San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 30 de junio de 2018

Solemnidad de San Pedro y San Pablo, Apóstoles



         La Iglesia es una sociedad sobrenatural, instituida por Dios y por eso mismo, es un error concebirla o equipararla al resto de las sociedades naturales instituidas por los hombres[1]. En las sociedades naturales el poder de gobierno se unifica en una persona, por ejemplo, cuando es una monarquía, pero aun así, el monarca, que está en la cúspide de esta sociedad, no más que un simple representante del interés común; el hecho de que se concentre en su solo hombre –el rey- el gobierno y el interés del bien común no forma parte de la esencia de las sociedades naturales humanas, puesto que no es más que un modo especial de existencia y de constitución efectivas. Es decir, en estas sociedades -por ejemplo, la monarquía-, el monarca es más la cúspide de esta sociedad que su fundamento o condición esencial de existencia de la misma. El monarca no es la esencia o condición esencial de existencia de la monarquía.
Sucede de otro modo en la Iglesia, puesto que la misma se forma –por deseo de Dios explícito- en torno a un punto central dado de antemano, un punto central sobrenatural, en torno a Cristo y su Espíritu Santo, y esta sociedad, que tiene este fundamento sobrenatural que es Cristo y el Espíritu Santo, se habrá de regir, en cuanto organismo social, mediante un vicario, un órgano, que es el Papa. Es decir, el centro alrededor y sobre el cual asienta la Iglesia forma parte esencial de su constitución; este centro es el fundamento de la Iglesia y sobre este centro se edifica ella, y mediante el mismo, descansa en el Hombre-Dios y el Espíritu Santo; de esta manera, no solamente se corona su unidad, sino que depende del mismo de un modo esencial y no accidental, como sucede con las sociedades humanas.
Entonces, vemos cómo la constitución de la Iglesia como sociedad sobrenatural, instituida por Dios, está constituida de un modo radicalmente distinto a las sociedades humanas como, por ejemplo, la monarquía: mientras en ésta, el centro de poder está en la cúspide, pero de forma que el monarca no constituye la esencia de su ser, en la Iglesia, ella misma está en este centro de poder y majestad, porque este centro de poder y majestad es Cristo y el Espíritu Santo. Es decir, la Iglesia como sociedad está en este centro, así como está en Cristo; está en Cristo mediante este centro, porque mediante el mismo también Cristo, como Cabeza que rige con su poder pastoral la Iglesia, está en ella.
¿Qué papel juega el Papa en esta constitución sobrenatural de la Iglesia? El Papa juega el rol de vicario o representante del poder central que constituye a la Iglesia, esto es, Cristo Jesús y el Espíritu Santo. En otras palabras, el Papa es el punto central de la Iglesia y es el fundamento sobre el cual se edifica la Iglesia, fundamento mediante el cual descansa en el Hombre-Dios y en el Espíritu Santo. La Iglesia está en este centro –el papado- así como éste está en Cristo: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
         Otros elementos a considerar son la función del Papa y la infalibilidad de la Iglesia: la función del Papa es unir, a todos los hombres, mediante una unidad de fe, a todos los hombres bajo una misma Iglesia. Es decir, mediante el Papa quiere unir Cristo en sí mismo a todos los miembros de la Iglesia para que formen una unidad de fe. Con respecto a la infalibilidad del Papa, es sobrenatural y es un reflejo del ser íntimo de la Iglesia, aunque la infalibilidad no puede nunca ir en contra de la Verdad Absoluta de Dios manifestada en Cristo Jesús.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 584.

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