Vida
de santidad[1].
Nació
en Lima, Perú, hijo de un blanco español y de una negra africana. A los 15
años pidió ser admitido en la comunidad de Padres Dominicos, ingresando en la
misma como hermano religioso, recibiendo el oficio de peluquero y de enfermero.
Desde su ingreso, San Martín de Porres comenzó a hacer toda clase de obras de
caridad, sin distinción de ninguna clase, socorriendo a los enfermos y
moribundos, pero además rezando y catequizando a todo el que se le acercaba. El
santo solía rezar frente a un crucifijo de gran tamaño que había en el
convento; pasaba también largas horas ante el Santísimo Sacramento del altar,
haciendo Adoración Eucarística y además tenía una gran devoción a la Virgen, rezando el Rosario en todo
momento. En muchas ocasiones, varios testigos observaron con asombro cómo
levitaba, en estado de éxtasis, cuando rezaba. Con la ayuda material de varios
ricos de la ciudad fundó el Asilo de Santa Cruz para reunir a todos los mendigos,
huérfanos y enfermos de la ciudad. Recogía limosnas en cantidades asombrosas y repartía todo lo que
recogía, razón por la cual miles de menesterosos llegaban a las puertas del
convento a pedirle ayuda.
Sucedió que, aunque él trataba de
ocultarse, sin embargo su fama de santo crecía día por día, razón por la cual
acudían al convento para consultarle incluso hasta las altas autoridades, como
el Virrey y el Arzobispo, al curó de una grave enfermedad con solo imponerle
las manos. Como tenía el don de la curación, lo primero que pedían muchos
enfermos cuando se sentían graves era: “Que venga el santo hermano Martín”.
Tenía también el don de la bilocación,
puesto que, sin moverse de Lima, fue visto en China y en Japón animando a los
misioneros que estaban desanimados y sin que saliera del convento, lo veían llegar
junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos. Conversaba con los
animales, quienes lo escuchaban atentamente y le obedecían en el acto: es
conocido el episodio en el que una vez, a los ratones que invadían la sacristía,
les dijo que se fueran a la huerta y así lo hicieron los ratones, saliendo de
la sacristía en fila india encaminándose hacia la huerta, adonde les había
dicho el santo que fueran. Amaba a los
animales como creación de Dios y los hacía comer, en una misma cacerola y al
mismo tiempo a un gato, un perro y varios ratones. También tenía el don de la
invisibilidad: una vez, llegaron hasta su celda unos enemigos, pero el santo
pidió a Dios que lo volviera invisible y los otros no lo vieron, retirándose
sin hacerle daño alguno.
A los 60 años, después de haber
pasado 45 años en la comunidad, mientras le rezaban el Credo y besando un
crucifijo, murió el 3 de noviembre de 1639. Toda la ciudad acudió a su entierro
y los milagros empezaron a obtenerse a montones por su intercesión.
Mensaje
de santidad.
Aunque
tuvo dones extraordinarios como la bilocación y la levitación, además del ser
invisible a los ojos humanos, el mensaje de santidad de San Martín de Porres no
consiste en estos dones, sino en su piedad y amor eucarísticos, en su amor por
la Virgen, en su devoción por el Santo Rosario y en el amor de caridad
demostrado hacia todo prójimo, sea éste un mendigo que pedía en las calles, sea
el mismo Virrey o incluso el Arzobispo. Al recordarlo en su día, le pidamos a
San Martín de Porres que acreciente nuestro amor por la Eucaristía, la Virgen y
el Rosario y también por nuestros prójimos, sin hacer distinción de ninguna
clase, obrando la misericordia con todo prójimo.
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