El mensaje de santidad que nos deja el Beato Álvaro de
Córdoba es el mostrarnos el camino a la felicidad, el camino al cielo. Si el
mundo nos dice que la felicidad está en la satisfacción del “yo” egoísta, en la
búsqueda de placer, en la sensualidad, en el erotismo, en la obtención de
bienes materiales, en el desenfreno de las pasiones, el Beato Álvaro de
Córdoba, por el contrario, nos enseña que el camino a la felicidad, que es el
camino al cielo, está en Cristo, y en Cristo que lleva la Cruz a cuestas,
subiendo la cuesta del Monte Calvario. Por este motivo, una de las obras
apostólicas de Álvaro de Córdoba fue introducir en Occidente la devoción al Via Crucis, para que aprendiéramos de
Jesús cómo llegar al cielo.
El
Beato Álvaro de Córdoba nos enseña –porque él lo aprendió a su vez de Jesús-
que si queremos alcanzar la felicidad, el único camino posible es el Camino
Real de la Cruz, el Via Crucis;
veamos por lo tanto en qué consiste el Via
Crucis que nos legó el Beato Álvaro. Ante todo, el Via Crucis no es un mero ejercicio de piedad; se trata de la
contemplación de la culminación del misterio de la Pasión de Jesús,
contemplación por la cual se alcanza, a través de la fe, la participación en
ese mismo misterio de salvación. El Via Crucis
es contemplación y participación en el misterio pascual redentor, porque en él se
cumple a la perfección el consejo de Jesús: “Si alguien quiere venir en pos de
Mí, tome su Cruz de cada día, niéguese a sí mismo, y me siga”. Para seguir a Jesús
en el Via Crucis, en el Camino de la
Cruz, es necesario querer seguir a Jesús, porque no se lo puede seguir camino
del Calvario de modo obligado, a la fuerza, y esto Jesús mismo nos lo dice: “Si
alguno quiere seguirme”; para seguir
a Jesús en el Via Crucis, hay que
tomar la Cruz de cada día, es decir, la tribulación, la enfermedad, las
situaciones de angustia, que la Divina Providencia ha elegido como medio para
acercarnos, subirnos y hacernos partícipes de la Cruz de Jesús, y esto es lo
que Jesús quiere decir cuando dice: “que tome
su cruz de cada día”; para seguir a Jesús en el Via Crucis, hay que negarse a uno mismo: “niéguese a sí mismo”, y “negarse
a sí mismo” significa luchar contra uno mismo, contra nuestras pasiones
desordenadas, contra nuestra tendencia a no obrar “el bien que queremos y obrar
el mal que no queremos”; “negarse a sí mismos” es mortificarse uno mismo,
rechazando la impaciencia, el trato hosco, áspero, el enojo, la pereza, etc.
Al
introducir en Occidente el Via Crucis,
el Beato Álvaro de Córdoba nos deja entonces su legado más preciado: el único
camino para llegar al cielo, a la felicidad de la bienaventuranza, es el Camino
Real de la Cruz, el Via Crucis.
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