San Vicente de Paúl se caracterizó por sus obras de
misericordia corporales, especialmente las que se destinaban a la atención de
los más necesitados e indigentes y para ello fundó la Congregación de la
Misión, destinada a la formación del clero y también al servicio de los pobres
y con la ayuda de santa Luisa de Marillac, fundó con ese mismo fin,la
Congregación de Hijas de la Caridad. Esta predilección especial por los más
carenciados se puede apreciar en algunas de sus frases: “Al servir a los Pobres
se sirve a Jesucristo”[1]; “Por
consiguiente, debe vaciarse de sí mismo para revestirse de Jesucristo”[2]; “No
me basta con amar a Dios, si no lo ama mi prójimo”[3]; “¡Cómo!
¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse
enfermo con él! Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura”[4]; “Si
se invoca a la Madre de Dios y se la toma como Patrona en las cosas
importantes, no puede ocurrir sino que todo vaya bien y redunde en gloria del
buen Jesús, su Hijo...”[5]; “No
puede haber caridad si no va acompañada de justicia”[6]; “Nada
más grande que un sacerdote a quien Dios de todo poder sobre su Cuerpo natural
y su Cuerpo místico”[7]. Sin embargo, no hay que pensar que estas eran
frases vacías, ni dichas para la posteridad en discursos académicos; tampoco
fueron pronunciadas en salones de té, o en ruedas de amigos, sino que fueron vividas
por San Vicente de Paúl en su vida diaria y practicadas con el ejemplo.
¿Por qué se dedicó San Vicente de Paúl con tanto empeño a
hacer obras de caridad? Porque San Vicente de Paúl entendió, con sabiduría
sobrenatural, que era imposible la salvación, sin amar al prójimo, y sobre todo
al prójimo más necesitado. San Vicente de Paúl entendió que lo que Jesús les
reprochaba a los fariseos, que eran los hombres religiosos de su tiempo, no era
su dedicación a la religión, sino que habían vaciado a la religión de su
esencia, el amor y la misericordia, porque se habían apegado a los ritos
inventados por los hombres, y se habían olvidado de la compasión, de la
caridad, de la misericordia y del amor. San Vicente de Paúl comprendió que no
se podía ser religiosos, es decir, ser cristianos, si no se vivía, de modo
concreto, el amor al prójimo, y por eso mismo, llevó a la práctica, con obras
concretas de misericordia, lo que Jesús dijo en el Evangelio, quien condicionó
nuestra entrada en el Reino de los cielos, a nuestro amor de caridad para con
nuestros hermanos más necesitados: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve
hambre, y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estuve enfermo y
me socorristeis; estuve preso y me visitasteis…” (Mt 25, 31-40). Que es también lo mismo que dice el evangelista
Juan: “Quien dice que ama a Dios a quien no ve, pero no ama a su prójimo, a
quien ve, es un mentiroso” (1 Jn 4,
20).
Nuestro prójimo es doblemente importante para nuestra
salvación: primero, porque es “imagen y
semejanza de Dios”, porque fue creado a su imagen y semejanza, según el Génesis
-y en la libertad y el amor está esa semejanza-, pero además, desde la Encarnación
del Verbo, cada prójimo es imagen viviente de Dios encarnado, y Dios encarnado,
en cierta manera, inhabita en cada prójimo y sobre todo, en el prójimo más
desamparado y necesitado, y por eso, todo lo que hacemos a nuestro prójimo, en
el bien y en el mal, se lo hacemos a Dios encarnado, que en él inhabita, y Dios
nos lo devuelve al infinito, en el bien o en el mal. Esto lo comprendió muy
bien San Vicente de Paúl, iluminado por la Sabiduría Divina y, movido por el
Divino Amor, se decidió a socorrer a todas las imágenes vivientes de Dios
encarnado que encontraba, deambulando en las calles, ateridas de frío,
desamparadas, sin nada para comer, expuestas a los más grandes peligros,
abandonadas por sus seres queridos y por la sociedad y, con mucha frecuencia, por quienes ocupan
bancos en las Iglesias. Que la conmemoración de San Vicente de Paúl nos
recuerde que la religión no es recitar oraciones mecánicamente con los labios,
sino elevar plegarias desde lo más profundo del corazón y acompañar esas
plegarias con obras de misericordia, corporales y espirituales, atendiendo a
los cristos sufrientes del camino, y que sólo así se gana el cielo.
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