San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 29 de diciembre de 2012

San Esteban, protomártir


26 de diciembre


            Vida y milagros de San Esteban, protomártir[1]
            Sabemos de la vida de San Esteban por lo que de él se relata en Hechos de los Apóstoles, capítulo 6: se dice de él que estaba “lleno de gracia y de poder” y que realizaba “grandes prodigios y signos” ante el pueblo. Debido a que sus adversarios no podían vencerlo en las disputas, al estar asistido por el Espíritu Santo, sus enemigos sobornaron a falsos testigos para que dijeran: “Nosotros hemos oído a este decir palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios” He 6, 11). El pueblo, prestando oídos a la calumnia, se amotina ante Esteban y lo lleva ante el Sanedrín, el cual siguió acusándolo de que hablaba contra el templo y contra las tradiciones mosaicas. Entonces todo el Sanedrín vio su rostro como el rostro de un ángel. Continuó preguntándole el sumo sacerdote y San Esteban le hizo un largo discurso sobre Abraham, la Alianza y Moisés.
            Mientras lo escuchaban, se consumían de rabia. En un momento determinado, San Esteban dijo: “Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios” (He 7, 56). Dicho esto, todos a una se abalanzaron sobre Esteban, lo arrastraron fuera de la ciudad y lo apedrearon. Mientras, él decía: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Y añadió, estando de rodillas: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”.

            Mensaje de santidad de San Esteban, protomártir
            El mensaje de santidad de San Esteban es el mensaje del martirio, porque es el primer mártir de la Iglesia de Cristo, y por eso su nombre, “protomártir”. San Esteban es mártir porque derrama su sangre por Cristo y, al igual que Cristo, perdona a sus enemigos, a los que le quitan la vida: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”.
            Por esto mismo, para apreciar un poco más el mensaje de santidad de San Esteban, meditamos brevemente acerca del martirio.
El mártir continúa la Pasión de Cristo
            Cuando se recuerda a un mártir, por lo general, se evoca su vida y, por supuesto, su muerte, y se piensa, con razón, que el mártir es un ejemplo de vida cristiana, puesto que es el testigo de Cristo por excelencia. Se piensa también que el mártir es aquél que vivió en grado de perfección heroica las virtudes, tanto las naturales como las sobrenaturales, y que por esto es ejemplo que perdura en la Iglesia: el mártir es aquél a quien hay que imitar en el ejercicio de las virtudes.
Son sus virtudes lo que se considera, por lo general, cuando se evoca la muerte del mártir: valentía, cuando un mártir afronta la muerte, y derrama su sangre y entrega su vida por confesar del nombre de Cristo; fe sobrenatural, cuando un mártir no solo no reniega de Cristo, sino que dona su vida por confesar su fe en Cristo como el Hombre-Dios; fortaleza sobrehumana, cuando soporta torturas sobrehumanas; perseverancia sobrenatural, cuando se ve la firme voluntad del mártir de profesar la fe en Cristo, a pesar de que le va la vida en ello.
Por lo general, se considera en el mártir su aspecto humano, de heroicidad; es decir, se considera al mártir como lo que es: un ejemplo de cómo una persona humana puede vivir las virtudes en grado heroico, hasta dar la vida por esas virtudes.
Todo esto está bien, y es esto lo que hay que considerar en la evocación de la memoria del mártir, pero hay algo más, en la vida y muerte del mártir, mucho más profundo y misterioso, que un gran ejemplo de cómo practicar virtudes.
La heroicidad en la práctica de las virtudes –que es lo que le granjea  al mártir la entrada al cielo-, es sólo un aspecto de la realidad del mártir: es, por así decirlo, su aspecto más humano. Hay algo en el mártir, en su muerte martirial, que sobrepasa infinitamente a la naturaleza humana -y es lo que le da el carácter propiamente martirial-, y es la presencia de lo divino y sobrenatural: el mártir, más que un instrumento asociado a la Pasión de Cristo, participa de tal manera de su Pasión, que puede decirse que el mismo Cristo quien, en el mártir, continúa su Pasión. El mártir es algo más que un ejemplo de virtudes: el mártir imita, continúa y prolonga, la Pasión de Cristo[2]; puede decirse que, en la muerte del mártir, si bien es la persona humana del mártir la que muere, es también, al mismo tiempo, el mismo Cristo quien, en la persona humana del mártir, continúa su Pasión; en el derramamiento de sangre del mártir, miembro del Cuerpo Místico de Cristo, es Cristo quien continúa derramando su sangre, como muestra de su amor misericordioso por la humanidad. Es por esto que, en cada mártir que muere, entregando su vida y derramando su sangre, la Iglesia ve al mismo Cristo que continúa, en el signo de los tiempos, entregando su vida y derramando su sangre.
            Es esta dimensión del misterio la que resalta la Iglesia con el color litúrgico: el color litúrgico rojo, utilizado en la conmemoración de los mártires, simboliza, más que la sangre derramada por el mártir, la Sangre del propio Cristo, Rey de los mártires, que con ella cubrió su cuerpo, vistiéndose de color rojo púrpura en el supremo martirio del Calvario. Por eso, al celebrar a los mártires, que derramaron su sangre por Cristo, no se puede pasar por alto al mismo Cristo, Rey de los mártires, a quien los mártires imitan y continúan, en el tiempo y en la historia humana, en su Pasión de amor.
            Todo cristiano está llamado al martirio -aunque no necesariamente cruento, porque la muerte cruenta es proporcionalmente escasa-, y es el martirio o testimonio de confesar, día a día, en todo ámbito, más con las obras que con las palabras, que Cristo, Rey de los mártires, entrega su vida y derrama su sangre en el Santo Sacrificio del altar, la Santa Misa.


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