Vida de santidad[1].
Nació en Arjona (Italia) en 1538. Desde joven se consagró
con todas sus fuerzas a los estudios y se reveló como exacto cumplidor de sus
deberes de cada día; en consecuencia, a los 21 años obtuvo el doctorado en
derecho en la Universidad de Milán. Un hermano de su madre, el Cardenal Médicis,
fue nombrado Papa con el nombre de Pío IV, y éste admirado de sus cualidades
nombró a Carlos como secretario de Estado. Más tarde, renunció a sus riquezas,
se ordenó de sacerdote, y luego de obispo y se dedicó por completo a la labor
de salvar almas.
El Papa Pío IV había anunciado poco después de su elección
que tenía la intención de volver a reunir el Concilio de Trento, suspendido en
1552: San Carlos empleó toda su influencia y su energía para que el Pontífice
llevase a cabo su proyecto y el Concilio volvió a reunirse en enero de 1562.
Durante los dos años que duró la sesión, el santo logró que la empresa siguiese
adelante, permitiendo que se aprobaran los decretos dogmáticos y disciplinarios
de mayor importancia. El éxito se debió a San Carlos más que a cualquier otro
de los personajes que participaron en la asamblea, ya que puede decirse que él
fue el director intelectual y el espíritu rector de la tercera y última sesión
del Concilio de Trento. El santo también organizó retiros para su clero y él
mismo hacía los Ejercicios Espirituales dos veces al año y tenía por regla
confesarse todos los días antes de celebrar la misa. Por otra parte, consciente
de la importancia de la temprana formación en la fe católica de los niños, San
Carlos ordenó que se atendiese especialmente a la instrucción cristiana de los
niños, para lo cual, además de imponer a los sacerdotes la obligación de enseñar
públicamente el catecismo todos los domingos y días de fiesta, estableció la
Cofradía de la Doctrina Cristiana, que llegó a contar, según se dice, con 740
escuelas, 3.000 catequistas y 40.000 alumnos. San Carlos fundó además 6
seminarios para formar sacerdotes bien preparados, y redactó para esos
institutos unos reglamentos tan sabios, que muchos obispos los copiaron para
organizar según ellos sus propios seminarios.
El
santo predicó y catequizó por todas partes, destituyó a los clérigos indignos y
los reemplazó por hombres capaces de restaurar la fe y las costumbres del
pueblo y de resistir a los ataques de los protestantes zwinglianos. Fue amigo
de San Pío V, San Francisco de Borja, San Felipe Neri, San Félix de Cantalicio
y San Andrés Avelino y de varios santos más. Murió cuando tenía apenas 46 años,
el 4 de noviembre de 1584[2].
Mensaje de santidad.
Cuando leemos la vida de San Carlos Borromeo, vemos cómo el
santo se aplicó, en cada etapa de su vida, a cumplir su deber de estado y esto
no por un mero perfeccionismo, sino como consecuencia de su fe en la acción de
la gracia de estado, gracia que actúa cuando el alma obra “lo que debe y está
en lo que hace”, no por mero perfeccionismo, sino para alcanzar el Cielo. Es decir, San Carlos Borromeo tuvo, desde muy joven, presentes las palabras de Jesús: "Sed perfectos, como mi Padre del cielo es perfecto" (Mt 5, 48). Quería ser perfecto en su cumplimiento de los deberes de estado porque su Padre celestial era perfecto y porque así alcanzaba el cielo. Esto podemos
tomarlo como un legado suyo; otro mensaje de santidad es su preocupación por
mantener la recta Doctrina y la Verdadera Fe, frente al error de la herejía
protestante y esto se ve en sus intervenciones en el Concilio de Trento, uno de
los pilares dogmáticos del Magisterio y faro de luz divina para nuestra vida en la fe. Por
último, el santo sabía que si al alma no la gana Dios y su gracia desde
pequeña, ésta termina siendo captada o por sus pasiones, o por el Demonio o por
el mundo y es por eso que se esmeró en hacer obligatorio el Catecismo de la
Iglesia Católica para los niños pequeños. Así, siguiendo al santo, la formación
en la fe católica debe comenzar ya desde la familia, que con razón es llamada “Iglesia
Doméstica” por los Padres de la Iglesia. Podemos decir que el mensaje de
santidad de San Carlos Borromeo lo podemos resumir así: cumplimiento del deber
de estado, de cara a Dios y para ganar el Cielo y profesión de la Verdadera Fe
Católica, sin la contaminación del error protestante, ya desde pequeños.
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