Los Ángeles, seres espirituales puros, fueron creados por
Dios con el fin de conocerlo, amarlo y servirlo, que es el mismo fin para el
cual fue creado el hombre. Lo que sucedió fue que, después de su creación y antes
de que pudieran contemplar por sí mismos la Divina Esencia, los Ángeles fueron
puestos a prueba, es decir, debían elegir, al ser seres libres, entre amar y
servir a Dios, o no, es decir, debían elegir entre cumplir el fin para el cual
fueron creados, o no. Muchos ángeles se decidieron por Dios y por eso pasaron
la prueba y ahora están, por la eternidad, contemplando su gloria, amándolo y
adorándolo; pero muchos otros ángeles, con Satanás a la cabeza, se rebelaron
contra Dios y decidieron no cumplir el fin para el cual fueron creados, con lo que
fueron expulsados del Cielo para siempre, siendo condenados al Infierno, lugar
creado especialmente para ellos.
Nuestra vida terrena es lo que para los ángeles fue la
prueba, es decir, nuestra vida terrena es también una prueba, para que nos
decidamos por Dios o contra Dios; para eso es que vivimos, unos más y otros
menos, en esta tierra. A diferencia de los ángeles, nosotros estamos sometidos
al paso del tiempo, a un antes y un después, y en el tiempo sobrevienen las
tentaciones, pruebas y tribulaciones, que pueden alejarnos o acercarnos a Dios,
según cómo las vivamos. Para que esta vida terrena, que es una prueba para el
Cielo, pueda ser superada por nosotros, Dios dispuso, en su Divina Providencia,
que desde que somos concebidos en el seno materno, dispongamos de un Ángel de
la Guarda, el cual no sólo nos ayudará a evitar toda clase de peligros y no
sólo nos ayudará incluso en nuestras tareas domésticas, sino que, lo más
importante de todo, nos enseñará y ayudará a que siempre elijamos a Dios Trino
en nuestras acciones, de manera que vivamos en gracia y así, al final de la vida
terrena, seamos conducidos al Reino de los cielos, para contemplar a la
Trinidad y al Cordero por los siglos sin fin. Acudamos siempre a nuestros Santos
Ángeles Custodios, para que no solo tengamos en nuestra mente y corazón a Dios Trino,
sino también en las obras libres que hagamos, de modo que merezcamos vivir la
vida eterna en compañía de la Virgen, de los Ángeles y de los Santos en el
Cielo.
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