
cumplimiento del Cuarto Mandamiento: “Honrarás padre y madre”.
Sólo
de esta manera, contemplando a la Familia Santa de Nazareth, podrá la familia
católica ser una comunidad santificada y santificante, y sólo así podrá
alcanzar no los objetivos mundanos de las familias que no conocen a Cristo,
sino el objetivo más alto que familia alguna pueda alcanzar: la comunión de
vida y amor con la Familia Divina, las Tres Personas de la Santísima Trinidad,
en los cielos.
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