Formó parte de los discípulos de Cristo, estuvo presente en
el momento de su muerte y, en la madrugada del día de Pascua, tuvo el
privilegio de ser la primera en ver al Redentor resucitado de entre los muertos
(Mc 16, 9), aunque esto último, que
fue la primera entre los discípulos en ver al Señor resucitado, es cierto en
sentido relativo, porque de modo absoluto, a quien Jesús se le apareció
resucitado antes que a cualquier discípulo, es a su Madre, la Virgen, según la
Tradición. El culto a Santa María Magdalena se difundió en la Iglesia
occidental sobre todo durante el siglo XII.
Mensaje
de santidad.
La
vida de Santa María Magdalena refleja, de una forma muy contundente, el poder
de la gracia de Jesús para convertir los corazones, ya que la convierte a ella,
de pecadora que era, en una imagen suya viviente. También demuestra su vida el
inmenso amor de Jesús por los pecadores, porque la libra de dos muertes: de la
muerte física, porque Jesús impide que sea lapidada –“El que esté libre de
pecados, que arroje la primera piedra”[2]-,
y la libra también de la muerte eterna, es decir, la condenación eterna, al
exorcizarla y arrojar de ella “siete demonios” (cfr. Lc 8, 1-3) que habían tomado posesión de su cuerpo, como anticipo
ya en la tierra de su destino de condenación eterna, si continuaba en su vida
pecaminosa.
Lo
que se puede observar en la vida de Santa María Magdalena es que experimenta un
giro absoluto, es decir, a partir del encuentro personal con Jesús, su corazón
se convierte, deja de estar apegado a las cosas terrenas, para volver el rostro
del alma a Dios, que es en lo que consiste la santidad. María Magdalena pasa de
una vida de pecado, a una vida de gracia y por este motivo, es nuestro modelo
para nuestra vida cristiana: desde el encuentro personal con Jesús, Santa María
Magdalena no solo no volvió nunca más a su antigua vida de pecado, sino que
vivió santamente, viviendo siempre, como discípula de Jesús, en la Ley de Dios
y esto como muestra de amor y gratitud hacia Jesús, el Dios Salvador. Es de
ella de quien dice Jesús: “Se le ha perdonado mucho, por eso ama mucho”, es
decir, luego de recibir la gracia de la conversión por parte de Jesús, gracia que
le es otorgada por el Amor que Jesús tiene a todo pecador, María Magdalena
devuelve amor santo, casto y puro a Jesús, el Hombre-Dios, que la salva
doblemente por Amor.
Es
este amor total e incondicional a Jesús, que Nuestro Señor le concede la gracia
de ser la primera, entre los discípulos, en aparecerse como resucitado: “Después
de su resurrección, que tuvo lugar a la mañana del primer día de la semana,
Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete
demonios”. María Magdalena es ejemplo, para nosotros, de un alma agradecida
para con el Amor Misericordioso de Dios: ha recibido mucho Amor, al
perdonársele sus muchos pecados, y en agradecimiento al Amor demostrado por
Jesús concediéndole la gracia de la conversión, María Magdalena da gracias a
Jesús, amándolo de forma casta y pura, acompañando a su Maestro en el Calvario
y luego acudiendo piadosamente al sepulcro.
Otro
aspecto que podemos comprobar en María Magdalena y que nos sirve para nuestra
vida diaria, es el trato que la santa tiene con Jesús resucitado: antes de ser
iluminada por Jesús para que lo reconozca
como Dios Hijo resucitado, María Magdalena va en busca de un Jesús muerto, no
resucitado, por lo que se abandona al llanto y a la tristeza. Sólo cuando Jesús
sopla sobre ella su Espíritu, para que lo pueda reconocer resucitado y
glorioso, María Magdalena lo reconoce y deja de llorar y de confundirlo con el
encargado del huerto, para alegrarse al saber que está vivo y glorioso.
Cuando
Jesús se le aparece, María Magdalena se postra en adoración ante Jesús, quien
se manifiesta a su alma, iluminándola con su gracia, para que pueda reconocerlo
como lo que es: el Hijo de Dios resucitado y glorioso, y no como el “jardinero”
o “cuidador del huerto”, con quien la santa lo había confundido. Finalmente, en
premio a su amor puro y casto, Jesús no solo se le aparece en primer lugar,
sino que le encarga, personalmente, la más hermosa misión que un alma tenga en
esta vida: “Ve a mis hermanos y diles: ‘El Señor ha resucitado de entre los
muertos’”.
Muchas almas se parecen a María Magdalena antes de reconocer
a Jesús resucitado: así como María Magdalena llora porque piensa que Jesús no
ha resucitado –es decir, no cree todavía en las palabras de Jesús, de que
habría de resucitar-, así también muchos cristianos, a pesar de que están en la
Iglesia, en el fondo de sus almas no creen verdaderamente que Jesús haya
resucitado, y mucho menos creen que esté glorioso y vivo en la Eucaristía.
Al
igual que María Magdalena, nosotros debemos anunciar al mundo que Jesús no solo
ha resucitado y que el sepulcro está vacío, sino que el sepulcro está vacío,
sin el Cuerpo muerto de Jesús, porque Jesús está, glorioso y resucitado, vivo,
lleno de la gloria de Dios, en el sagrario, en la Eucaristía. Es éste nuestro
mensaje al mundo: Jesús no solo ha resucitado, sino que está vivo y glorioso en
la Eucaristía.
Por último, si María Magdalena dice no saber dónde está
Jesús -“no sé dónde han puesto a mi Señor”; nosotros podemos decir que sí
sabemos dónde está Nuestro Señor Jesucristo: está vivo, glorioso y resucitado,
en la Eucaristía.
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