Cuando se leen las actas de los mártires, entre muchas
otras, hay dos cosas que sorprenden y
provocan asombro y sobresalen por la intensidad del contraste: por una lado,
las crudelísimas torturas a las que son sometidos los mártires, torturas que
les provocan dolores atroces, y por otro, las increíbles muestras de amor y de
caridad sobrenatural, por parte de esos mismos mártires, amor y caridad
sobrenatural que se reflejan en dos vertientes: en el perdón a sus enemigos y a
sus verdugos, y en el amor a Dios demostrado en medio de inmensos dolores.
Por ejemplo, en el acta del martirio de los santos Pablo
Miki y compañeros, escrita por un autor contemporáneo, se lee: “Una vez
crucificados, era admirable ver la constancia de todos, a la que los
exhortaban, ora el padre Pasio, ora el padre Rodríguez. El padre comisario
estaba como inmóvil, con los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín cantaba
salmos en acción de gracias a la bondad divina, intercalando el versículo: “En
tus manos, Señor”. También el hermano Francisco Blanco daba gracias a Dios con
voz inteligible. El hermano Gonzalo rezaba en voz alta el Padrenuestro y el
Avemaría (…) Pablo Miki (…) empezó a manifestar que moría por haber predicado
el Evangelio y daba gracias a Dios por un beneficio tan insigne (…) en el
rostro de todos se veía una alegría especial (…) Luis, al gritarle a otro
cristiano que pronto estaría en el Paraíso, atrajo hacia sí las miradas de
todos por el gesto lleno de gozo que hizo con los dedos y con todo su cuerpo.
Antonio (…) con los ojos fijos en el cielo”[1].
Este comportamiento de los mártires, que se observa inalterablemente
en todos y cada uno de los mártires a lo largo de toda la historia de la
Iglesia, comenzando con el proto-mártir San Esteban, es superior y contrario a
lo que dicta la naturaleza humana, y por lo tanto no puede encontrarse en esta
naturaleza la explicación a un comportamiento tan llamativo.
Considerado desde el punto de vista de la naturaleza humana,
considerando solamente las características y propiedades de la naturaleza
humana, como por ejemplo, el hecho de que el hombre está compuesto por la unión
indisoluble de cuerpo y alma, el comportamiento de los mártires debería ser
otro absolutamente distinto, puesto que cuerpo y alma sufren de manera atroz:
el cuerpo sufre con los tormentos; el alma sufre por la desesperación, el
dolor, y la angustia de verse abandonada por todos.
Entonces,
considerando solamente la naturaleza humana, puesto que sufren indeciblemente
en cuerpo y alma, los mártires deberían gritar de dolor, de rabia y de desesperación
y deberían sus cuerpos contornearse espasmódicamente por los dolores
lancinantes, debido todo esto a las torturas corporales; por el sufrimiento del
alma, los mártires deberían expresar hacia sus verdugos solamente odio, rencor
y deseos de venganza, y hacia Dios, deberían estallar en hirientes y horribles blasfemias
contra su santo Nombre.
Sin
embargo, nada de eso sucede en los mártires; todo lo contrario, el
comportamiento de los mártires manifiesta que su naturaleza humana, sus cuerpos
y sus almas, no solo están dotados de una fortaleza superior a la naturaleza humana
-al demostrar una insensibilidad sobrehumana al dolor y al no solo no blasfemar,
sino alabar a Dios-, sino que un Espíritu superior a todo lo creado, hombres y
ángeles, a tomado posesión de sus completas personas.
Este
Espíritu es el Espíritu Santo, y como es un Espíritu de paz, de amor, de
alegría, de bondad, de fortaleza, eso es lo que explica que los mártires
reflejen paz –no solo ausencia de desesperación-; amor –manifestado en el
perdón a sus verdugos y enemigos-; alegría –porque están contemplando el cielo
que se abre para ellos y está listo para recibirlos-; bondad –sólo tienen
palabras de consuelo para sus compañeros mártires, y de esperanza para los que
quedan en la tierra-; fortaleza –son inmunes e insensibles al dolor propio,
pero sensibles al dolor ajeno, puesto que ofrecen sus vidas por sus verdugos y
por sus enemigos-.
Puesto
que dan sus vidas por amor a Cristo y a su Evangelio, el comportamiento
sobrenatural de los mártires se debe a que imitan a Cristo y participan de su
Pasión y Muerte en Cruz, pero también se debe a que los asiste el Espíritu
Santo en Persona, el cual toma posesión de sus cuerpos y de sus almas: de sus
cuerpos, porque eso es lo que explica que las tremendas torturas no los maten
antes de tiempo, y no les provoquen los dolores lancinantes que por sí mismas
deberían producir; del alma, porque el Espíritu Santo, iluminando sus almas con
la luz de la gloria divina, la que habrán de disfrutar para siempre en el
cielo, les hace ver y participar de la alegría y del amor divino, de manera que
los tormentos psicológicos, morales y espirituales no solo no existen en sus
almas, sino que son reemplazados por la visión y delectación anticipada del
cielo y sus alegrías, la principal entre todas, la visión beatífica del Ser
trinitario y la visión de María Santísima.
Porque
están asistidos por el Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo ha tomado
posesión de sus cuerpos y de sus almas para endulzarles el paso de esta vida a
la otra, lo que dicen los mártires en el momento de morir, y que es registrado
en las Actas de los mártires, hay que tomarlo como venido del mismo Espíritu
Santo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario