San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 7 de diciembre de 2017

San Ambrosio y la aparición del Anticristo


Antes de la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, el Anticristo vendrá para tratar de destruir a la Iglesia Católica y de arrastrar a la perdición, si fuera posible, aun a los elegidos. Bajo las órdenes directas del Príncipe de las tinieblas, y en unión con el Falso Profeta, obrará de manera tal que llevará a la confusión en la fe a los integrantes de la Iglesia Católica, con el fin de conducirlos a la perdición. Por eso es necesario conocer su obrar, y nadie mejor que los santos, como San Ambrosio quien escribe sobre el Anticristo, aunque para el santo, no hay uno solo, sino en realidad tres Anticristos: aquel a quien propiamente se le llama “Anticristo”, que es quien engañará a los hombres haciéndose pasar por Cristo; un segundo Anticristo, que es el Demonio, y un tercer Anticristo, los herejes. Con relación al primer Anticristo se expresa así: “Místicamente, la abominación de la desolación es la venida del Anticristo, porque manchará el interior de las almas con infaustos sacrilegios, sentándose en el templo, según la historia, para usurpar el solio de la divina majestad. Esta es la interpretación espiritual de este pasaje; deseará confirmar en las almas la huella de su perfidia, tratando de hacer ver por las Escrituras que él es Cristo”.
Cuando llegue el Anticristo, dice San Ambrosio, “se sentará en el templo y usurpará el solio de la divina majestad” –ocupará el Sillón de Pedro-; hará “sacrilegios” –burla de las cosas sagradas-, y así “manchará el interior de las almas”, es decir, los hará pecar, porque sentándose en la Cátedra de Pedro –en la persona del Falso Profeta- y haciéndose pasar por Cristo, intentará cambiar la religión.
Continúa San Ambrosio: “Entonces se aproximará la desolación, porque muchos desistirán cansados de la verdadera religión”. Esto sucederá cuando el Anticristo promulgue que el pecado ha dejado de ser tal y, por lo tanto, las pasiones humanas pueden ser liberadas a rienda suelta; paralelamente, decretará que los sacramentos, tal como la Iglesia los ha practicado durante veinte siglos, ya no hacen falta.
Cuando esto suceda, se producirá una apostasía masiva, lo cual será un indicio de la Segunda Venida del Señor Jesús: “Entonces será el día del Señor, porque como su primera venida fue para redimir los pecados, la segunda será para castigarlos, a fin de que no incurra la mayor parte en el error de la perfidia”.
También es Anticristo el Demonio, dice San Ambrosio, cuando consigue colocarse en el centro del alma y ser adorado él y no Jesucristo, aunque el Demonio huye del alma, cuando el alma entroniza a Jesucristo y sólo a Él le rinde adoración: “Hay otro Anticristo, que es el diablo, el cual trata de sitiar a Jerusalén (esto es, al alma pacífica), con la fuerza de su ley. Así, pues, cuando el diablo se halla en medio del templo, es la abominación de la desolación. Pero cuando brilla en nuestros trabajos la presencia espiritual de Cristo, huye el enemigo y empieza a reinar la justicia”.
Un tercer Anticristo, para San Ambrosio, está formado por los herejes, que niegan la divinidad de Jesucristo, como por ejemplo, Arrio: “El tercer Anticristo es Arrio y Sabelio y todos los que nos seducen con mala intención”.
A los herejes, influenciados por el Anticristo, San Ambrosio los compara con las embarazadas, siendo solamente el alma justa –la que sigue a Cristo y no al Anticristo- aquella que “da a luz a Cristo”: “Tales (los que desistan cansados de la verdadera religión) son las embarazadas, de quienes se dijo: ¡ay de ellas! las cuales prolongan la ruina de su carne y disminuyen la velocidad de su marcha en lo íntimo de sus almas, de modo que son incapaces para la virtud y fértiles para los vicios. Pero ni siquiera aquellas embarazadas que se hallan fundadas en el esfuerzo de las buenas obras, y que todavía no han producido ninguna, están libres de la condenación. Algunas conciben por temor de Dios; pero no todas dan a luz; algunas hacen abortar la palabra antes de dar fruto; y otras tienen a Cristo en su seno, pero sin que llegue a formarse. Por tanto, la que da a luz la justicia, da a luz a Cristo”.
Antes de que venga Cristo, el alma debe “hacer crecer a sus hijos”, es decir, obrar la misericordia, para no esperara el Día del Juicio Final con las manos vacías, Día en el que Cristo vencerá al Anticristo para siempre: “Así, pues, apresurémonos a destetar a nuestros niños, para que no nos sorprenda el día del juicio o de la muerte antes de que estén formados. No sucederá así, si conserváis en vuestro corazón todas las palabras de justicia y no esperáis al tiempo de la vejez, y si concebís luego en la primera edad la sabiduría y la alimentáis sin la corrupción del cuerpo. Al fin del mundo se someterá toda Judea a las naciones creyentes por la palabra espiritual, que es como una espada de dos filos (Ap 1,16; Ap 19,15)”.





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