San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 26 de diciembre de 2017

Fiesta de San Esteban, protomártir




         El Evangelio que narra el martirio de San Esteban revela el asombroso evento  sobrenatural que implica la muerte de un mártir (cfr. Hech 6, 8ss). Por un lado, se describe el estado espiritual de San Esteban, inmediatamente antes del martirio: “Esteban, lleno de gracia”, expresión que hace recordar al saludo del Ángel a la Santísima Virgen María: “Salve, Llena de gracia” (cfr. Lc 1, 28); en el caso de María, significa la inhabitación del Espíritu Santo desde su Inmaculada Concepción; en el caso de San Esteban, significa también la inhabitación del Espíritu Santo en su alma aunque, obviamente, en este momento de su martirio. Esta inhabitación o presencia del Espíritu Santo en el alma de San Esteban, explica su condición de “lleno de gracia” y también la posesión de “fortaleza”, una fortaleza más que sobrehumana, sobrenatural, porque es la fortaleza misma de Dios Trino, la que le es comunicada al mártir, y es la que explica no solo ausencia de desesperación y de rencor o enojo hacia sus verdugos, sino la absoluta calma y el amor de caridad hacia quienes le quitan la vida. En efecto, antes de morir, San Esteban, lleno de la paz de Dios, suplica por aquellos que lo están lapidando: “No les tengas en cuenta este pecado”, lo cual es un acto de amor sobrenatural, imposible de realizar con las solas fuerzas de la naturaleza humana y que es una participación al amor de caridad manifestado por Jesucristo en la Cruz cuando, con similares palabras, imploró al Padre la misericordia para nosotros, pecadores, sus verdugos: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
Es también la presencia del Espíritu Santo en el alma de Esteban, lo que explica la visión sobrenatural que experimenta, instantes previos a su muerte: contempla, extasiado, a Cristo Jesús, a la derecha de Dios Padre, en el Cielo, allí adonde irá inmediatamente después de su muerte. En tiempos en los que los católicos, vergonzosamente, callan el nombre de Jesús -de manera concreta, en esta Navidad de 2017, dos noticias que reflejan un panorama generalizado: un colegio vasco reemplazó “Jesús” por “Perú” en los villancicos, para no ofender a los musulmanes[1], mientras que otro colegio católico alemán directamente suprimió el festejo de Navidad, también para no “ofender” a los musulmanes[2]-, la muerte martirial de San Esteban es un ejemplo de amor al Santísimo Nombre de Jesús, el Único Nombre dado a los hombres para su salvación. ¿Dónde obtendremos la fuerza sobrenatural necesaria para no sucumbir, también nosotros, al “buenismo” entreguista y traidor que corre como un viento helado entre las filas de los católicos? De la adoración eucarística: así como San Esteban contempló a Jesús en el Cielo, a la derecha del Padre, recibiendo de Él la fuerza del Espíritu Santo, así nosotros contemplamos a Jesús Eucaristía, en esa parte del Cielo que es el Altar Eucarístico, y recibimos de Él la fuerza del Espíritu Santo, para que seamos capaces de elegir la muerte, antes que renegar del Santísimo Nombre de Jesús. De Jesús Eucaristía recibimos el Espíritu Santo que nos graba a fuego, en la mente y en el corazón, las palabras de Jesús: “Al que me confiese delante de los hombres, Yo lo confesaré delante de mi Padre (…) al que me niegue delante de los hombres, Yo lo negaré delante de mi Padre” (cfr. Mt 10, 32-33).

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