Santa Inés, virgen y mártir, fue martirizada a los doce
años, pero no solo por defender su virginidad, sino ante todo, por mantenerse
fiel en el amor a Jesucristo. La virginidad corporal, es decir, la preservación
intacta del cuerpo, no basta, por sí misma, para que una persona alcance el
Reino de los cielos. La virginidad corporal es sólo el prolegómeno y la figura
de otra virginidad, la espiritual, aquella en la que el alma no solo no se
contamina con los hedores de las idolatrías paganas rendidas a los falsos
dioses, sino que se conserva intacta en su capacidad de amar a Jesucristo, Dios
encarnado y, por su intermedio, a las Tres Divinas Personas de la Santísima
Trinidad.
El cuerpo virgen, en el consagrado, es la consecuencia del
alma virgen, es decir, del alma no solo no contaminada por amores impuros y
mundanos, sino consagrada en su amor puro –y por lo tanto, virginal- a
Jesucristo y a Dios Uno y Trino.
Es esta doble virginidad la que caracteriza a la vida
consagrada, porque el religioso consagra, dedica, para toda la vida terrena y
para la eternidad, su cuerpo y su alma, no a un amor humano –que pueden ser
santos y puros, como el amor materno, el amor paterno, el amor filial, el amor
fraternal y el amor de amistad-, sino al Amor de los amores, Jesucristo, la
Misericordia Divina encarnada.
Santa Inés, con doce años, consiguió una doble corona: la de
la virginidad y la del martirio, y por esta doble corona ahora goza, por la
eternidad, del Amor del Cordero, por cuyo Amor conservó intactos su cuerpo y su
alma, y por cuyo Amor entregó su cuerpo al verdugo que la decapitó.
Ahora bien, existe una “virginidad secundaria”, la otorgada
por la gracia santificante, que devuelve la pureza, el candor y la inocencia al
alma, y existe un “martirio no cruento”, el que consiste en dar testimonio de
la fe en el Hombre-Dios Jesucristo, cotidianamente, en un mundo ateo,
racionalista y hedonista como el nuestro, y ésa es la razón por la cual el
cristiano común puede –y debe, como obligación de amor a Jesucristo- imitar a
Santa Inés en su virginidad y en su martirio.
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