San José es uno de los más grandes santos, en quien Dios Uno
y Trino deposita toda su confianza y lo elige, para cumplir una misión
importantísima dentro de la historia de la salvación, y es la de la de formar
una familia, la Sagrada Familia de Nazareth, la familia en la que se criaría y
educaría el Hijo de Dios, el Verbo de Dios, desde su Concepción y Nacimiento,
hasta su edad adulta, en la que comenzaría su vida pública, dando comienzo a su
misterio pascual de muerte y resurrección. La Santísima Trinidad elige a San
José para que constituya a la Sagrada Familia, para que cuide de ella en su
etapa terrena, para que provea en sus necesidades materiales, para que eduque
al Hijo de Dios en su aspecto humano, para que cuide de la Virgen, hasta que
llegue el momento en que se manifieste el Hijo de Dios de modo público, para
dar inicio a su misterio de salvación de la humanidad. Es por eso que San José
es el modelo insuperable para todo varón que desee constituir una familia
centrada en Dios Trino; una familia en la que todo esté santificado por Dios Trino
y en la que Dios Trino y su Amor sea el objetivo primero y último de todos sus
esfuerzos.
Cuando la Santísima Trinidad decide la Encarnación del Verbo
para la salvación de la humanidad, crea y elige a la Santísima Virgen María
para ser la Madre de Dios, pero debido a que Dios había elegido ser concebido y
nacer en el seno de una familia humana, Dios Uno y Trino necesitaba de un
varón, para que cumpliera el rol de esposo y padre de esa familia, que sería la
Sagrada Familia de Nazareth. Ese varón, no podía ser un varón cualquiera,
porque debía ser bueno, pero no bastaba con ser bueno; debía ser santo, y no
bastaba con fuera santo; debía ser el más santo entre todos los varones santos,
porque debía reemplazar, dentro de la Sagrada Familia de Nazareth, a cada una
de las Tres Divinas Personas. Había muchos candidatos en Israel, pero la
elección, de parte de Dios, recayó en San José, varón justo, santo, casto,
puro, que sobresalía en santidad, castidad y pureza por encima de los demás
varones castos y santos, así como la montaña sobresale del llano.
San José fue elegido por la Santísima Trinidad para ser el
jefe de la Sagrada Familia de Nazareth, porque cumplía a la perfección con
todos los requisitos de santidad, de castidad y de pureza que la Trinidad
necesitaba en un hombre terreno, para que su proyecto de salvación se pudiera
llevar a cabo.
Es así como San José es elegido por Dios Padre, para ser su
reemplazante perfecto en la tierra, porque a pesar de que San José no era el
padre biológico de Jesús –la concepción de Jesús, como sabemos, fue virginal y
milagrosa, por obra del Espíritu Santo, puesto que toda la naturaleza humana de
Jesús, su alma y su cuerpo, fueron creadas en el momento de la Encarnación-, San
José desempeñó a la perfección su rol de padre terreno de su Hijo adoptivo que,
por el misterio de la Encarnación, al mismo tiempo que su Hijo, era su Dios. Así,
San José acompañó a su Hijo Jesús en sus aprendizajes terrenos –aunque siendo
Dios, todo lo sabía-, enseñándole, entre otras cosas, a trabajar la madera, al
ser ya un poco más grande, la misma madera que habría de ser empapada con la
Sangre del Cordero cuando Jesús, ya adulto, subiera a la cruz para entregar su
Cuerpo y derramar su Sangre para la salvación del mundo. Al enseñar a su Hijo a trabajar la madera, madera que habría de ser empapada con la Sangre del Cordero, San José prepara nuestra alma y la dispone para que adoremos la Santa Cruz de Jesús, nuestro camino al cielo.
San José es elegido por Dios Hijo, para tenerlo como padre
adoptivo en su existencia terrena y si bien, como dijimos, San José no era
padre biológico de Jesús, porque Jesús fue engendrado en la eternidad en el
seno eterno del Padre, y en el tiempo, en el seno virginal de María por obra
del Espíritu Santo, fue visto por Jesús como un verdadero padre, que estuvo
siempre y en todo momento a su lado, desde el momento mismo de la concepción y
nacimiento, y estuvo a lo largo de su niñez, de su adolescencia y juventud, y
Jesús recompensó esta presencia paterna de San José, acompañándolo en su agonía
y muerte, que según la Tradición, se produjo por haber contraído una neumonía
luego de una tormenta de nieve, muriendo San José en los brazos de Jesús y
María. San José fue un padre excelente para Jesús, que proveyó de todo lo
necesario para su manutención, crecimiento y educación; buscó un lugar para su
Nacimiento en Belén, proveyendo el fuego para atenuar el frío del Portal de
Belén; huyó a Egipto, con la Virgen y el Niño, poniéndolos a salvo de la furia
homicida de Herodes; en los tiempos calmos de Nazareth, trabajó para llevar
siempre el sustento al hogar, para que nada faltara y, sobre todo, no dejó de
dar a su Hijo su amor paterno, amor que iba acompañado de asombro y estupor
sagrado, al comprobar que ese Niño, ese Adolescente, ese Joven, al que criaba y
educaba, era, al mismo, el Dios Tres veces Santo, el Dios que lo había creado a
él mismo. Así, San José es modelo de adorador eucarístico, porque así como San José adoraba a la Divinidad de su Hijo oculta bajo su Humanidad, así el adorador eucarístico adora la Divinidad de Jesús, oculta bajo la apariencia de pan en la Eucaristía.
Finalmente, San José es elegido por Dios Espíritu Santo,
para reemplazarlo en la tierra como Esposo casto y puro de María Virgen, porque
si bien el matrimonio entre San José y María fue un matrimonio meramente legal –la
relación entre ellos era como la de hermanos y jamás hubo entre ellos relación
propiamente esponsal, puesto que la Virgen fue, es y será Virgen, antes,
durante y después del parto-, era necesario que el Hijo de Dios, que había
elegido nacer en el seno de una familia humana, al tener una Madre, tuviera un
Padre; por lo tanto, era necesario que la Madre de Dios, tuviera un Esposo. Ahora
bien, el Esposo “real” de la Madre de Dios, esto es, el Esposo que la fecundó
con el Amor Divino, llevando virginal y milagrosamente al Verbo de Dios, desde
el seno del Eterno Padre en los cielos, a su seno virginal, en la tierra, era
el Espíritu Santo, pero como los hombres no estaban todavía preparados para
estas sublimes y misteriosas verdades divinas –la prueba es que el mismo San
José, en un primer momento, no lo entiende y repudia interiormente a María,
hasta que el Ángel lo tranquiliza, avisándole en sueños que lo concebido en
Ella viene del Espíritu Santo-, era necesario que, legalmente, formalmente,
hubiera un varón, santo, casto, puro, justo, que hiciera las veces de Esposo
meramente legal y formal de María Santísima, reemplazando así al Espíritu
Santo, verdadero y Único Esposo de la Madre de Dios, y éste varón santo, casto,
puro, justo, era San José. San José cumplió a la perfección el rol asignado por
el Espíritu Santo, porque si bien, como decimos, jamás hubo relación marital
con la Virgen, como se entiende entre los esposos terrenos, sí en cambio, San
José se comportó como un esposo delicado, atento, que proveía a todas las
necesidades de su Esposa y de su Hijo, de manera tal que nunca les faltó nada a
la Virgen y a Jesús, porque San José trabajo duro para llevarles el pan de cada
día, además de protegerlos, al riesgo de su propia vida, en la huida a Egipto,
cuando Herodes quería asesinar al Niño y, si quería asesinar al Niño, quería
asesinar también a la Madre. De esta manera, San José es modelo y ejemplo para todo esposo que desee amar con un amor casto y puro a su esposa, a la luz del Amor divino; y también es modelo de pureza y castidad para todo esposo que, por un motivo u otro, se queda sin esposa.
Así,
de esta manera, San José cumplió, con amor, a la perfección, el rol de Esposo y
de Padre, encomendado por la Santísima Trinidad, siendo el Jefe perfecto de la
Sagrada Familia de Nazareth, y por este motivo, es el Patrono para todos los
varones, jefes de familia, que deseen que sus familias sean una imitación y
prolongación de la Sagrada Familia de Nazareth, en donde todo gire en torno a
Jesús, el Hijo de Dios.
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