San Juan Evangelista,
Evangeliarios de Lorsch.
Aunque puede parecer extraño, podemos sin embargo afirmar,
con toda certeza, que el Prólogo del Evangelio de Juan describe la escena del
Pesebre de Navidad. En efecto: Juan, que es representado con un águila, debido
a que, al igual que el águila, que se eleva en dirección al sol y fija su
mirada en él en su ascenso al cielo, así el Evangelista Juan, elevándose en
vuelo místico por acción del Espíritu Santo, fija su mirada en el Verbo Eterno
del Padre, llamado “Sol de justicia”, Verbo que habita en los cielos eternos y
hacia donde el alma mística de San Juan es elevada y al cual llama “Dios igual
que el Padre”: “El Verbo era Dios (…) era la Palabra del Padre”. De igual modo,
así como el águila, estando en las alturas del cielo, es capaz, por la agudeza
de su visión, divisar los objetos más pequeños en la tierra –es su táctica para
cazar sus presas-, así también el evangelista Juan, contemplando al Verbo en
las alturas inaccesibles del seno del Padre, ve al mismo tiempo, en la tierra,
al Niño de Belén, que es ese mismo Verbo, que se ha encarnado y que se ha hecho
pequeño, se ha hecho Niño y ha venido a habitar entre nosotros: “Y el Verbo se
hizo carne y habitó entre nosotros”. El Evangelista Juan, entonces, nos describe
al Niño del Pesebre de Belén: ese Niño es Dios, es el Verbo, habitaba en el
seno del Padre desde la eternidad, y ese mismo Verbo, esa Palabra, se ha hecho
carne, manifestándose a los ojos del cuerpo como un niño humano.
Ahora bien, el Evangelista Juan nos da también la clave para
la adoración eucarística, porque al igual que él, elevados por la gracia del
Espíritu Santo, y cual otras tantas águilas que se dirigen hacia el sol, así los
cristianos nos dirigimos hacia la Eucaristía, Sol de justicia, el Verbo eterno
del Padre, que se ha hecho Carne en el Pan de Vida eterna, de manera tal que
parece exteriormente como si fuera pan, pero es la Carne del Cordero de Dios.
Como el Evangelista Juan, llevados por el Espíritu Santo, que nos hace
proclamar la Fe de la Iglesia, al contemplar a la Eucaristía, nosotros decimos:
“El Verbo era Dios; estaba en Dios; el Verbo se hizo Carne en Belén y prolonga
su Encarnación en la Eucaristía; la Eucaristía es el Verbo de Dios hecho Carne”.
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