Vida
de santidad.
Nació en Betsaida; era hijo de Zebedeo y hermano del apóstol
Juan. Estuvo presente en los principales milagros obrados por el Señor[1]. Entre
otros, fue testigo privilegiado de la Transfiguración del Señor: “Jesús tomó
consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un alto
monte, y se transfiguró en su presencia” (cfr. Mt 17, 1-8), como así también de
la sudoración de Sangre del Señor en el Huerto. Fue muerto por el rey Herodes
alrededor del año 42: “El rey Herodes se apoderó de algunos fieles de la
Iglesia, con el fin de hacerles daño, e hizo morir por la espada a Santiago,
hermano de Juan”[2].
Desde el siglo IX, su sepulcro es venerado en Compostela, a donde han acudido
hasta nuestros días innumerables peregrinos.
Mensaje de santidad.
Además de haber sido testigo privilegiado de los principales
milagros del Señor, Santiago, junto con su hermano Juan, es protagonista de uno
de los diálogos más emblemáticos de un discípulo de Jesús. La madre de Santiago
y Juan se postra ante Jesús y le pide que sus hijos ocupen puestos principales
en el Reino. Jesús les hace saber que eso depende del Padre, pero que si ellos
quieren seguirlo de verdad, deben estar dispuestos a “beber del cáliz que Él ha
de beber”, y a “recibir el Bautismo que Él ha de recibir”. El cáliz al que se
refiere Jesús, es el cáliz amargo de la Pasión: la incomprensión de los hombres
acerca de su misión mesiánica y su condición de Hombre-Dios, que viene a expiar
los pecados de los hombres y a conducirlos al cielo; la traición, de quienes,
como Judas Iscariote, amarán más al dinero que a Él; la ceguera, la malicia y
la perfidia de quienes lo condenarán a muerte, sabiendo que Él es el Hijo de Dios
encarnado. El Bautismo que han de recibir, es el bautismo en su propia sangre,
porque así como Él derramará su Sangre en la Pasión y en la Cruz, para la
salvación de los hombres, así también ellos deberán derramar su sangre,
entregar sus vidas, por el Evangelio. Debido a que debe ser un camino libremente
elegido, es que Jesús les pregunta si pueden beber del cáliz y recibir el bautismo,
a lo que ellos contestan: “Podemos”, y es por eso que Jesús les concede esa
gracia: “Beberéis el cáliz que yo he de beber y que recibiréis el bautismo que
yo he de recibir” ().
Ahora bien, dice la Escritura que nosotros, como católicos,
somos “ciudadanos del pueblo de Dios y miembros de la familia de Dios” y, como
tales, estamos “edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas” en el
edificio espiritual cuya “piedra angular es Cristo Jesús” (cfr. Ef 2, 19-22), lo cual quiere decir que,
al igual que los Apóstoles, estamos también llamados, como miembros del Cuerpo
Místico de Cristo, a participar de su Pasión en cuerpo y alma. También nosotros,
como los apóstoles, como Santiago, debemos aspirar a la gloria del cielo, pero
también como los apóstoles y como Santiago, debemos pedir la gracia de
participar de la Pasión del Señor, de beber del cáliz de la amargura de su
Pasión y de recibir el bautismo de su Sangre, para que su Sangre, cayendo sobre
nuestros corazones, nos purifique de toda malicia del pecado y nos plenifique
con la luz de su gracia. Al igual que a Santiago, también a nosotros Jesús nos
pregunta, desde la Eucaristía, si podemos beber de su cáliz y recibir su
bautismo y nosotros, con Santiago y los demás apóstoles, asistidos por el Espíritu
Santo y por la Madre de Dios, nuestra Madre del cielo, decimos: “Podemos”.
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