San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 15 de octubre de 2020

Santa Teresa de Ávila

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en Ávila (España) el año 1515. Ingresó en la Orden del Carmelo, donde realizó grandes progresos en el camino de la perfección y gozó de místicas revelaciones. Habiendo emprendido la reforma de su Orden, tuvo que sufrir muchas dificultades, que superó con gran fortaleza de ánimo. También escribió varias obras, insignes por lo elevado de su doctrina, fruto de su experiencia personal. Murió en Alba de Tormes el año 1582.

         Mensaje de santidad.

         En un mundo caracterizado por dos extremos, un materialismo ateo y una espiritualidad pagana y anti-cristiana como la de la Nueva Era, Santa Teresa de Jesús nos deja un maravilloso mensaje de esperanza, no para esta vida, sino para la vida eterna. Analicemos brevemente el poema “Vivo sin vivir en mí”.

“Vivo sin vivir en mí,/y tan alta vida espero,/que muero porque no muero”. Santa Teresa vive, con la vida natural, pero no vive de ella y para ella, sino para otra vida, la vida eterna y es “tan alta” esta vida eterna en Cristo Jesús, que aunque viva con esta vida terrena, vive ansiando la muerte, para vivir eternamente con Cristo: “Muero porque no muero”.

“Esta divina unión/del amor con que yo vivo/hace a Dios ser mi cautivo/y libre mi corazón;/mas causa en mí tal pasión/ver a Dios mi prisionero,/que muero porque no muero”. Es un dogma de fe que Dios Trinidad, por la gracia, vive, inhabita, en el alma en gracia y a eso se refiere Santa Teresa cuando dice que “por el amor Dios vive cautivo en su corazón” y ese vivir de Dios Trino en su corazón, por la gracia y el amor, le causa tal ardor de amor, que se impacienta por no morir, para empezar a gozar de la visión beatífica: “Muero porque no muero”.

“¡Ay! ¡Qué larga es esta vida!/¡Qué duros estos destierros,/esta cárcel, estos hierros/en que el alma está metida!/Sólo esperar la salida/me causa dolor tan fiero,/que muero porque no muero”. Esta vida terrena, comparada con la hermosura inimaginable de la vida eterna en el Reino de los cielos, es como “una cárcel”, “unos hierros”, que se hacen “largos” porque el alma que contempla la vida futura en compañía del Cordero, no ve la hora en que llegue su muerte terrena, para alcanzar la vida eterna.

“¡Ay! ¡Qué vida tan amarga/do no se goza el Señor!/y si es dulce el amor,/no lo es la esperanza larga;/quíteme Dios esta carga/más pesada que el acero,/que muero porque no muero”. Esta vida terrena, además de ser una “cárcel” y unos “hierros”, es “amarga”, porque no se puede gozar, mientras estemos en la tierra, de la dulzura del Ser divino trinitario y de la contemplación en el Amor de Dios del Cordero; por eso, si bien se atenúa un poco la amargura por el amor que se puede tener a Dios, aun así, “la esperanza es larga”, esto es, la esperanza de morir cuanto antes a esta vida terrena para empezar a gozar de la Trinidad, hace que esta vida se vea como muy larga, y por eso el alma “muere porque no muere”.

“Sólo con la confianza/vivo de que he de morir,/porque, muriendo, el vivir/me asegura mi esperanza;/muerte do el vivir se alcanza,/no te tardes que te espero,/que muero porque no muero”. El alma que desea contemplar cara a cara a Dios Trino “muere porque no muere”, pero hasta que eso suceda, vive con la confianza que algún día ha de morir y que la muerte terrena significará, para el alma que vive en gracia, el comienzo de la vida eterna, de la bienaventuranza sin fin y por eso le dice a la muerte que “no tarde” y que hasta tanto, “muere porque no muere”.

“Vivo sin vivir en mí,/y tan alta vida espero,/que muero porque no muero. Amén”. El alma que ama a Dios vive en esta vida terrena, pero no vive en sí ni para sí, sino que vive en Dios, por Dios y para Dios y espera “tan alta vida” en el Reino de los cielos”, que “muere porque no muere”.

Imitemos a Santa Teresa de Ávila y vivamos en esta vida deseando morir para vivir la vida eterna; mientras tanto, recibamos de esa vida eterna que se nos da, como un anticipo, en la Sagrada Eucaristía, en donde Jesús vive para darnos su Vida Eterna.

 



[1] http://oraciondelashoras.blogspot.com/

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