Los
dolores de San José son una participación a los dolores de la Cruz de su Hijo
adoptivo Jesús; los gozos, son los gozos celestiales, y a todos los encontramos
en la Sagrada Escritura. En preparación a su fiesta, el 19 de marzo, ofrecemos
estas meditaciones, inspiradas en las ilustraciones del Santuario de
Torreciudad. San Josemaría de Escrivá de Balaguer, entre otros santos, tenía
gran devoción a San José.
Segundo Dolor y Segundo Gozo
El evangelio relata el segundo dolor de San José cuando dice: “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11). Este segundo dolor se produce en San José al comprobar que su Hijo adoptivo, el Verbo Divino, Dios Hijo, que se había encarnado por amor a los hombres, para salvarlos, para dar su vida por su salvación, era rechazado por esos mismos hombres, de quienes se había hecho hermano, siendo Dios, al asumir su naturaleza humana en la Encarnación. A San José se le estruja el corazón de dolor al comprobar que, estando María encinta y a punto de dar a luz, al buscar un albergue, “no había lugar para ellos” en las ricas posadas de Belén, colmadas de gentes, llenas de comida, de bullicio, de cantos, de risas, de bailes mundanos, pero vacíos de amor a Dios. El Niño Dios, que ya estaba a punto de nacer, “venía a los suyos” –porque se había hecho uno de ellos, al encarnarse en el seno virgen de María Santísima, sin dejar de ser Dios-, y venía para salvarlos, para dar la vida por ellos, que tan despreocupadamente bailaban y se divertían mundanamente en las ricas posadas de Belén, símbolos y figuras del corazón humano henchido de soberbia y de pecado, y los suyos, aquellos por quienes el Verbo se había encarnado y para quienes estaba dispuesto a dar la vida en sacrificio de cruz, “no lo recibieron”, porque prefirieron sus diversiones mundanas, sus amores paganos y sus idolatrías vanas, antes que adorar a su Dios hecho Niño. El Verbo se encarnó y vino a los suyos, a sus hermanos, los hombres, pero estos no lo recibieron, porque no tenían espacio para alojar a un Dios, que para mendigar su amor, se había hecho pequeño, muy pequeño, tan pequeño, como un niño en el vientre de su madre. San José comprueba, con amargura y dolor en el corazón, que en las ricas posadas de Belén -símbolo del corazón humano henchido de soberbia-, en donde abunda la comida, en donde la gente baila y se divierte despreocupadamente por su suerte eterna, no hay lugar para Dios que se ha hecho Niño sin dejar de ser Dios. Luego de golpear en vano las puertas de las ricas hosterías y albergues de Belén, San José, con su corazón acongojado, debe partir a las afueras de Belén, llevando a María que, sentado en un borrico, está a punto de dar a luz al Niño Dios. Mientras caminan en busca de un lugar en donde pueda nacer el Niño, San José piensa en sus hermanos, los hombres, que inmersos en los placeres del mundo, no se preocupan por su destino eterno, dirigiéndose así a su eterna perdición, y se duele por ellos, y también por su Hijo adoptivo, al ver cómo es despreciado por aquellos mismos por quienes ha venido a dar su vida en rescate.
El evangelio relata el segundo dolor de San José cuando dice: “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11). Este segundo dolor se produce en San José al comprobar que su Hijo adoptivo, el Verbo Divino, Dios Hijo, que se había encarnado por amor a los hombres, para salvarlos, para dar su vida por su salvación, era rechazado por esos mismos hombres, de quienes se había hecho hermano, siendo Dios, al asumir su naturaleza humana en la Encarnación. A San José se le estruja el corazón de dolor al comprobar que, estando María encinta y a punto de dar a luz, al buscar un albergue, “no había lugar para ellos” en las ricas posadas de Belén, colmadas de gentes, llenas de comida, de bullicio, de cantos, de risas, de bailes mundanos, pero vacíos de amor a Dios. El Niño Dios, que ya estaba a punto de nacer, “venía a los suyos” –porque se había hecho uno de ellos, al encarnarse en el seno virgen de María Santísima, sin dejar de ser Dios-, y venía para salvarlos, para dar la vida por ellos, que tan despreocupadamente bailaban y se divertían mundanamente en las ricas posadas de Belén, símbolos y figuras del corazón humano henchido de soberbia y de pecado, y los suyos, aquellos por quienes el Verbo se había encarnado y para quienes estaba dispuesto a dar la vida en sacrificio de cruz, “no lo recibieron”, porque prefirieron sus diversiones mundanas, sus amores paganos y sus idolatrías vanas, antes que adorar a su Dios hecho Niño. El Verbo se encarnó y vino a los suyos, a sus hermanos, los hombres, pero estos no lo recibieron, porque no tenían espacio para alojar a un Dios, que para mendigar su amor, se había hecho pequeño, muy pequeño, tan pequeño, como un niño en el vientre de su madre. San José comprueba, con amargura y dolor en el corazón, que en las ricas posadas de Belén -símbolo del corazón humano henchido de soberbia-, en donde abunda la comida, en donde la gente baila y se divierte despreocupadamente por su suerte eterna, no hay lugar para Dios que se ha hecho Niño sin dejar de ser Dios. Luego de golpear en vano las puertas de las ricas hosterías y albergues de Belén, San José, con su corazón acongojado, debe partir a las afueras de Belén, llevando a María que, sentado en un borrico, está a punto de dar a luz al Niño Dios. Mientras caminan en busca de un lugar en donde pueda nacer el Niño, San José piensa en sus hermanos, los hombres, que inmersos en los placeres del mundo, no se preocupan por su destino eterno, dirigiéndose así a su eterna perdición, y se duele por ellos, y también por su Hijo adoptivo, al ver cómo es despreciado por aquellos mismos por quienes ha venido a dar su vida en rescate.
Pero
al Segundo Dolor de San José le sobreviene el Segundo Gozo, cuando luego del
nacimiento virginal y milagroso de su Hijo, el Niño Dios, lo contempla y lo
adora, extasiado y maravillado, junto a los pastores, a los ángeles y a la
Madre de Dios, que no caben en sí de la alegría, al comprobar que ese Niño
recién nacido en un pobre portal de Belén, no es un niño más entre tantos, sino
Dios Hijo hecho Niño, sin dejar de ser Dios. El Nacimiento del Niño Dios en la
gruta de Belén, oscura y fría, símbolo y figura del corazón humano sin Dios,
pero que en su pobreza y oscuridad clama por su Dios y lo espera para
recibirlo, aun sin saber que vendrá, llena a San José de un gozo sobrenatural
que le hace olvidar por completo el segundo dolor, el dolor que le había
producido el comprobar el rechazo de los hombres a su Hijo Dios, y este gozo y
esta alegría es mucho más grande que ese dolor, porque el amor de los corazones
de los humildes que reciben al Niño Dios con un corazón de niño, es
inmensamente más grande que el desprecio de los corazones de los soberbios que
lo rechazan. El Segundo Gozo de San José está descripto así en el Evangelio: “Fueron
deprisa y encontraron a María, a José y al niño reclinado en el pesebre” (Lc 2,16).
Oración
para el Segundo Dolor y Gozo de San José
Amado
San José, bendito padre virginal del Verbo de Dios hecho Carne, glorioso San
José: por la tristeza y el dolor que te produjo comprobar la frialdad y la
dureza del corazón humano que rechazaba el Amor de tu Hijo adoptivo, que venía
a los suyos para rescatarlos y no lo recibieron, y por el gozo y la alegría
sobrenaturales que inundaron tu alma purísima al contemplarlo ya nacido, como
Niño Dios, en el Portal de Belén, símbolo del corazón humano que desea recibir
a su Dios como su Salvador, y por la dicha que experimentaste al adorarlo,
junto a los pastores, a los ángeles y a la Madre de Dios; te suplico, amado San
José, me alcances el dolor por ser tan mundano, codicioso y egoísta, y por
alegrarme por las cosas del mundo, y no por la Presencia Eucarística del Verbo
de Dios hecho carne, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Gloria al
Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario