San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 29 de octubre de 2019

Solemnidad de Todos los Santos



(Ciclo C – 2019)

         Al celebrar a los Santos, los habitantes del Cielo, la Iglesia no solo celebra y recuerda a aquellos hombres y mujeres que dieron sus vidas por Cristo, sino que recuerda, ante todo y antes que nada, a Cristo Redentor, sin cuya gracia santificante los santos no habrían sido más que hombres comunes y corrientes, además de pecadores. En efecto, si hoy nosotros podemos rezarles a nuestros santos de nuestra devoción –el P. Pío, Santa Margarita de Alacquoque, San Juan Pablo II, etc.-, es porque ellos están en el Cielo por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo. Si Jesús no hubiera muerto en Cruz por nuestra salvación y para concedernos su gracia, no habrían santos en el Cielo y no podrían ser nuestros intercesores ante la Trinidad, por lo que no tendría sentido celebrar una solemnidad como esta.
         Ahora bien, si podemos celebrar la Solemnidad de Todos los Santos, es entonces gracias a Nuestro Señor Jesucristo quien, al dar su vida en la Cruz por nuestra salvación, nos dejó como legado también su gracia santificante, que se nos comunica sobre todo a través de los sacramentos. Los Santos fueron los más sabios del mundo, en el sentido de que aprovecharon la gracia santificante en el mayor grado posible, y es así como salvaron sus almas. Aprovechar la gracia divina para salvar el alma demuestra que esa alma es sabia con la Sabiduría de Dios, según dice Santa Teresa de Ávila: “El que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada”. Los santos se salvaron porque sabiamente se dieron cuenta que sin la gracia santificante no hay posibilidad de llegar al Cielo y salvar el alma y es así como hicieron todo lo que estuvo a su alcance, según sus estados de vidas, para adquirir, conservar y acrecentar la gracia, gracia que fue la que los llevó a los Cielos finalmente.
         Por lo tanto, al recordar a todos los Santos y en especial a aquellos a los que más devoción les tenemos, recordemos también a Aquel por cuya causa los santos son santos y no hombres pecadores, Cristo Jesús, y le pidamos a nuestros santos de predilección que intercedan por nosotros para que también nosotros, al igual que ellos, apreciemos la gracia santificante, la adquiramos si no la tenemos y la conservemos y acrecentemos si ya la tenemos. De este modo, pasaremos de ser, de pecadores en esta vida, a santos en la vida eterna, tal como les sucedió a los amados Santos de Dios.

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