En sus apariciones a Santa Margarita, el Sagrado Corazón de
Jesús aparece envuelto en llamas, las cuales representan el Amor de Dios, el Espíritu
Santo. Pero también se presenta rodeado de espinas, que forman a su alrededor
una especie de corona. Teniendo en cuenta que es un Corazón vivo y que por lo
tanto se encuentra en movimiento continuo, y teniendo en cuenta que las espinas
lo rodean estrechamente, es de suponer que en cada latido, en cada movimiento
de contracción-dilatación, de sístole y diástole, las espinas le provoquen un
agudo dolor, sobre todo en el momento de la diástole, es decir, en el momento
en el que el corazón se relaja, luego de la contracción sistólica, para
almacenar nueva sangre en los ventrículos y poder continuar su función de
bomba.
Debido a que las llamas representan al Amor de Dios, el
Espíritu Santo, todo el Sagrado Corazón está en Acto continuo de Amor perfecto,
simbolizado en los dos movimientos cardíacos: en la diástole, esto es, en el
momento de la relajación de las paredes ventriculares, necesario para que
ingrese un nuevo torrente sanguíneo, se representa el Amor de Dios que llega, que
viene a los hombres, concentrándose en el Sagrado Corazón; en la sístole, en el
momento de la contracción de los ventrículos, en donde se expulsa la sangre
hacia el cuerpo, simboliza la efusión del Amor de Dios sobre su Cuerpo Místico,
la Iglesia. En cada latido del Sagrado Corazón, late el Amor de Dios; cada
movimiento del Sagrado Corazón es un movimiento del Amor de Dios
hacia los hombres.
Pero si el Amor está presente en cada latido, lo está
también el dolor, puesto que las espinas, que forman una apretada corona
alrededor del Corazón, provocan dolor en las dos fases del movimiento del Corazón;
en la diástole, en la fase de llenado, porque las espinas se incrustan con
fuerza en la pared de los ventrículos; en la sístole, porque el movimiento de
contracción de la musculatura ventricular exacerba el dolor producido por la
laceración ocurrida en el movimiento anterior. Si el Amor está dado por el
Padre, que le dona el Espíritu Santo desde la eternidad, el dolor provocado por
las espinas le es proporcionado por los hombres, porque sus pecados, la malicia
de sus corazones, se traducen en gruesas espinas que laceran y desgarran al
Corazón de Jesús.
En otras palabras, en cada movimiento cardíaco, en cada
diástole y en cada sístole, el Sagrado Corazón experimenta Amor y dolor: el
Amor del Padre, que desde la eternidad le ha donado el Espíritu Santo, y que
desea ardientemente volcarse sobre toda la humanidad y sobre todo hombre, y el
dolor de parte de los hombres, que al Amor incomprensible, inagotable,
inabarcable de Dios Trino, responden con indiferencias, desprecios,
ingratitudes, postrándose ante vanos ídolos mundanos, despreciando y posponiendo
el Amor divino, que se derrama incontenible con la Sangre del Sagrado Corazón
traspasado, que se vierte por la herida abierta del costado.
Desde la Cruz, en la cima del Monte Calvario, en donde
agoniza de Amor, el Sagrado Corazón nos pide reparación, penitencias, ofrendas,
holocaustos, que se sintetizan en el Primer Mandamiento, “Amar a Dios sobre
todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”, y en las obras de misericordia
espirituales y corporales.
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