Los santos Joaquín y Ana fueron los Padres de la Santísima
Virgen María, Madre de Dios y abuelos directos de Jesús, Dios Hijo encarnado. Lo
poco que se conoce acerca de los padres de la Virgen María, Joaquín y Ana, es
por los denominados “Evangelios apócrifos” -de Mateo y el Protoevangelio de
Santiago-, los cuales no forman parte de la Biblia al no haber sido avalados por
la Iglesia como parte del canon de las Sagradas Escrituras, debido a que muchos
de sus datos contenidos no son fiables, aunque algunos que otros documentos
históricos sí lo son. Pasaron sus vidas adorando a Dios y haciendo el bien. La
tradición dice que primero vivieron en Galilea y más tarde se establecieron en
Jerusalén.
Santa
Ana y San Joaquín provenían de la casa real de David, y se caracterizaron por
consagrar sus vidas a la oración y a las buenas obras, aunque tenían un pesar
en el corazón, y era el no tener hijos, habiendo llegado ya a una edad avanzada.
Sufrían mucho por este hecho, ya que la falta de hijos se interpretaba en el
pueblo judío como una señal de desagrado divino, como un castigo de Dios para
su descendencia. Debido a esto y con una enorme tristeza, Joaquín se retiró al
desierto, donde ayunó e hizo penitencia durante cuarenta días. El matrimonio
oró fervientemente para que les llegara la gracia de tener un hijo e hicieron
una promesa en que dedicaría a su primogénito al servicio de Dios. Ana prometió
consagrar el bebé a Dios. En respuesta a sus oraciones y sacrificios, un ángel
se le apareció a Ana y le dijo: “El Señor ha mirado tu tristeza y tus lágrimas;
tú concebirás y darás a luz, y el fruto de tu vientre será bendecido por todo el
mundo”. Joaquín también recibió el mismo mensaje del ángel. Dios había
contestado sus oraciones en una forma mucho mejor de lo que ellos jamás podrían
haber imaginado.
Esto
prueba lo que dice Jesús en el Evangelio, de que “aquello que para los hombres
es imposible, es posible para Dios”, pues así los santos Joaquín y Ana vieron
premiada su piedad y amor a Dios, con el don de una niña, a la cual habrían de
llamarla “María”. A pesar de ser conocedores de las Escrituras, Joaquín y Ana,
sin embargo, no sabían hasta qué punto habían sido bendecidos por Dios con esta
Niña, porque no se trataba solo de un don de Dios para un matrimonio piadoso:
la Niña que nacía del matrimonio de San Joaquín y Santa Ana estaba destinada a
ser no una niña buena ni santa, sino mucho más que eso, estaba destinada a ser
la Inmaculada Concepción, la Llena de gracia, la siempre Virgen María, la Madre
de Dios.
Apenas
nació la Niña, sus padres la consagraron a Dios en acción de gracias, y luego
la entregaron en servicio al templo de Dios en Jerusalén, cumpliendo así su
promesa de consagrar el primogénito al servicio divino.
Mensaje de santidad.
Los
santos Joaquín y Ana continuaron su vida de oración hasta que murieron y Dios
los llamó a su Reino en el cielo. Son ejemplo de amor esponsal y un modelo de
amor y piedad para los matrimonios cristianos, para los padres de familia y
para los abuelos, pues confiaron siempre en Dios y nunca abandonaron ni la esperanza
ni la oración, aun cuando parecía que, por su avanzada edad, ya no habrían de
ser padres. Grande –más que grande, enorme- debió ser la pureza y candor de sus
almas y el amor que como esposos profesaban a Dios, como para haber sido
elegidos, desde toda la eternidad, para ser los padres de la bienaventurada e
inmaculada Madre de Dios, además de abuelos del Niño Dios.
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