La Iglesia celebra la
Fiesta litúrgica de los Santos Inocentes, los niños asesinados por el cruel rey
Herodes, y considera que en ellos se cumple la palabra del Profeta Jeremías: “Una
voz se escucha en Ramá, gemidos y llanto amargo: Raquel está llorando a sus
hijos, y no se consuela, porque ya no existen” (31, 15). Ahora bien, un aspecto
que se destaca en esta festividad, es que los Santos Inocentes se consideran,
precisamente, santos, y además, son considerados “mártires”, lo cual plantea
una pregunta o más bien, dos: si los santos son tales porque se santificaron
por la gracia santificante, ¿cómo pueden ser santos, si Jesucristo, que es el
Dador de la gracia, aún no había nacido? Similar pregunta surge con relación a
su martirio: si mártir es el que da su vida por Jesucristo, ¿cómo pueden ser
mártires, si ellos no conocían a Jesucristo, no sabían quién era?
Las respuestas las podemos
vislumbrar si contemplamos el misterio de María, la Virgen y Madre de Dios:
Ella fue concebida Inmaculada y Purísima, además de Llena del Espíritu Santo,
porque estaba destinada a ser la Madre de Dios y, al mismo tiempo, permanecer
Virgen, porque no habría de concebir por obra humana, sino por obra del
Espíritu Santo. Ambos privilegios los obtuvo la Virgen Santísima en previsión a
los méritos de su Hijo quien, si bien era Dios Eterno y en cuanto tal,
inhabitaba en el seno del Padre desde la eternidad, todavía no había nacido en
cuanto Hombre. Es decir, debido a que estaba en los planes de Dios que la
Virgen fuera su Madre, aun continuando siendo Virgen, Jesús, desde la eternidad,
creó su Alma Inmaculada y su Cuerpo Purísimo, como un anticipo de los infinitos
bienes celestiales que Él habría de granjearnos con su sacrificio en la Cruz.
De manera similar, entonces, sucedió con los
Santos Inocentes y Mártires asesinados por Herodes: en virtud de los méritos de
su Pasión redentora, Nuestro Señor se dio a conocer a los Santos Inocentes, de
un modo sobrenatural y desconocido para nosotros, les hizo ver el destino de
gloria que les esperaba si daban la vida por Él, les hizo ver la eternidad de
gloria y felicidad celestial que les esperaba si daban su “sí”, ellos dieron su
“sí”. Este aspecto, del darse a conocer Nuestro Señor a niños de muy corta edad
y sin uso todavía de la razón, al menos exteriormente, es muy importante, pues
no podrían ser santos y mucho menos mártires, sino conocieran a Jesucristo, Rey
de los Santos y de los Mártires. Al haber aceptado con su razón y al haber
amado a Jesús en su condición de Redentor, los Niños fueron incorporados, con
pleno derecho, al plan de redención del Señor y esa es la razón por la cual
están en el cielo y son Santos y Mártires, condición que alcanzaron luego de
ser asesinados por los esbirros de Herodes. Esta es la razón por la cual la
Iglesia, en la Antífona del Benedictus de este día, canta así: “Los niños
Inocentes murieron por Cristo, fueron arrancados del pecho de su madre para ser
asesinados: ahora siguen al Cordero sin mancha, cantando: “Gloria a ti, Señor””.
“Una voz se escucha en Ramá, gemidos y llanto
amargo: Raquel está llorando a sus hijos, y no se consuela, porque ya no
existen”. En nuestros días, se lleva a cabo un genocidio silencioso, en el que,
por manos de los modernos Herodes, se da muerte en el seno materno a los niños
por nacer, y este genocidio se llama “aborto”. ¿Se da, en estos niños
inocentes, la misma situación de santidad y martirio que con los Santos
Inocentes, mártires? No lo sabemos, pero podemos aventurar que, al igual que los
Santos Inocentes, ellos son creaturas de Dios; al igual que los Santos
Inocentes, Nuestro Señor se da a conocer a ellos, de modo tal que lo reconozcan
como su Rey, Señor y Salvador. Por lo tanto, nos atrevemos a decir que sí, que
estos niños también son Santos e Inocentes, como los “hijos de Raquel”, y por
ellos rezamos y a ellos nos encomendamos y a ellos les pedimos que intercedan
por quienes llevan a cabo este cruel genocidio, en todas partes del mundo. Que junto
con nosotros, exclamen, por los que cometen el aborto y les quitaron la vida y
continúan haciéndolo con miles de niños, día a día: “Padre, perdónalos, porque
no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
A los Santos Inocentes y Mártires, que
recibieron la gracia santificante y la Sangre Preciosísima del Cordero y así
entraron en el Cielo, le pidamos que intercedan por nosotros ante Cristo, “que
venció a un tirano, no con un ejército de soldados, sino con un blanco
escuadrón de niños”, para que también nosotros seamos capaces de dar testimonio
de Jesucristo ante los hombres, tanto con la palabra como con el testimonio de
vida. Jesús dio el triunfo a niños pequeños, porque la fuerza del hombre no
está en él, sino en el Hombre-Dios, y es por eso que confiamos en que también
nosotros, como ellos, que recibieron la fuerza divina del Hombre-Dios, también
saldremos triunfantes en esta lucha que mantenemos “contra las fuerzas oscuras
de los cielos” y que, ayudados por su intercesión y fortalecidos por la Sangre
Preciosísima del Cordero, llegaremos al Reino de los cielos, a pesar de nuestra
debilidad. Los Niños Inocentes lavaron sus vestiduras en la Sangre del Cordero
y por esta misma razón, les pedimos que intercedan para que esta misma
Preciosísima Sangre del Cordero, impregne nuestras almas, mentes y corazones, y
así seamos capaces de presentarnos, al final de nuestra vida terrena, puros e
inmaculados, ante el Trono de Dios Uno y Trino, para cantar eternamente las
misericordias del Señor” (Sal 88).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario