En una de sus apariciones Jesús, mostrándole su Sagrado
Corazón, le dice a Santa Margarita: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a
los hombres y solo ha recibido de ellos ingratitud, desprecio e indiferencia”. Se
trata de un claro reproche de Nuestro Señor hacia sus discípulos. Pero, ¿cuáles
de ellos? Porque inmediatamente vienen a la memoria los pasajes de la Escritura
relativos al Huerto de los Olivos, en donde se pone de manifiesto, con toda
crudeza, el desinterés por Jesús, la frialdad de los corazones de los
discípulos y la indiferencia frente a su sufrimiento, todo esto manifestado en el
hecho de que los discípulos, ante el pedido de Jesús de que lo acompañen en la
oración, en vez de rezar con Él y por Él, pues está por enfrentar a sus
enemigos y está comenzando su dolorosa Pasión, se dejan vencer por el sueño y
se ponen a dormir.
Es
esta imagen la que viene a la mente cuando se recuerdan sus palabras dichas a
Santa Margarita: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y solo ha
recibido de ellos ingratitud, desprecio e indiferencia”. Y es verdad que la
queja de Jesús se dirige a este episodio particular, pero no se limita a ellos,
sino que abarca a todos los católicos de todos los tiempos, incluidos nosotros
y todos los que vendrán hasta el fin del mundo. Es decir, Jesús no se refería
solo al abandono experimentado por Él en el Huerto de los Olivos, cuando los
discípulos, en vez de orar como se los había pedido Jesús, se abandonan al
sueño, sino que hace referencia a todos los bautizados que, en el transcurso de
los tiempos, tendrán para con Él la misma actitud de frialdad, indiferencia,
desprecio, hacia Él, actitudes todas basadas en el desamor hacia el Sagrado
Corazón. También hoy, en nuestros días, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús
es dejado solo y abandonado en los sagrarios, por sus discípulos a los que más
ama, los católicos que recibieron el don del bautismo sacramental, que fueron
adoptados por Él como hijos suyos muy amados, que recibieron una muestra
preferencial del Amor Divino al recibir su Cuerpo y su Sangre en la Comunión y
su Espíritu Santo en la Confirmación y sin embargo, a pesar de esta muestra de Amor
de predilección por parte de Jesús, los católicos, por quienes Jesús sufrió y
derramó su Sangre en la Pasión y dio su vida por salvarlos, se muestran
indiferentes hacia su Presencia Eucarística; se muestran ingratos frente a su
Presencia Eucarística; se muestran despreciativos hacia su Presencia
Eucarística, porque lo dejan solo, lo abandonan en el sagrario, no acuden a
recibir el Don de dones, que es su Sagrado Corazón Eucarístico el Día del
Señor, el Domingo, no preparan sus corazones por la Confesión Sacramental para
recibirlo, no muestran ningún interés en recibir a Jesús Eucaristía, y esto
comprende tanto a niños y jóvenes, que abandonan la Iglesia apenas terminada la
instrucción catequística, como a adultos y ancianos que literalmente se olvidan
de que una vez aprendieron que Jesús estaba vivo, glorioso y resucitado, en la
Eucaristía. Pero también comprende a aquellos cristianos que, diciéndose
católicos, lo reciben en la Comunión, pero luego no viven de acuerdo a lo que
han recibido, es decir, no configuran sus vidas a la vida de Jesús y no buscan
de imitarlo en su mansedumbre, en su humildad y en su caridad.
“He
aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y solo ha recibido de ellos
ingratitud, desprecio e indiferencia”. Las palabras de Jesús se dirigen a todos
y cada uno de nosotros, por lo que debemos despertar del sueño en el que nos
sumerge nuestra indolencia, nuestra indiferencia, nuestro desamor, y pedir la
gracia de reparar, por la adoración al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús,
por tanta ingratitud, tanto nuestra, como de nuestros hermanos.
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