Los
dolores de San José son una participación a los dolores de la Cruz de su Hijo
adoptivo Jesús; los gozos, son los gozos celestiales, y a todos los encontramos
en la Sagrada Escritura. En preparación a su fiesta, el 19 de marzo, ofrecemos estas meditaciones, inspiradas en las ilustraciones del Santuario de Torreciudad. San Josemaría de Escrivá de Balaguer, entre otros santos, tenía gran devoción a San José.
Primer dolor y primer gozo
El Primer Dolor de San José está relacionado con la
concepción de Jesús, porque hasta que San José entiende el designio divino de
la concepción virginal y milagrosa de Jesús, debe pasar por la dura y dolorosa
prueba de creer que el hijo que crece en el seno de María proviene de otro
hombre. Este dolor se prolonga hasta que es el mismo cielo el que se encarga de
aclararle que la concepción es virginal y milagrosa, pues no ha intervenido
ningún hombre, sino el Espíritu Santo en Persona: “Estando desposada su madre,
María, con José, antes de vivir juntos se halló que había concebido en su seno
por obra del Espíritu Santo” (Mt 1,
18). El Evangelio es sumamente claro y explícito acerca del origen celestial y
no humano de Jesús, el hijo del matrimonio legal de la Virgen y San José:
“antes de vivir juntos se halló que había concebido en su seno por obra del
Espíritu Santo”. El Evangelio aclara que en la concepción de Jesús no
interviene hombre alguno, sino solo única y exclusivamente, Dios Trino, porque
la concepción de Jesús es obra de la Trinidad: es Dios Padre quien pide a su
Hijo que se encarne para la salvación de los hombres; es Dios Hijo quien
acepta, libremente y por Amor al Padre y a los hombres, encarnarse en el seno
de María Santísima; es Dios Espíritu Santo quien lleva a Dios Hijo, del seno
del Padre, en el cielo, al seno de María Virgen, en la tierra. Es el Espíritu
Santo, en unión de voluntades y acción con el Padre y el Hijo, quien crea la
naturaleza humana de Jesús, esto es, su alma y su cuerpo -que en ese momento
tiene el tamaño de una célula, un cigoto, porque la célula germinal del varón
fue creada en el mismo instante de la Encarnación, ya que no la aportó ningún
varón- y es el mismo Espíritu Santo, el Amor Divino, quien, además de conducir
al Hijo al seno de María, une en la Persona divina del Hijo a este cigoto y a
esta alma, llevando a cabo la Encarnación –por ese motivo, la Encarnación fue
obrada por Amor y no por obligación ni por ningún otro motivo-, al tiempo que introduce,
milagrosamente, al cigoto que ya ES el Verbo de Dios encarnado, en el seno
virginal de María Santísima, dando así origen a la Encarnación del Verbo y a la
salvación de la humanidad. Entonces, como decíamos, es el mismo Evangelio, la
misma Palabra de Dios quien revela que la concepción de Jesús es celestial y no
humana; sobrenatural y no terrena; divina y no proveniente de varón alguno, y
sin embargo, San José no lo sabe, por lo que su dolor se origina y crece al ver
que en su Esposa, María, hay una concepción que él piensa que es de otro varón.
Aunque San José suspende todo juicio temerario acerca de
María, su dolor se produce porque no puede ver la acción del Espíritu Santo y ve
lo que en María es lo que, considerado exteriormente y sin saber las causas
profundas, parece la consecuencia de un pecado, y eso es lo que lo lleva a
repudiar en su interior a la Virgen, decidiéndola abandonar en secreto, puesto
que como es un varón justo, no quiere repudiarla públicamente. Así se origina su
primer dolor. Con su actitud, San José nos enseña a no emitir juicios
temerarios sobre nuestros prójimos y a no atribuirles malicia, sino, por el
contrario, a buscar siempre el justificar sus acciones, siendo siempre
misericordiosos con nuestros hermanos. Si emitimos juicios temerarios, nos
equivocaremos siempre, además de colocarnos en un lugar que no nos corresponde,
porque el que juzga las conciencias es solo Dios; por otra parte, si somos
misericordiosos, recibiremos misericordia, y seremos semejantes a nuestro Padre
Dios, que es misericordioso.
Sin embargo, a este primer dolor, le sucede el Primer Gozo de San José, el
cual se produce cuando el Ángel le anuncia, en sueños, que lo que ha sido
concebido en María, su esposa legal, viene del Espíritu Santo: “El ángel del
Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas
recibir a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús’” (Mt 1, 20-21). La aparición del Ángel en sueños y la revelación de
que el Niño concebido en el seno virginal de María no es de origen humano sino
divino, no solo hace desaparecer el dolor de San José, sino que le provoca un
gran gozo, de origen celestial, porque no solo le confirma todo lo que él sabía
acerca de la pureza y el candor de María y de que era imposible de que María
hubiera cometido un pecado, sino que le abre su mente y su corazón a la
revelación del Redentor, haciéndole saber, por añadidura, que él ha sido
elegido para ser nada menos que el Custodio y el Padre adoptivo de Dios Hijo en
la tierra, reemplazando a Dios Padre, además de ser el esposo legal de la Madre
de Dios. La alegría celestial de San José proviene de la revelación angélica,
revelación que le permita contemplar el fruto de las entrañas virginales de María
Santísima, Jesús, no con ojos humanos, sino como lo ve Dios, como lo que ES en
realidad, el Pan de Vida Eterna, el Hijo de Dios que se encarna el seno virgen
de María Santísima, para donarse al mundo como Pan Vivo bajado del cielo. Que
San José, entonces, interceda para que también nosotros nos alegremos no con
alegrías pasajeras, sino con la alegría que proviene de contemplar a su hijo
adoptivo, Jesús, Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y
su Divinidad.
Oración
para el Primer Dolor y el Primer Gozo
Casto
esposo de María Santísima, glorioso San José, por el dolor que te provocó la duda de no saber en un primer momento acerca de
la concepción virginal y milagrosa de Jesús, duda que te llevó a tener que
abandonar a tu querida esposa, y por el gozo que te causó el ángel de Dios al
revelarte el misterio de la Encarnación del Verbo Eterno; te suplico me
alcances dolor de mis juicios temerarios e indebidas críticas al prójimo, y el
gozo de ejercer la caridad viendo en él a Cristo. Gloria al Padre, y al Hijo y
al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de
los siglos. Amén.
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