Nació en Tagaste (África) el año 354. En su juventud, vivió
despreocupadamente desde el punto de vista moral, e intelectualmente, estaba
lejos de Jesucristo, la Verdad Absoluta de Dios. Sin embargo, en su alma había
un gran deseo de conocer la Verdad y después de deambular por diversas escuelas
filosóficas y gracias a las oraciones de su madre, Santa Mónica, que rezó por
más de treinta años por su conversión, San Agustín recibió la gracia de la
conversión. El santo obispo Ambrosio lo bautizó en el año 387. Regresó a su
ciudad natal, llevando una vida de mucha oración y penitencia. Fue elegido
obispo de Hipona, ejerciendo ese ministerio durante treinta y cuatro años, constituyéndose
en un modelo de santidad para los fieles. Con sus numerosos escritos contribuyó
en gran manera a una mayor profundización de la fe cristiana contra los errores
doctrinales de su tiempo, lo cual le valió ser proclamado Doctor de la Iglesia.
Murió el año 430.
Mensaje
de santidad.
Para
todos aquellos que atacan a la Iglesia por uno u otro motivo; para los que
abandonan la Iglesia en un acto de formal apostasía –movimiento apóstata
Apostasía Colectiva-; para todos aquellos que propagan y creen en un falso
ecumenismo, según el cual fuera de la Iglesia Católica también hay salvación, San
Agustín, Doctor de la Iglesia, afirma con contundencia lo siguiente: “Un hombre
no puede salvarse si no está en la Iglesia Católica. Fuera de la Iglesia
católica, puede tener todo, pero no la salvación. Puede tener honores (ser
obispo), puede tener sacramentos, puede cantar aleluya, puede responder amén,
puede tener el Evangelio, puede tener y predicar la fe en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, pero jamás podrá encontrar la salvación si no
está en la Iglesia Católica (…) Puede incluso derramar su sangre, pero jamás
recibirá la corona”.
En
pocas palabras y con mucha contundencia, San Agustín refrenda las palabras de
Jesús: “Sin Mí, nada podéis hacer” (Jn 15, 5) y “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo
si pierde su alma?” (Mt 16, 26), además de refrendar lo que nos enseñan el Magisterio y la
Tradición: “Fuera de la Iglesia Católica no hay salvación”.
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