Vida
de santidad[1].
Nació en Ávila (España) el año 1515. Ingresó en la Orden del
Carmelo, donde realizó grandes progresos en el camino de la perfección y gozó
de místicas revelaciones. Habiendo emprendido la reforma de su Orden, tuvo que
sufrir muchas dificultades, que superó con gran fortaleza de ánimo. También
escribió varias obras, insignes por lo elevado de su doctrina, fruto de su
experiencia personal. Murió en Alba de Tormes el año 1582.
Mensaje de santidad.
En un mundo caracterizado por dos extremos, un materialismo
ateo y una espiritualidad pagana y anti-cristiana como la de la Nueva Era,
Santa Teresa de Jesús nos deja un maravilloso mensaje de esperanza, no para
esta vida, sino para la vida eterna. Analicemos brevemente el poema “Vivo sin
vivir en mí”.
“Vivo
sin vivir en mí,/y tan alta vida espero,/que muero porque no muero”. Santa
Teresa vive, con la vida natural, pero no vive de ella y para ella, sino para
otra vida, la vida eterna y es “tan alta” esta vida eterna en Cristo Jesús, que
aunque viva con esta vida terrena, vive ansiando la muerte, para vivir
eternamente con Cristo: “Muero porque no muero”.
“Esta
divina unión/del amor con que yo vivo/hace a Dios ser mi cautivo/y libre mi
corazón;/mas causa en mí tal pasión/ver a Dios mi prisionero,/que muero porque
no muero”. Es un dogma de fe que Dios Trinidad, por la gracia, vive, inhabita,
en el alma en gracia y a eso se refiere Santa Teresa cuando dice que “por el
amor Dios vive cautivo en su corazón” y ese vivir de Dios Trino en su corazón,
por la gracia y el amor, le causa tal ardor de amor, que se impacienta por no
morir, para empezar a gozar de la visión beatífica: “Muero porque no muero”.
“¡Ay!
¡Qué larga es esta vida!/¡Qué duros estos destierros,/esta cárcel, estos
hierros/en que el alma está metida!/Sólo esperar la salida/me causa dolor tan
fiero,/que muero porque no muero”. Esta vida terrena, comparada con la
hermosura inimaginable de la vida eterna en el Reino de los cielos, es como “una
cárcel”, “unos hierros”, que se hacen “largos” porque el alma que contempla la
vida futura en compañía del Cordero, no ve la hora en que llegue su muerte
terrena, para alcanzar la vida eterna.
“¡Ay!
¡Qué vida tan amarga/do no se goza el Señor!/y si es dulce el amor,/no lo es la
esperanza larga;/quíteme Dios esta carga/más pesada que el acero,/que muero
porque no muero”. Esta vida terrena, además de ser una “cárcel” y unos “hierros”,
es “amarga”, porque no se puede gozar, mientras estemos en la tierra, de la
dulzura del Ser divino trinitario y de la contemplación en el Amor de Dios del
Cordero; por eso, si bien se atenúa un poco la amargura por el amor que se
puede tener a Dios, aun así, “la esperanza es larga”, esto es, la esperanza de
morir cuanto antes a esta vida terrena para empezar a gozar de la Trinidad,
hace que esta vida se vea como muy larga, y por eso el alma “muere porque no
muere”.
“Sólo
con la confianza/vivo de que he de morir,/porque, muriendo, el vivir/me asegura
mi esperanza;/muerte do el vivir se alcanza,/no te tardes que te espero,/que
muero porque no muero”. El alma que desea contemplar cara a cara a Dios Trino “muere
porque no muere”, pero hasta que eso suceda, vive con la confianza que algún
día ha de morir y que la muerte terrena significará, para el alma que vive en
gracia, el comienzo de la vida eterna, de la bienaventuranza sin fin y por eso
le dice a la muerte que “no tarde” y que hasta tanto, “muere porque no muere”.
“Vivo
sin vivir en mí,/y tan alta vida espero,/que muero porque no muero. Amén”. El alma
que ama a Dios vive en esta vida terrena, pero no vive en sí ni para sí, sino
que vive en Dios, por Dios y para Dios y espera “tan alta vida” en el Reino de
los cielos”, que “muere porque no muere”.
Imitemos
a Santa Teresa de Ávila y vivamos en esta vida deseando morir para vivir la
vida eterna; mientras tanto, recibamos de esa vida eterna que se nos da, como
un anticipo, en la Sagrada Eucaristía, en donde Jesús vive para darnos su Vida
Eterna.
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