San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 28 de agosto de 2018

San Agustín de Hipona y la salvación del hombre


         Vida de santidad[1].

         Nació en Tagaste (África) el año 354. En su juventud, vivió despreocupadamente desde el punto de vista moral, e intelectualmente, estaba lejos de Jesucristo, la Verdad Absoluta de Dios. Sin embargo, en su alma había un gran deseo de conocer la Verdad y después de deambular por diversas escuelas filosóficas y gracias a las oraciones de su madre, Santa Mónica, que rezó por más de treinta años por su conversión, San Agustín recibió la gracia de la conversión. El santo obispo Ambrosio lo bautizó en el año 387. Regresó a su ciudad natal, llevando una vida de mucha oración y penitencia. Fue elegido obispo de Hipona, ejerciendo ese ministerio durante treinta y cuatro años, constituyéndose en un modelo de santidad para los fieles. Con sus numerosos escritos contribuyó en gran manera a una mayor profundización de la fe cristiana contra los errores doctrinales de su tiempo, lo cual le valió ser proclamado Doctor de la Iglesia. Murió el año 430.

Mensaje de santidad.

Para todos aquellos que atacan a la Iglesia por uno u otro motivo; para los que abandonan la Iglesia en un acto de formal apostasía –movimiento apóstata Apostasía Colectiva-; para todos aquellos que propagan y creen en un falso ecumenismo, según el cual fuera de la Iglesia Católica también hay salvación, San Agustín, Doctor de la Iglesia, afirma con contundencia lo siguiente: “Un hombre no puede salvarse si no está en la Iglesia Católica. Fuera de la Iglesia católica, puede tener todo, pero no la salvación. Puede tener honores (ser obispo), puede tener sacramentos, puede cantar aleluya, puede responder amén, puede tener el Evangelio, puede tener y predicar la fe en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, pero jamás podrá encontrar la salvación si no está en la Iglesia Católica (…) Puede incluso derramar su sangre, pero jamás recibirá la corona”.
En pocas palabras y con mucha contundencia, San Agustín refrenda las palabras de Jesús: “Sin Mí, nada podéis hacer” (Jn 15, 5) y “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16, 26), además de refrendar lo que nos enseñan el Magisterio y la Tradición: “Fuera de la Iglesia Católica no hay salvación”.

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